La guerra suele ser causa de una paz mal vivida. Este es el caso de Colombia, el vecino país del norte que enfrenta un conflicto bélico sin solución definitiva desde la década de los años cuarenta del pasado siglo, producto de una paz vivida con injusticia social. Los problemas sociales por los que ha pasado el país cafetalero y la rebeldía de su pueblo armado que fue respondida por las élites con represión y guerra de facto no declarada, son la razón histórica de una conflagración civil militar que, aun hasta en los actuales momentos en que Colombia emprende un nuevo rumbo con un gobierno de origen popular representado por Gustavo Petro, no encuentra solución pacífica.
El difícil proceso de la paz en Colombia, pese haber encontrado el apoyo internacional de la ONU y naciones latinoamericanas -Cuba, Chile, Ecuador- que se muestran dispuestas a todas las acciones necesarias para que las negociaciones pacificas lleguen a feliz término, continúa siendo un camino sinuoso.
Contradictoriamente, la guerra avanzaba al unísono con las inequidades sociales que se agudizaban, en tanto, sectores hegemónicos, banqueros, empresarios y castas políticas sacaban provecho de la violencia que usaron como un pretexto para evadir debates acerca de la situación agraria o una salida democrática, sino que también la utilizaron para obtener mayor riqueza y mantener al pueblo colombiano sumido en la miseria. La violencia para los sectores hegemónicos, ha sido el mejor negocio que impusieron en un conflicto armado como la vía para mantener su proyecto político. Las élites colombianas, históricamente, basaron su fortuna en la explotación del pueblo, la usurpación ilegal de tierras, la exportación de materias primas, la especulación del capital financiero y la apropiación ilegal de recursos de la nación. Y con frecuente recurrencia, hicieron entrega de la riqueza natural del país, oro y petróleo, a las transnacionales norteamericanas que operan en Colombia. El resultado fue un escenario propicio para la violencia política en rechazo a una situación que no se veía posible de cambiar, confirmando que en Colombia la causa de la violencia son los acuciantes problemas provocados por la vigencia de un modelo de desarrollo político y social excluyente.
Hoy que el país abre el cauce de un nuevo proceso político, más democrático y dialogante, se generan condiciones históricas para una paz definitiva en el vecino país, a condición de que aquellos sectores que se han beneficiado de la situación existente, respeten la decisión del pueblo colombiano de darse ese nuevo rumbo y asuman su rol político en el nuevo escenario social.
A simple vista las posibilidades están dadas, pero no es fácil conseguir la paz en medio de una tradición de violencia estimulada por la incapacidad del presidente Iván Duque impuesto por Centro Democrático con la compra de votos y con el apoyo de sus aliados los narcotraficantes. Como consecuencia de ello la violencia está instaurada como una forma de hacer política en Colombia, con masacres que son el pan de cada día y la corrupción en niveles nunca vistos. Adicionalmente, Duque hizo de las acciones contra la paz el objetivo principal de su gobierno y no aplicó ninguno de los puntos del Acuerdo de paz conseguido en La Habana.
La historia cambia
Todo hace ver que, en Colombia si se quiere cambiar la situación beligerante, se debe procurar una salida negociada a la guerra. Las dos décadas del proyecto uribista dejaron en claro ese camino, puesto que la política de Uribe mostró la imposibilidad de finiquitar la confrontación por la vía armada. De tal manera que, en consecuencia, para el gobierno de Petro la salida negociada del conflicto armado es una prioridad. El logro de la paz total del Estado con los insurgentes que se mantienen en armas es un imperativo hoy en Colombia, y una condición irrenunciable para acelerar las transformaciones que reclama la sociedad colombiana.
La decisión del presidente Petro de iniciar diálogos con el ELN y las disidencias de las FARC, y que cuenta con apoyo de la academia y sectores democráticos, no solo es sensata sino además urgente, ya que los sectores armados aceptaron la propuesta del diálogo del mandatario. Existe otro punto que permite visualizar las conversaciones de paz con optimismo: las partes están de acuerdo en retomar los diálogos de paz en el punto en que quedaron las conversaciones cuando las suspendió el ex presidente Duque.
Latinoamérica debe compartir y acompañar el ambiente de optimismo en el vecino país puesto que, están dados todos los elementos y factores que incidan positivamente en la obtención de la paz total en Colombia. Tanto el Estado colombiano como la insurgencia, tienen la histórica oportunidad de hacer trascendental historia cristalizando un acuerdo que haga renacer la paz definitiva en Colombia.
La historia no se detiene en tragedias. Por fin ha llegado para Colombia la hora en que prevalecerá la vida sobre la violencia y la muerte.