Jugar con la paz suele ser tan peligroso como jugar con la guerra. Y hay muchas formas de burlarlas. Sentarse a dialogar y al mismo tiempo desacreditar a la contraparte es una jugarreta maquiavélica que pone en riesgo la paz social. Deslegitimar al enemigo es una estrategia propia de quien no cree en el diálogo como vía de solución de los conflictos. Y existen diversas formas de hacerlo, desde desconocer su liderazgo frente a los suyos, hasta cuestionar la legitimidad de su representación frente a sus bases. Eso es lo que exactamente está haciendo el gobierno del presidente Lasso con Leonidas Iza a quien calificó de “oportunista”.
Lo clamoroso del tema es el grado de desconocimiento que tienen los funcionarios del régimen acerca de la realidad indígena, sus formas de vida, su cultura y mecanismos de organización social, ignorancia respecto de su democracia que, por cierto, se contrapone en sentido y forma a la democracia formal mestiza. Y lo que es más grave, los asesores del presidente Lasso desconocen las expresiones políticas del mundo ancestral. No saben, por ejemplo, que el desconocimiento de la dirigencia indígena equivale a desconocer sus colectivos, desconocer a sus líderes es desconocer a toda la comunidad.
No tienen conocimiento de cómo los pueblos y nacionalidades ancestrales practican la democracia interna en sus organizaciones comunitarias. Desconocen que el diálogo no es una mera formalidad sino la práctica colectiva ejercida para escuchar y ser escuchados sobre los diversos problemas y soluciones tratados de manera plural. Y que una vez alcanzados los acuerdos colectivos éstos son sagrados, obligan y comprometen a todos y cada uno de los miembros de la comunidad.
Es imposible que Leonidas Iza haya perdido el control de las manifestaciones, precisamente por esta voluntad colectiva surgida de manera espontánea que está en la esencia de la cultura comunitaria, donde no hace falta la autoridad coercitiva sino el sentido de identidad y pertenencia al grupo ancestral. El liderazgo indígena, a diferencia del mestizo, es una corriente de influjo y unidad grupal basada no en el mando sino en el prestigio, en la sabiduría dada por la edad y la experiencia vital demostrada en momentos claves de la coexistencia colectiva. Los pueblos ancestrales mantienen veneración por sus ancianos, por experiencia y sabiduría. En el primer caso por experiencias vividas en el segundo por experiencias adquiridas.
Esa didáctica vital hace del líder ancestral un sabio entre los suyos. El líder es el heredero del curaca, jefe político y administrativo del aillu, una forma tradicional de comunidad social originaria de la región andina, especialmente entre los aimaras y quechua. El aillu era un grupo de familias que se consideraba descendiente de un lejano antepasado común, con un territorio con límites precisos. Luego de la conquista por parte de los españoles los hispano hablantes empezaron a conocerle al curaca con la voz de cacique, que denota autoridad. En el aillu se practicaba la democracia ancestral basada en el diálogo y en el respeto absoluto por el liderazgo del curaca, legitimado ante su comunidad por experiencia y sabiduría.
Es un grave error que comete el mestizaje racista al deslegitimar al líder en un acto impolítico, equivale a deslegitimar la democracia ancestral basada en los consensos fruto de los diálogos colectivos de la comunidad. Enviar a dialogar a emisarios sin autoridad ni capacidad de tomar decisiones, es irrespetar al interlocutor en un juego de diálogo infructuoso e insincero. Pretender resolver con represión lo que no se logró con dialogo, e importar gases lacrimógenos desde Brasil y Colombia para enfrentar una crisis que ya no se silencia con bombas, es inútil. El régimen del presidente Lasso desoyendo los clamores de la historia, por tanto, ignorando sus enseñanzas solo escucha o se hace escuchar entre asesores incultos e impolíticos que prefieren calificar de “terrorista” a su interlocutor social, con quien se niegan a dialogar porque con argumentos les estaba ganando la partida.
El diálogo se suele romper como síntoma de prepotencia o debilidad, una explosiva mezcla en coyunturas de crisis. Desinteligencia suprema de quien pretende gobernar un país. Debemos aprender como sociedad del sacrificio y ejemplo ancestral. Nuestra escuálida y fallida democracia deberá nutrirse de su ejemplo. El desentendimiento no es victoria en una sociedad que fracasa vencida por el racismo mestizo. Es de esperar que la historia nos dé la oportunidad de aprender a tiempo la lección.