Habían permanecido en silencio. Un silencio histórico que imperaba en la mayoría de los 27 campanarios de las iglesias, conventos y monasterios del Centro Histórico de Quito. Pero aquel mutismo del bronce se rompió la mañana del 22 de junio cuando la movilización popular en la ciudad sacudió la amnesia que en el tiempo nos hacía olvidar que las campanas doblan para anunciar misas y procesiones, duelos y nacimientos, fiestas, tormentas y revoluciones.
Las campanas quiteñas tañen en nombre de la paz, según se interpretó. Se dejaba oír el lenguaje sonoro de las iglesias, de la Iglesia católica, repicando por la convivencia armónica en el Ecuador. El concierto consonante de las campanas rimaba con el espíritu pacifista del pueblo ecuatoriano, espíritu también justiciero y libertario que levanta la voz cada vez que siente mancillada la dignidad de sus derechos conculcados.
La Conferencia Episcopal Ecuatoriana explicó los motivos de la protesta social: “el malestar existe por la pobreza, corrupción, inseguridad social. No se pueden sentar a dialogar, hay que buscar consensos que beneficien a todos, a las clases más empobrecidas, los temas del diálogo deben ser previamente consensuados, del diálogo del 2019 quedó un sentimiento de frustración, necesitamos politólogos que nos digan qué hacer más allá de las recetas. Nosotros tenemos que resolver nuestros propios problemas”.
El tañer de las campanas era el gesto simbólico de la Iglesia que busca acallar el estallido de las bombas policiales, el fogonazo de los perdigones mercenarios disparados desde el edificio de la Contraloría contra miles de manifestantes, y el plañir de las sirenas de las ambulancias asistiendo a los heridos. Las campanas doblan contra la represión policial y militar, contra el avizoro de los helicópteros que sobrevuelan la ciudad vigilando hacia donde se dirige el pueblo en marcha por su demanda social.
En la historia las campanas tañen a muerte. Por quién doblan las campanas, -en inglés For Whom the Bell Tolls-, es la novela publicada en 1940, escrita por el norteamericano Ernest Hemingway que participó en la guerra civil española como corresponsal, pudiendo ver los acontecimientos que se sucedieron durante la contienda. La muerte es uno de los temas principales de la novela, la camaradería y el sacrificio popular abundan a lo largo de la obra como una crónica de vida frente a la muerte.
Las campanas quiteñas tañen a paz, convocando al diálogo. El presidente Guillermo Lasso, en un gesto impunemente propagandístico, mediáticamente manipulador, vestía atuendo castrense queriendo enfatizar su instinto belicista. Ataviado de militar dijo querer dialogar, pero ordenó movilizar 25 mil efectivos de las fuerzas armadas y otros tantos policías para reprimir al pueblo en las calles. Mientras tanto la Asamblea Nacional se ofrece mediar en el diálogo, como si su función fuera fungir de neutralidad. El Legislativo debe ser veedor garante, bajo fiscalización, de los ofrecimientos del Ejecutivo, sin soslayar su responsabilidad, para eso el pueblo paga un sueldo a los legisladores como empleados encargados de precautelar la democracia. Pero no podrá haber democracia sin derechos, ni derechos sin justicia, por lo mismo que no puede haber paz sin dialogo.
¿Por quién doblan las campanas?
Como en la nóvela de Hemingway, las campanas quiteñas han de doblar por los caídos. Doblan por la cultura mancillada, por la justicia ausente, por los derechos conculcados, por las tradiciones ancestrales pisoteadas.
Mientras las campanas doblen habrá esperanza, mientras repiquen y su tañer nos convoque al entendimiento habrá paz. Mientras la justicia impere habrá convivencia en libertad. Mientras el pueblo marche pacífica, decididamente, por sus derechos se impondrá la verdad.