Jaime Nebot sentado en su estudio con un background de libros detrás guarda la apariencia de un político «estudiado» o de un “intelectual” con ambiciones de poder político. Habla pausado en tono explicativo para vender al país la última ocurrencia socialcristiana: el federalismo. Sustentando la propuesta en “los gravísimos problemas políticos y, fundamentalmente económicos y sociales, que soportamos”, el ex alcalde guayaquileño dice que éstos fueron el detonante del paro nacional, al no resolverse la baja de ingresos y la subida de los precios y los impuestos injustos, políticas del Gobierno central que perjudican al turismo y a la construcción y, en particular, a agricultores, pescadores y ganaderos, entre otros sectores. Frente a esta realidad Nebot propone el federalismo ecuatoriano que sustituya el “Estado fallido” y adopte una división administrativa del país “que, sin dejar de ser unido, sea federal”. Un “Estado federal -dice Nebot- mantiene a un Estado central, debidamente financiado, que gobierna mucho y administra poco”, lo que permite a cada provincia y sus capitales administrar los recursos que les corresponde con potestad de crear rentas propias o tomar decisiones políticas, administrativas y normativas que respondan a sus intereses. En el trasfondo, Nebot pone énfasis en la forma no en el contenido, es decir, en lo político administrativo soslayando lo económico cultural de cada provincia, con lo cual se camufla un conflicto de intereses regionales.
Las objeciones a la propuesta socialcristiana son variopintas y van desde acusar a Nebot de querer desvirtuar el tema central y distraernos en la discusión de los verdaderos problemas nacionales, hasta imponer conductas regionalistas, clasistas o racistas, porque el federalismo propuesto oculta el intento de autonomía de las provincias con que las élites locales han aprovechado como subterfugio jurídico político para tener mayor corrupción, impunidad y prepotencia. Las críticas caracterizan a la propuesta del federalismo como un intento separatista para crear una “república independiente del Guayas” en la que Nebot sea por fin presidente ante el fracaso de serlo a nivel nacional, que no lo será nunca. En otro tenor, las objeciones al proyecto lo acusan de regionalismo guayaquileño, consecuente con un comportamiento histórico cuando en esa ciudad se cambió el nombre del aeropuerto Simón Bolivar por el de José Joaquín de Olmedo, costeño casado con peruana.; mientras los líderes de las élites guayasenses han pugnado históricamente porque Guayaquil sea peruano. Recientemente, la alcaldesa Cynthia Viteri prefirió importar productos de Perú acusando a la sierra de “no querer enviar productos a la costa” durante el paro. La crítica acentúa el hecho de que, históricamente, la sierra pone los muertos y la costa pone los vivos y dicha historia registra hechos en los que siempre Guayaquil quiso ser independiente. En 1827 el cabildo de Guayaquil renuncia a la Constitución de Cúcuta y se aprueba una Constitución en la que nombran jefe civil y militar de Guayaquil a José de La Mar, que luego fue el presidente del Perú que promovió la invasión que desemboca en la batalla de Tarqui en 1929.
Las élites guayaquileñas en la actualidad defienden un federalismo que contempla fuerte presencia de los estados locales, viejo regionalismo que pretende volver al cacicazgo para que las provincias más grandes sean las beneficiadas. Aquello atenta contra el Estado plurinacional unitario, porque desconoce la estructura productiva nacional con un mercado nacional y otro de exportación, por tanto, supone un gobierno central débil frente a un federalismo fuerte para crear su propia república, cuando ya Bolívar les dejó dicho que “una ciudad con un río no puede ser un Estado”.
La propuesta de Nebot habla de equilibrio regional para exigir rentas para Guayaquil. ¿No será que todo resulta ser una estrategia electoral socialcristiana que exacerba el regionalismo costeño para conseguir votos en febrero?
Aclarando conceptos
En cualquier caso, la cuestión federal merece un análisis serio y de fondo. Amerita entender que una nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura. Si una nación se separa o se disgrega en partes como una nueva nación, si se convierte en una federación, la autonomía nacional cultural es artificial y conduce al nacionalismo. La cuestión nacional debe ser resuelta mediante la autodeterminación de los pueblos y la autonomía regional, y a su vez resolver la discriminación de las minorías con plenos derechos para todas las regiones o naciones, incluso aunque se encuentren como minoría.
