El gobierno del presidente Guillermo Lasso ha convertido a la política en un proceso lúdico que como todo juego es una simulación, no obstante, no deja de buscar un ganador. La diferencia del juego respecto de la realidad es que éste se realiza con fines recreativos o para competir y que se basa en reglas y la política no es una actividad con fines recreacionales y, muchas veces, desconoce todo tipo de reglas. Sin embargo, la política suele tomar del método lúdico un conjunto de estrategias diseñadas para crear un ambiente de armonía dónde supuestamenmte están inmersos en el proceso por el poder mediante el juego, diversos contenidos, temas o mensajes del interés de todos los concurrentes. Amparado en esa dinámica el Gobierno asiste al diálogo, brindando la sensación a la contraparte de inclusión y pertenencia a una lógica donde se contemplan sus intereses o, al menos, son escuchados sus argumentos y requerimientos. En la práctica del resultado de las instancias de negociaciones que son dos -mesas de diálogo y Asamblea Nacional- ocurre todo lo contrario, se chasquea al interlocutor. La Conaie y el propio Legislativo han caído en la trampa de la ingenuidad de buena fe. No por casualidad, se dice frecuentemente: hay que establecer las «reglas del juego» y no de la política. En el ámbito político dichas reglas serían las bases constitucionales, como una forma de construir normas democráticas con valores participativos y pluralistas, y demostrar que el gobierno somos todos o, al menos, “el gobierno del encuentro” entre todos. No falta quienes, incluso, hablan de “juego democrático”, regla de la mayoría, de la minoría, del consenso y del disenso como una forma de entender la dinámica de la política.
Si alguna vez jugamos a las escondidas, al yoyo, a la pelota, a los policías y ladrones, es probable que nos resulte más fácil entender la política para ciertos políticos criollos. Sin embargo, nadie anda con un reglamento en el bolsillo de cómo se juega al fútbol, al básquet, al tenis, al voleibol o al tejo, pues las normas se aprenden jugando; con la práctica y no hay lugar a repetirlas de manera indefinida: se respetan y punto. Pero en política no sucede lo mismo; es preciso recurrir e invocar a la Constitución como otro juego de palabras, o la verbalización lúdica de la política que, como una supuesta oración, nos redime de todos los pecados. En los juegos, el valor de la palabra y la buena fe van de la mano en el imaginario colectivo, será acaso por eso que la demagogia es la forma de ser preferida por una gran mayoría de los políticos. Algunos inclusive juegan con otras reglas, con otros códigos éticos, como una forma de suplantar el juego principal, aplicando su propia ley, su propio código del crimen, la propia sentencia, la propia muerte.
En la actual coyuntura política diversos acontecimientos dan cuenta de aquello. En las mesas de diálogo ocurre algo singular, el presidente “del encuentro” no asiste a dialogar con nadie y manda a sus adláteres. El ministro del Interior, Patricio Carillo, insiste en vincular las recientes protestas de junio contra la carestía de la vida lideradas por el movimiento indígena y campesino con «mercados ilegales», después de que el presidente, Guillermo Lasso, asegurase que el dinero del narcotráfico estaba detrás de las movilizaciones, y hasta ahora el país no observa resultados concretos de los diálogos.
En la Asamblea Nacional, los consensos entre gobierno y oposición brillan por su ausencia: el Legislativo aprobó la Ley de uso progresivo de la fuerza sin tomar en cuenta las observaciones del Gobierno, mientras que el ministro de Defensa dijo que se legisla en contra de la policía y a favor del narcotráfico. En las últimas horas, el parlamento nombró vía virtual al Superintendente de Bancos, desoyendo la sentencia de un juez, en lo que se dijo ser “un desacato judicial”. El Ejecutivo, en tanto, se dispone vetar totalmente la Ley de Comunicación y para eso convoca a los medios informativos a pronunciarse en contra de lo que califica de «ley mordaza». El régimen del presidente Lasso no muestra concordancia con sus socios comerciales norteamericanos que califican a “Ecuador de peligroso” para las inversiones, debido a inseguridad jurídica, bloqueo legislativo y corrupción.
En el juego de la política existe una estructura que representa la parte orgánica, y unos actores del juego que son los ciudadanos y un árbitro que es la autoridad, muchas veces, juez y parte. La lúdica en política no siempre es mala, alienta la personalidad; incide sobre la cultura de la toma de decisiones; desarrolla un espíritu conciliador y proporciona estrategias frente a situaciones conflictivas; articula la socialización y el trabajo en equipo; construye valores como el respeto a la diferencia, la tolerancia y consolida la democracia, la participación y el pluralismo; igualmente construye reglas y las consolida como eje de la convivencia.
¿Pero, qué sucede cuando sucede lo contrario y se actúa sin principios?
Cuando se trata de principios existe un comportamiento en el juego, que constituye el marco axiológico que en el campo constitucional la diferencia no es de normativa sino de grado y, por lo tanto, de eficacia. Los principios, según los especialistas, por el hecho de tener una mayor especificidad que los valores, tienen una mayor eficacia y una mayor capacidad de aplicación en forma directa e inmediata. Esta es la parte de la clase a la que nuestros políticos no asistieron. Recordemos que la democracia se erige sobre cuatro pilares fundamentales: el consenso, el disenso, la regla de la mayoría y la regla de la minoría. Esta es la parte que nuestros políticos olvidan de la teoría y, por tanto, no aplican en la práctica.
La gran pregunta suspendida en el ambiente: ¿Será posible apostar a la tolerancia, al juego limpio y al respeto por el otro, por sus ideas, por su vida, teniendo en cuenta que si queremos jugar sólo nos debemos someter a las reglas de juego de la Nación? Ojalá en la respuesta venga implícita la idea de que nuestra condición humana nos hace estar interactuando con los demás, lo cual consolida la socialización y es una forma de construir comunidad.
Una diferencia entre lúdica y política es que el juego impone sus resultados muchas veces por azar, y la política siempre lo hace por correlación de fuerza. En eso consisten las reglas de mayorías y minorías. Se suele discutir sobre las deficiencias y contradicciones de la Constitución del 2008 queriendo volver a la vigencia de las anteriores y se olvida a menudo que es fruto de un consenso mayoritario alcanzado por una correlación de fuerzas históricamente en un momento determinado. Por eso se la debe respetar -no porque está escrita en piedra o porque el papel sea sagrado-. sino porque representa la voluntad popular mayoritaria de un momento histórico hasta que el pueblo diga lo contrario. Será, acaso, por eso que la mayoría de los llamados “constitucionalistas” son meros fetichistas de papel.
Una diferencia básica entre lúdica y política es que el juego es pasión, y la política esencialmente, inteligencia.