Por Abdón Ubidia
Todo hace pensar que el mundo se encamina irremediablemente hacia la Tercera guerra mundial. El discurso del general Eisenhower de 1961 lo advertía: el gran país vencedor de la Segunda guerra mundial, erigido ya como la mayor potencia jamás conocida, estaba en encrucijada de continuar su poderío y riqueza basados en la producción, recursos y, como fin último: la paz; o allanarse a lo que calificó como el complejo militar industrial; término ya usado antes, pero al cual Eisenhower le confirió su renombre histórico. Por desgracia, la advertencia del viejo general −quien, ese año, decía “adiós a las armas”, y a la presidencia de los Estados Unidos−, no fue escuchada y el complejo militar industrial se impuso. Y decidió el futuro de un país obligado a invadir, constantemente, naciones ubicadas en los extremos más alejados del mundo. Las invasiones de Yugoeslavia, Irak, Afganistán, Libia, no fueron sino otras del medio centenar que protagonizaron y en las cuales el negocio de la guerra, el latrocinio que llamó el general Butler en su libro memorable de 1935: La guerra es un latrocinio, fue el motivo fundamental.
Ahora puede verse que el complejo militar industrial ha previsto un gran escenario para la Tercera guerra mundial. Todo se acopla a una marcha geopolítica, económica y tecnológica, prevista de antemano. Como siempre, ha configurado ya un enemigo principal: la China.
Era obvio que el aliado natural de China sería Rusia. Las dos potencias hubiesen formado un bloque intacto, duro de vencer. Pero ahora Rusia ha sido golpeada por la guerra de Ucrania. Como decir: el flanco ruso del más que posible eje chino-ruso, ha sido debilitado.
Los estrategas del Pentágono deben estar felices. Todo les ha salido de perlas. Putin, cercado por la OTAN, respondió con torpeza. Porque no le quedaba otra salida. Al invadir Ucrania, quizá ya previó que ese brazo militar de USA que ahora se ha tomado Europa, iba a expandirse sin contención alguna, al punto de incorporar a Suecia y Finlandia, países históricamente neutrales, como sus nuevas avanzadas.
De modo que el gran ganador, en todos los frentes, es Estados Unidos. Es decir, en todos los niveles imaginables: la industria bélica, claro, con capitales y armas que los venden a sus aliados europeos (la Lockheed Martin ha aumentado sus beneficios previstos); pero, además, el ganador total, con el traspaso de petróleo, gas, madera, etc., antes provistos a los europeos por los rusos. Una suerte de apropiación de los mercados rusos en su beneficio exclusivo. Así la guerra de Ucrania ha cambiado el presente, pero, sobre todo, ha cambiado el futuro: con un latrocinio perfecto: USA pone los capitales y las armas y los pobres ucranianos los muertos.
Putin, al fin y al cabo, un ajedrecista, lo que hizo fue anticipar una jugada posible en una guerra que de todos modos iba a darse cuando Ucrania se incorporara a la OTAN y cercara a Rusia. En un futuro cercano, la guerra era Inevitable, pero no en el territorio ucraniano sino ruso −cuyo poder militar es 12 veces menor al norteamericano y ni se diga al de la OTAN, tomado en su conjunto−. Y esta, hubiese sido una más de las que Occidente ha desatado y no la más grande.
Resumiendo, podríamos decir que el flanco ruso, del prefigurado bloque con China, ha sido debilitado ya grandemente. Con lo cual, el complejo militar industrial y la OTAN se preparan para dar el paso siguiente: provocar a China. La visita de la presidenta de la cámara de representantes Nancy Pelosi a Taiwán deja anticipado ya un escenario que pudiera volverse bastante parecido al de la Ucrania actual.
Porque los estrategas militares norteamericanos deben estar conscientes de que este es el único momento en que pueden someter a una China que (con la Nueva Ruta de la Seda, incluida), en seis años superaría, económica y tecnológicamente a Estados Unidos. Así que queda poco tiempo para iniciar una guerra exitosa. Tienen un ejército cuyo presupuesto es casi 3 veces superior al presupuesto militar chino, sin contar con el de la OTAN.
Así la Tercera guerra mundial parece venirse, a pasos agigantados, tal y como el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, lo advierte: “Estamos a un malentendido, a un error de cálculo, de la aniquilación nuclear”.
Si alguien sobrevive, podría calcular las ganancias infinitas que generó, para una industria bélica ya fantasmal, tal aniquilación.