El racismo practicado por el mestizaje ha tenido diversas manifestaciones en Ecuador, desde coloniales formas de huasipungo hasta la discriminación racial más sofisticada en décadas recientes. El proceso de democratización política del país, iniciado partir del año 1979, abrió las puertas a los pueblos indígenas a una integración gradual en las instancias del Estado y la sociedad civil. Este fenómeno tuvo dos aristas, por un lado, generó nuevas expresiones de racismo mestizo de parte de élites civiles que reemplazaron a los militares en el poder; y, por otra, el proceso condujo al movimiento indígena a abandonar todo intento de cambio social radical, para orientar su acción a un cambio solo de régimen.
En ambas circunstancias la sociedad ecuatoriana acuñó el concepto de ponchos dorados, para referirse a representantes de la dirigencia política e intelectual de los pueblos ancestrales. Caracterizando esta elite indígena, Gema Tabares Merino señala en su investigación que se trata de “un grupo minoritario, que se denominaron líderes y representantes de los indígenas. Estos revolucionarios que “exigían beneficios” sociales son unos pocos ponchos dorados que el pueblo ecuatoriano tiene bien identificados. Por supuesto, durante mi trabajo de campo comprendí que, al utilizar la noción de poncho dorado, operaba esa colonialidad del poder, mediante el racismo como fórmula”.
El apelativo de ponchos dorados hacía referencia a Lourdes Tibán, Salvador Quishpe y Auqui Tituaña, representantes históricos del indigenismo. El surgimiento de las élites indígenas es producto de un largo proceso, y se define por posiciones privilegiadas, ya no en las relaciones de producción, sino en la dirección política de las sociedades y se cohesionan como grupos con identidad de clase, es decir, como clase social dominante para sí misma. La noción discursiva de poncho dorado resultó un término emparentado con el racismo; surgió en el marco de la ejecución del Proyecto de Desarrollo de los Pueblos Indígenas y Negros del Ecuador en 1998, y se vinculaba directamente con el salario que ganaban los técnicos indígenas que laboraban en él, concluye Tabares.
Sea que fuera materializado en una realidad histórica o estigmatizado en un discurso racista, el apelativo de poncho dorado es una marca que prejuzga, excluye y condena en un relato de innegable intención política. La propia dinámica social del país generó una cuestión que requiere respuesta: ¿para que sirvió usar esta representación, fue útil para ayudar a debatir cómo los intelectuales indígenas estaban dotados en la lucha histórica de la construcción del Estado plurinacional? Evidentemente no. Su utilidad radica en que abrió paso a otra pregunta en torno a las categorías racismo, etnia, clase: ¿pueden los indígenas ser élite?
La historia entregó la respuesta. En la medida de que las movilizaciones reivindicativas de los pueblos indígenas se dinamizaron en los años noventa con levantamientos que llevaron al derrocamiento a presidentes, las dirigencias experimentaron cambios generacionales con nuevos elementos que cogieron la posta de sus líderes históricos. En un momento ya no se habló de élites indígenas y el pocho cambio de color: de ponchos dorados a ponchos rojos.
La neoliberalizacion del país con el advenimiento de una nueva clase plutocrática radicalizó al movimiento indígena fruto de una madurez política y amplitud ideológica que le permitió tener una visión de conjunto de la sociedad y sus necesidades de transformación social vinculadas a sus demandas étnicas de interculturalidad y plurinacionalidad.
Actualmente, en momentos que el país vive un nuevo levantamiento indígena, el conflicto radica en que el Estado posneoliberal entiende el proyecto político de la Conaie -con base en la interculturalidad y la plurinacionalidad- como una simplificada y reducida versión folclórica de los símbolos de los pueblos y nacionalidades ancestrales, y no como un verdadero cambio paradigmático para el quehacer político del buen vivir.
Si se analizan los 10 puntos planteados por la Conaie en su plataforma con la que llamó al paro nacional indefinido, se observa que reflejan una evidente preocupación y una clara representación de intereses de la sociedad mestiza en general. No obstante, un sofisticado racismo estimula un militarismo irreflexivo constituyendo una mezcla tóxica que, en la respuesta política oficial al paro, se traduce en indiferencia y represión. Las jornadas de protesta social que entran en su décimo primer día arrojan el resultado de víctimas mortales, varios heridos y detenidos, circunstancias que enardece aún más la acción de protesta como ocurrió en la ciudad del Puyo ante el asesinato del dirigente indígena Byron Guatatuca. La Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confenaie) comunicó el deceso en su cuenta de Twitter. Un video publicado por la Confederación es muy gráfico cuando muestra la violencia del impacto que Guatatuca recibió en su rostro. Su cuerpo, tirado en la calzada, y con la camisa levantada hasta el pecho, es rodeado por algunos de sus compañeros, y por un charco de su propia sangre. “¡Está respirando, está respirando!”, grita alguien. “Pero no, ya no respira, le mataron, le mataron”, dice otra voz. La versión policial indica que «se presume que la persona falleció a consecuencia de la manipulación de un artefacto explosivo».
Para aclarar la presunción policial, Human Rights International ha solicitado “a la Fiscalía de Ecuador y a la Policía Nacional un informe sobre la muerte del ciudadano Byron Guatatuca, además de una investigación exhaustiva sobre este caso. Vean las fotos… que tan cerca le dispararon al señor Byron Guatatuca para incrustarle la bomba en el ojo y el cerebro… Tengan un poco de compasión y humanidad contra seres humanos que sólo protestan por el hambre…Ya basta no se dejen utilizar para reprimir y asesinar por un par de psicóticos como Carrión y Lasso…”, señala el comunicado.
En un escenario de discriminación y exclusión del Estado ecuatoriano, el movimiento indígena plantea la creación de un proyecto político nacional incluyente: el Estado plurinacional, que significa “una reformulación de la democracia”. La salida a la crisis tiene dos caminos: uno legal, otro político. En el primero existe la alternativa constitucional de la «muerte cruzada», opción que no se descarta desde las esferas del poder. En términos políticos, existe la necesidad del diálogo que debe ser sincero, con una agenda concreta y acuerdos vinculantes. Una tercera vía popular es la exigencia incondicional de que se escuchen de manera urgente las demandas ciudadanas al clamor de los ponchos rojos.