Alguna vez, cuando Jorge Glas ejercía la vicepresidencia del país en el Gobierno de la Revolución Ciudadana, el Ejecutivo nos cursó una invitación a un puñado de periodistas y escritores con el propósito de generar un acercamiento del Estado con la cultura. En esa oportunidad le manifestamos al segundo mandatario que celebrábamos el acercamiento estatal, puesto que las relaciones del Estado con la cultura habían sido siempre de mutua desconfianza, y cuando no, de abierto conflicto y conculcación de derechos. Y le pusimos de ejemplo la tristemente célebre frase de Goebbels, ministro de Propaganda nazi que afirmó en una ocasión: “cuando escucho la palabra cultura me llevo la mano al cinto”. Aquello sugería que la visión estatal de la cultura siempre sería represiva o, al menos, indiferente, situación que se vino confirmando en América Latina en las siguientes décadas con ausencia de políticas culturales en los diversos gobiernos de la región. Y llegó la época de regímenes progresistas que hicieron suponer que las cosas cambiarían en favor de las manifestaciones culturales de los pueblos. Se sucedieron los gobiernos de Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela, en mayor o menor medida progresistas, y las cosas no resultaron del todo propicias para las culturas de sus pueblos. Se crearon ministerios de Cultura y persistió la falta de políticas públicas y una burocrática gestión que no se reflejó en el fomento a las expresiones culturales.
Cuando íbamos a convencernos de que la relación de la cultura con el Estado estaba condenada a ser siempre de desconfianza, cuestionamiento y olvido, surge en el contexto del 69 Aniversario de conmemoración del 26 de Julio en Cuba, la intervención de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de la República de Cuba, en la clausura del II Consejo Nacional de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en el Palacio de Convenciones, el 8 de julio de 2022, “Año 64 de la Revolución”. La Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba es una asociación profesional, cultural, y social, que reúne escritores y artistas de diferentes géneros, de nacionalidad cubana o al menos con fuertes vínculos con Cuba que fue fundada el 22 de agosto de 1961, por el poeta cubano Nicolás Guillén. En el seno de este organismo, Diaz-Canel declaró que “la cultura cubana es militante de la vida, no al lado del pueblo sino dentro del pueblo”. Y estas palabras fueron pronunciadas, precisamente, cuando la lucha liberadora del pueblo cubano en contra del bloqueo norteamericano se libra en el terreno de la cultura, Díaz-Canel expresó que “es necesaria una ofensiva creadora frente a la agresividad imperial”.
Extrapolando la afirmación del mandatario cubano, bien se colige que esa ofensiva es imperativa en los demás pueblos de la región latinoamericana contra el enemigo común del norte, que no ha demostrado intenciones de amistad con las naciones de Sudamérica, sino de sumisión unilateral. Díaz-Canel reconoció que “no se han resuelto todos los problemas, pero se les han arrancado buenos pedazos, ni ustedes mismos sean conscientes de lo que están haciendo: El país agradece a sus artistas e intelectuales el aporte que han hecho (…) llevan más de 20 años aportando en asuntos trascendentales para la nación como la formación integral de nuestros ciudadanos o la contribución del arte a la sociedad”.
Durante los duros años de pandemia en los que la cultura resultó ser el sector más golpeado de la sociedad en nuestros países con el cierre de centros culturales, escenarios artísticos, museos y galerías de arte que condenaron a gestores culturales a resistir en la miseria, en Cuba “han sido más productivos de lo que podría esperarse. Nunca como ahora se hizo tan nítida la razón de Fidel al decir que la cultura es lo primero que hay que salvar”.
En la isla caribeña “la pandemia no paralizó a los artistas y a los intelectuales, cuyo empuje fue decisivo para restaurar y recomponer los ánimos de una sociedad golpeada por dos pandemias: la COVID-19 y el bloqueo”, señaló el presidente cubano.
En el seno de las instituciones culturales de la isla se vio “el mérito de haber provocado un debate en torno a los desafíos frente a la ola colonizadora que amenaza con invadir todos los espacios culturales por los canales más sofisticados y diversos”. Y el mandatario evocó el ejemplo histórico: “Una verdad que enorgullece nos acompaña desde 1868: nuestra vanguardia artística y cultural se distingue por haber librado siempre una larga y profunda batalla contra la colonización cultural, pero nadie está en condiciones de afirmar que existe una comprensión absoluta de la gravedad del fenómeno por parte de todos los que realizan algún tipo de trabajo vinculado a la cultura”.
En esa batalla no estuvo ausente la tarea de selectividad cultural como “un filtro purificador de rechazo al consumo cultural acrítico, banal y empobrecedor; pero cerrarle las puertas no basta, es preciso crear, mostrar, viralizar, como se dice ahora, la genuina y poderosa cultura cubana y también universal, en todos los ámbitos, para ganarle la pelea a la mediocridad: Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas, escribió José Martí”.