Es preciso recordar que el concepto de “nación” responde a la época del triunfo definitivo del capitalismo sobre el feudalismo que estuvo ligado a movimientos nacionales contra la división de los territorios en feudos. El Estado nación surge mediante el tratado de Westfalia de 1648, con el cual se acababa con el antiguo orden feudal y se daba paso a organizaciones territoriales definidas en torno a un gobierno que reconocía sus límites y poder como naciones, grupos humanos identificados por características culturales que constituyeron Estados conforme esas similitudes. Este proceso tubo una base económica que estriba en que, para la victoria completa de la producción mercantil era necesario que la burguesía conquiste el mercado interior y que, por tanto, territorios con población de un solo idioma adquieran cohesión estatal. Consecuentemente, por autodeterminación de las naciones se entiende su separación estatal de las colectividades de otra nación, con la formación de un Estado nacional independiente. La historia registra que la identificación del Estado nacional con el mercado nacional, de un tamaño suficiente para permitir a la burguesía el desarrollo del mercado capitalista, se potencia en el periodo del desarrollo de la Revolución industrial del siglo XIX, simultáneo al periodo conocido como nacionalismo en el que se inician los movimientos nacionalistas contemporáneos.
Ejemplos históricos
En la modernidad tres ejemplos valen para ilustrar el concepto de federalismo: el Estado plurinacional del Reino Unido, constituido por cuatro naciones: Inglaterra, Escocia. Irlanda del Norte y Gales, lo que no implica que predomine la conciencia nacional sobre el concepto de lo british o nación británica. El Gobierno Federal Ruso, órgano político que en ese país tiene encomendado por la Constitución el poder ejecutivo federal; sin embargo, en la realidad de la arquitectura institucional rusa de hecho esta potestad es ejercida de forma compartida por el Gobierno con el presidente de la Federación, resultando así una estructura bicéfala del poder ejecutivo. El Gobierno Federal de los Estados Unidos, una federación constitucional de América del Norte compuesta por 50 estados y el distrito federal de Washington, constituido bajo la teoría de la separación de poderes con tres ramas distintas, divididas y separadas: legislativa, ejecutiva y judicial. Los tres ejemplos presentaron problemas en su momento. El federalismo soviético, hoy ruso, no resolvió la cuestión nacional generando las guerras posteriores a la disolución de la URSS. El federalismo norteamericano protagonizó una guerra de secesión o separación y el autonomismo federal británico llevo al país a separarse de la Unión Europea.
En Latinoamérica el último invento de nueva división administrativa territorial lo protagonizó Chile, en 1974, cuando la dictadura militar de Pinochet priorizando a intereses castrenses “regionalizó” al país. La regionalización de Chile respondió a necesidades político-militaristas, no a un desarrollo económico y social, las capitales regionales fueron nombradas en aquellas ciudades donde existía fuerte presencia del Ejercito con sus cuarteles abarrotados de armas letales.
El caso ecuatoriano
El federalismo es un sistema organizativo que se caracteriza por la unión de estados soberanos basada en la no-centralización, en el gobierno compartido y en el respeto a la diversidad. Ecuador es un país que, amerita decir, existe merced a un “accidente histórico”, a un pacto militar establecido entre las fuerzas independentistas provenientes del sur y del norte del continente. En su devenir histórico el país no ha concluido un proceso de unidad nacional en base a una real integración territorial, basada en realidades y necesidades económicas y culturales que se expresan en anacrónicos regionalismos separatistas que no han resuelto, ni resolverán por decreto, los vicios estructurales del centralismo o concentración de recursos en la capital. Pese a que la Constitución del 2008, actualmente vigente, consagra un Estado unitario integrado plurinacional e intercultural. El proyecto histórico del Estado de García Moreno fracasó. No solo ese proyecto, también el que diseñaron los amantes del todo-Estado que creyeron cobijar todas las diferencias en la Constitución de Montecristi.
Las actuales élites oligárquicas del país que consagran el Ecuador neoliberal, quieren además santificar una fuerza hegemónica para realizar el sueño de autonomía de la «prosperidad y las oportunidades» localistas, en detrimento del resto del país que han demostrado ser incapaces de gobernar.
Ecuador no necesita un federalismo impuesto por circunstanciales condiciones regionalistas sino repensarnos como país en términos de convivencia unitaria y armónica que incluye, como es obvio, a los ecuatorianos históricamente menos favorecidos: las naciones y pueblos ancestrales, las clases explotadas, los sectores etarios y de género excluidos. Amerita dar respuesta al marco político institucional que más nos conviene como nación, verificar si es compatible con intereses ciudadanos colectivos, confirmar si esta es la vía para acabar con el centralismo o existen otras fórmulas viables.
A ver si solo así es posible alcanzar la Patria Grande, engrandeciendo nuestras pequeñeces en una gran Nación.