Una de las grandes idealizaciones dice que la figura del padre representa un sinfín de responsabilidades, destrezas, deberes; pero más aún de experiencias y satisfacciones. Que la figura paterna en la familia es sinónimo de seguridad, afecto, apoyo y, sobre todo, de ejemplo en el crecimiento de los hijos, puede ser un gran mito. No obstante, hoy en día, es más común el involucramiento del padre en el desarrollo de sus hijos, especialmente en las actividades cotidianas. Satisfactoriamente, ya que la participación y cercanía de los padres durante el crecimiento de sus hijos, contribuye en el desarrollo pleno de sus capacidades afectivas, sociales y emocionales. Un padre presente en la vida de sus hijos es un gran aporte a una sociedad armónica.
En términos singulares, desde aquel mítico relato bíblico acerca de Jesús en la cruz: “Padre, por qué me has abandonado”, el patriarcado fomentado por las religiones se ha visto abocado a construir una identidad paternal socialmente útil. La historia se encarga de evidenciar el fuerte contraste que existe entre la vivencia de padre y la expectativa social al respecto. Contraste que se hace más evidente conforme la paternidad va adquiriendo elementos de presencia, de cercanía, de afectividad, alejándose del modelo del padre ausente, proveedor y guerrero, que tan funcional ha sido para el patriarcado desde su instauración hasta nuestros días.
Patriarcado y paternidad tienen similar raíz y un mismo origen. La especie humana en la etapa sedentaria fue acumulando riqueza y con ella la urgencia de regular la propiedad privada y las condiciones sociales de la herencia. El sistema patriarcal se vio en la necesidad de estructurar las relaciones del ser humano con la producción material; es entonces cuando se privilegia, social y familiarmente al género masculino como depositario de la prerrogativa de regentar los recursos que permiten la reproducción del clan. Surge allí la paternidad como un reconocimiento, un título amparado en las leyes que privilegian el rol masculino. Legitimidad que hace padres a unos, herederos a otros e invisibilizadas a las gestoras del trabajo feminizado; una función social tanto o más necesaria para la supervivencia de las criaturas que el apellido o la estirpe. Visto así, cercana o distante de la condición biológica, la paternidad es una institución socialmente impuesta. No se suele ser completamente padre hasta que el conglomerado social no te reconoce como tal.
Patética evocación del padre ausente, socialmente vencido, es el episodio histórico cuando Fresia, mujer del cacique mapuche Caupolicán, torturado por el colonizador español, le dice a su esposo: “Toma, toma a tu hijo, que era el nudo con que el lícito amor me había ligado; que el sensible dolor y golpe agudo estos fértiles pechos han secado: críale tú, que ese cuerpo membrudo en sexo de hembra se ha trocado; que yo no quiero título de madre del hijo infame del infame padre”.
Estos abandonos sociales del rol paternal no dejan de ser significantes para la psicología humana. La función paterna en la clínica psicoanalítica constituye un epicentro crucial en la estructuración psíquica del sujeto, puesto que esta función es la que permite vehiculizar al significante fálico que es lo que separa a la madre del hijo, introduciéndose de esta manera la castración, y colocando así al sujeto en una posición de falta. La función paterna posibilita esa condición de falta que permite el deseo, y la demanda, siempre metonímica e inagotable, pues remite a la carencia generada siempre por la castración. La función del padre simbólico como soporte de la ley al prohibir el incesto, posibilita el ingreso del sujeto al orden de la cultura y accediendo el niño a la metáfora paterna se instala en el orden simbólico, afirman los especialistas.
En la moderna sociedad patriarcal, la figura jurídica de la patria potestad regula las relaciones de los padres con los hijos dependientes y supone deberes, aunque también reconoce el derecho de un hombre con respecto a una criatura en igualdad con la mujer que lo ha parido. Sin embargo, existe un contraste en la medida en que la paternidad adquiere presencia, proximidad con sus afectos, y se aleja del paradigma del padre ausente proveedor y guerrero, tan funcional al patriarcado hasta nuestros días, dando a la paternidad una dimensión formal e identitaria asociadas al privilegio.
El Día del Padre es una buena ocasión para reflexionar si estamos alimentando la identidad patriarcal que formaliza la relación padre-hijos desde la propiedad o si, contrariamente, la vinculamos con vivencias cotidianas que algunos tenemos como papás y con la experiencia afectiva que nuestros hijos (as) tienen con sus padres como referentes masculinos entrañables. Esa dimensión identitaria parece reivindicarse con fuerza adaptada a los tiempos, en que el nuevo paradigma social no es ya el padre ausente sino el padre igualitario, en todo caso más funcional, que requiere de la mujer en su rol protagónico social. Aunque el patriarcado no dé tregua e imponga una definición de paternidad desde lo hegemónico que se expresa en relaciones familiares de un paradigma cultural al servicio del statu quo, propias de la cultural capitalista y neoliberal.
Si bien ser padre continúa siendo una asignación otorgada, a través del sistema que nos hace participes del privilegio y no tiene sentido de cara a los cuidados y el bienestar social, la vivencia de la paternidad no cabe en un título etario, solo se consolida con el reconocimiento de hijos e hijas en una relación entrañable con el padre presente. Nos queda por aprender a relacionarnos con una paternidad que no sea ampulosa, defraudadora, puesto que podríamos estar reproduciendo una identidad patriarcal que siga perpetuando el privilegio doméstico. Siempre será mejor un padre ausente que un padre simulador que ejerce una autoridad impostada.
Aspiramos a que los padres nos encontremos cada día más en la vida con nuestros hijos (as), que en el reconocimiento social nobiliario, para que la paternidad sea una experiencia de apoyo mutuo con ellos, antes que una categoría patriarcal que nos contradice con su amor filial.