En el amor y en la política, lo que no mata fortalece, en la historia sucede lo mismo. La Asamblea Nacional debatió y votó sobre la propuesta de destitución del presidente de la República y con 84 votos a favor y 42 en contra y 11 abstenciones, el Legislativo decidió no dar paso a la destitución de Guillermo Lasso, fortaleciendo circunstancialmente al mandatario. Unes, la bancada proponente, sustentó su petición en el artículo 130 de la Constitución del país, que establece que el Parlamento puede destituir al mandatario en los siguientes casos: Por arrogarse funciones que no le competan constitucionalmente, previo dictamen favorable de la Corte Constitucional. Por grave crisis política y conmoción interna. Con un 82% de rechazo ciudadano a su gestión y con ocho de cada diez ecuatorianos que no cree en su palabra, el presidente ecuatoriano mantuvo su cargo merced a una decisión parlamentaria que denota la correlación de fuerzas legislativas.
Defendiéndose en dos frentes -la Asamblea Nacional y la calle- el régimen de Lasso enfrenta la mayor falta de gobernabilidad registrada por un presidente luego del retorno a la democracia en el país en 1979. La lectura de los hechos motivó la reacción del mandatario quien señaló que había “prevalecido la institucionalidad”, así como también indicó que ahora se debe “recuperar la paz”. El coyuntural fortalecimiento político del Lasso radica en la opción que tiene el mandatario de aplicar la muerte cruzada e inaugurar un periodo de hiperpresidencialismo que, en opinión de observadores, no contribuiría a la paz social.
Más allá del salvataje presidencial en la persona del mandatario, lo que importa es que el país continúa gobernado bajo el proyecto neoliberal que fue salvado por quienes rechazaron la moción de destitución presidencial. En la última votación se registraron votos favorables a la destitución que provinieron de las bancadas Unión por Esperanza (UNES), Pachakutik, los disidentes de la Izquierda Democrática, ex Pachakutik y ex miembros de la bancada oficialista Acuerdo Nacional, mientras que bancadas del Partido Social Cristiano y la Izquierda Democrática manifestaron su rechazo a la destitución presidencial.
La decisión socialcristiana es coherente con su carácter de clase: el asunto era salvar el proyecto político neoliberal de la derecha; en el caso de la ID se confirma la inconsistencia ideológica del partido que otrora se opuso a la dictadura de Pinochet y que hoy desdice con su actuación la definición política de sus líderes históricos. La decisión pasará factura en las elecciones de febrero 2023 a los que sostuvieron a Lasso en el poder.
Reacciones
“Lo que toca ahora es humildad para reconocer errores, decisión para enmendarlos y constancia para apuntalar aciertos”. La frase forma parte de lo que escribió en su cuenta de Twitter uno de los consejeros del presidente Lasso. En seguida añadió que el régimen requiere, además, “fortaleza para seguir adelante y agradeció “a todos quienes defendieron la paz y la institucionalidad frente al golpismo”. Fortaleza por demás precaria para enfrentar tres años de gobierno restante con asesores y consejeros que no contribuyen, precisamente, a esa fortaleza.
En una visión de la prensa internacional se sostiene: “El multimillonario banquero y lavador de dinero Lasso no comprende el país en que vive ni es capaz de leer la gravedad de la coyuntura. Que se olvide Lasso de que podrá doblegarlo con represión y seguir aplicando su neoliberalismo recargado. Ocho de cada diez ecuatorianos no creen en él y 82 por ciento consideran “mala” o “muy mala” su gestión. El banquero carece de legitimidad y existen caminos constitucionales para relevarlo del cargo si no accede a las justas demandas populares”.
El mandatario ecuatoriano sobrevive a la crisis premunido de un salvavidas precario, momentáneo e impopular.