En esa labor la universalidad e identidad resultan inseparables en la cultura cubana, ambas tributando a la conformación de la originalidad que la distingue. Esa originalidad es pieza clave en la historia de los pueblos. “Por eso el imperio le confiere tanta importancia a la guerra cultural -señaló el presidente cubano-, por eso el asedio, el acoso, el permanente interés por comprar artistas, intelectuales, deportistas, médicos, científicos, en fin, personalidades con reconocimiento social. Para ello se valen de un potente aparato de reproducción ideológica con grandes conglomerados de medios de comunicación, recursos materiales y financieros, que bombardean constantemente ideas, valores y modos de ser.” Y en esa tarea los recursos cubanos y las capacidades de producción que permitirían sustituir buena parte de esos productos hechos para el encantamiento acrítico, hoy resultan muy limitados y en algunos casos inexistentes.
¿Qué hacer entonces frente a esta dolorosa pero innegable certeza? “En primer lugar, siempre será preciso apelar a una de las armas fundamentales del arsenal político de Fidel: educar al pueblo, fomentar una conciencia crítica, un pensamiento crítico que garantice un discernimiento culto de lo que vale y lo que no. Esa conciencia tenemos que formarla, pero también inducirla, teniendo muy en cuenta que los medios y los públicos ya no son los mismos. Se precisa en ese sentido un mayor impulso a la educación audiovisual y a la cultura en el espacio digital”.
Es preciso estimular, desde el conocimiento y la sensibilidad artística, el desarrollo de una cultura del debate desde edades escolares tempranas mediante actividades extracurriculares altamente creativas, concursos, publicaciones digitales, encuentros de opinión, festivales culturales en la escuela, homenaje a grandes figuras, en el seno de nuestras sociedades latinoamericanas.
Cuba resuelve este imperativo con “un sistema nacional de medios de comunicación, un sistema de educación, un sistema nacional de instituciones culturales, un sistema de publicaciones y sitios en el espacio digita (…) buscando lograr la articulación de estos sistemas para la difusión coordinada de ideas, conceptos y herramientas, así las carencias materiales pesan menos, pero las respuestas ideológicas o comunicacionales, que transitan por estos sistemas, tienen que dejar de ser formales y burocratizadas”.
Los pueblos latinoamericanos necesitan una ofensiva absolutamente creadora frente a la agresividad imperial, y aún es muy pobre el uso que les damos a las nuevas tecnologías para la comunicación digital, los podcasts, los videos en YouTube, los blogs de autor, los foros de chat, los grupos de debate en redes sociales, las series para la web. Es imperativo dar el salto, generar contenidos a la altura de las potencialidades de nuestra cultura. Pero para que eso sea posible, aún hay mucho que transformar y que emplearse a fondo en ello, concluye Díaz-Canel.
Entre los requerimientos culturales de hoy “revisando ideas, proyectos, realizaciones, potencialidades, han vuelto a tomar aliento la producción audiovisual y dramatizada; la televisión, el cine y el teatro han confirmado cuánto pueden calar las obras propias y qué hermosos sentimientos despiertan en el alma sensible de las cubanas y los cubanos (…) También los espacios-encuentros como Miradas de mujer, atendiendo nuestros aciertos feministas, y eventos de la literatura, las tradiciones, del humor. Cuba es cultura”, afirmó el mandatario.
Hoy cuando es imprescindible elevar esa obra a los medios tradicionales y, sobre todo, a las redes sociales, considerando las jerarquías artísticas sin censuras de naturalezas ajenas a la creación y promocionando lo mejor, lo que más nos distingue y nos aporta, que combine el buen arte con buenas prácticas en el uso de todas las plataformas, la gestión cultural cubana se yergue como un ejemplo. Ese derrotero muestra cómo hay que atender con inteligencia los consumos culturales de las nuevas generaciones, evitando excluir, por prejuicio, lo que en ocasiones consumen acríticamente. Hay que escuchar, debatir y mover la formación de otros consumos a través del diálogo real y la participación que garantiza mayor integración social.
“El Programa de atención integral a nuestros barrios es, a la vez, un proceso de crecimiento cultural en las formas de convivir, de socializar que se fortalece en el rescate de esencias y tradiciones (…) es cuestión de acompañar el crecimiento sin traumas y sin trampas, y me alegra saber que hemos contado con ustedes para el programa de mejoramiento de la vida en los barrios”, señaló.
La pandemia que puso en tensión todas las fuerzas de resistencias de los pueblos, en Cuba encontró “la respuesta positiva a la demanda de trabajo artístico en las comunidades, en los vacunatorios, en el cine, la televisión, la radio, las brigadas artísticas en hospitales y centros de aislamiento de todas las provincias. Todo fue menos duro por eso y quedó en la memoria del alma cubana, gracias a la obra de los creadores cubanos (…) Esa militancia con la vida, no al lado sino dentro del pueblo, ha puesto a la cultura cubana bajo el fuego de la guerra mediática que se atiza contra Cuba, creyéndose el imperio su propia mentira de que la Revolución vive sus días finales. Conocen, eso sí, el impacto directo de los creadores y artistas en el tejido espiritual de la nación, por eso van con todo contra la cultura. Acosados, agredidos en las redes y en los escenarios, con la misma saña que se persigue en la economía y las finanzas del país, nuestros más valiosos intelectuales y artistas han respondido con serenidad, con valor y con profesionalidad a los peores ataques. No se han dejado arrastrar por la espiral de la ignorancia y el odio de los adversarios sin moral, sin ética y sin obra”.
Esta acción tiene su génesis en una irredargüible frase de Martí: “Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados”.