El estallido social que recorre Ecuador confirma en el noveno día de paralización, un escenario de importante represión policial y militar en diversos puntos del país. Manifestantes provenientes de provincias en su intento de ingresar a la ciudad capital fueron interceptados por efectivos policiales y militares premunidos de bombas lacrimógenas e implementos antimotines desde tempranas horas de la mañana. La escalada represiva responde al uso progresivo de la fuerza aplicada por la Policía Nacional y las FFAA al amparo del estado de excepción que rige en seis provincias del país. En respuesta al paro que convocó la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), el régimen procedió a la detención del dirigente del movimiento, Leonidas Iza, situación que aceleró el estallido popular y provocó que la Conaie se mantenga “movilizada hasta que el gobierno diera respuesta a sus demandas”.
El guión de esta trama local no difiere de lo ocurrido en otros países de la región. Una vez más, el libreto de la represión se ha puesto en funcionamiento, con un primer momento de deslegitimación de la movilización en los medios de comunicación mediante la difusión de fake news concebidos por los servicios de Inteligencia y el ministerio del Interior.

Lecciones históricas
Los pueblos que no aprenden de la historia están condenados a repetirla. Los estallidos sociales de Chile y Colombia que comenzaron con el descontento popular, terminaron con la elección de gobiernos progresistas. Tanto va el agua al cántaro que al final se rompe. La tozudez de regímenes que reiteraron hasta las náuseas políticas neoliberales de gobiernos que desoyeron al pueblo y solo escucharon el recetario fondomonetarista, terminaron estimulando a millones de ciudadanos que salieron a las calles a exigir cambios políticos. Una vez más vemos a Ecuador, como vimos a Chile o a Colombia, sacudido por un estallido social que evidencia la incompatibilidad entre el neoliberalismo y la democracia.
En Ecuador todavía tenemos pendiente aprender la lección. Los propagandistas del régimen hacen aparecer al presidente Lasso en un spot en el que se acusa a los manifestantes de “causar el caos con fines de derrocar al gobierno”. En el mismo audiovisual se concluye que el dilema de Ecuador es “entre democracia o caos”, sin comprender que democracia en términos clásicos es un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes. Y que en términos prácticos esa democracia supone la participación de la ciudadanía como factor que materializa los cambios sociales.
La democracia no es un orden formal oficializado por la propaganda, sino una forma de gobierno donde el poder es ejercido por el pueblo mediante mecanismos legítimos de participación en la toma de decisiones. Esa misma participación democrática otorga al pueblo la opción de pronunciarse entre neoliberalismo y democracia. Ese es el dilema hoy día en el Ecuador, vivir bajo un régimen antidemocrático o en un sistema cuyos signos democráticos son claros: Estado de derecho donde se acaten las normas consagradas en la constitución. Libertades individuales y sociales, libertad de prensa y opinión, y libertad de las personas para crear asociaciones cívicas, económicas, culturales o partidos políticos. División de poderes, con explícita separación de poderes en órganos legislativos, ejecutivos y judiciales para evitar la concentración de la autoridad en un individuo o la intromisión de un poder en otro.
Ante las protestas, la activación del aparato represor, combinado con la destrucción de la imagen de toda disidencia que pasa a ser «enemigo del Estado» y la utilización del poder judicial y policial ya son herramientas del libreto que lleva años reproduciéndose en América Latina. Las enseñanzas de otros países marcan un camino por el que se debe transitar para que el estallido sea la chispa que permita la acumulación de fuerzas con capacidad para generar alianzas, complicidades y diálogos capaces de traducirse en una victoria electoral de lo popular con capacidad transformadora.
Condiciones de diálogo
El gobierno, presionado por las circunstancias, ha aceptado la “convocatoria al diálogo” hecho por más de 300 organizaciones sociales. Pero el diálogo precisa de dialogantes con credibilidad y tiene un tiempo de concreción, cuando las partes ya no son creíbles, el diálogo pierde representatividad. El diálogo debe ser, además, expresión de buena fe. Si se estigmatiza y deslegitima al interlocutor acusándolo de estar financiado por el narcotráfico es probable que se lo inhiba de acudir a dialogar desprejuiciadamente. El dialogo prosperará siempre y cuando se lo convoque sin prejuicios. Es hora de superar la tesis del “enemigo interno” para entender que se está dialogando con sectores sociales.
El presidente de la Conaie condicionó el diálogo y solicitó al gobierno las condiciones para tener una asamblea popular, derogar el decreto del estado de excepción, y poner fin a la “estrategia del uso de la fuerza”, porque “el espíritu bélico ha aumentado los ánimos de los que vinimos por respuestas y solo tuvimos balas”.
La Iglesia, a través de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, manifestó que “el malestar existe por la pobreza, corrupción, inseguridad social. No se pueden sentar a dialogar hay que buscar consensos que beneficien a todos, a las clases más empobrecidas, los temas del diálogo deben ser previamente consensuados, del diálogo del 2019 quedó un sentimiento de frustración, necesitamos politólogos que nos digan qué hacer más allá de las recetas. Nosotros tenemos que resolver nuestros propios problemas”.
Los gobiernos que no logran ver ni oír a sus mandantes, corroen las bases de su propia estabilidad, tarde o temprano terminan comprometiendo el proyecto político que defienden sus representantes más allá de su gestión. Una vez más vemos a Ecuador, como vimos a Chile o a Colombia, sacudido por un estallido social que evidencia, en los actuales momentos, la incompatibilidad del neoliberalismo y la democracia. En ambos casos no se salvó el proyecto ni la persona que desde el poder lo propiciaba.