Observadores afirman que el adjetivo “fascista” se aplica con fines peyorativos de manera extendida en el lenguaje coloquial, con frecuencia en todo tipo de literatura, a efectos polémicos más allá de una correspondencia con la ideología de los regímenes políticos fascistas. En rigor, el término fascista no es un adjetivo sino un sustantivo que se materializa en la acción política de extrema derecha e ideas y actitudes racistas, intolerantes o autoritarias; y al desprecio por el diferente, el marginado, el que no piensa del mismo modo.
El fascismo histórico, así como su versión renovada neofascista, usualmente incluye ingredientes de nacionalismo, populismo, antinmigración, conservadurismo religioso, xenofobia; o donde es relevante el indigenismo, supremacismo y el anticomunismo, y de manera general la oposición al sistema parlamentario y la democracia liberal, que se incorporan a las políticas de una forma de gobierno que ejerce autoridad mediante el orden, a través de la militarización de los estamentos sociales y la propaganda desplegada en los medios informativos.
A propósito de la respuesta que está dando el gobierno de Guillermo Lasso al paro indefinido decretado por diversos sectores sociales, múltiples reacciones provocadas por la detención del dirigente indígena, Leonidas Iza, sostienen que el régimen con “el apresamiento ilegal del presidente de la CONAIE puede marcar la instalación del fascismo con botas y garrotes, además del fascismo de escritorio que realizan fiscales y jueces al servicio del régimen”, como escribió el colega periodista Romel Jurado en su cuenta de Twitter.
Para contrastar esta afirmación amerita confrontarla con la realidad sustantiva del fascismo histórico, movimiento fundado en Italia por Benito Mussolini, en 1919, concluida la primera guerra mundial. El fascismo fue una ideología, un movimiento político y un gobierno de carácter totalitario, antidemocrático, ultranacionalista y de extrema derecha, considerado como el mayor desafío que haya existido a la democracia liberal y al sistema de valores ilustrados.
Entre los rasgos del fascismo se encuentra la exaltación de valores como la patria o la raza para mantener permanentemente movilizadas a las masas, lo que llevó con frecuencia a la opresión de minorías, por su importante componente racista y de la oposición política, además de un fuerte militarismo.
Rigurosamente, no existe una ideología ni forma de gobierno «fascista» sistematizada y uniforme en el sentido que sí tendrían otras ideologías políticas contemporáneas, pero sí es posible identificar a los enemigos de esta tendencia de extrema derecha: el anarquismo, el marxismo, la socialdemocracia, el socialismo y el comunismo. El fascismo, políticamente, se presenta como una tercera vía que se caracteriza por eliminar el disenso: el funcionamiento social se sostiene en una rígida disciplina y apego total a las cadenas de mando, y en llevar adelante un fuerte aparato militar, cuyo espíritu militarista trascienda a la sociedad en su conjunto, unido a la exaltación de valores castrenses y un nacionalismo fuertemente identitario con componentes victimistas, que conduce a la violencia belicista en contra los que define como enemigos. El fascismo niega que la violencia sea automáticamente negativa en la naturaleza, y ve la violencia política, la guerra y el imperialismo como medios para lograr una «regeneración», los fascistas consideran a la democracia liberal como obsoleta. El fascismo es una ideología política y cultural fundamentada en un programa de unidad nacional que, bajo la idea de un «encuentro» social, pretende resolver el conflicto de clases, bajo la idea de nación por sobre el individuo o clase, suprimiendo la discrepancia política en beneficio de una aspirada gobernabilidad y los deberes estatales en beneficio del privatismo.
Para ello el fascismo inculcaba la anuencia obediente de la ciudadanía, idealizada como protagonista del régimen para proyectar una sola entidad socio espiritual indivisible con el ente oficial. (“Juntos lo logramos”). El fascismo utiliza los medios de difusión para juzgar a la gente no por su responsabilidad personal sino por la pertenencia a un grupo. Aprovecha demagógicamente los sentimientos de miedo, inseguridad y frustración colectiva para exacerbarlos mediante la represión o la propaganda, y los encamina contra un enemigo común -real o imaginario-, que actúa de chivo expiatorio, frente al que debe volcar toda la agresividad de manera irreflexiva, logrando la unidad y adhesión -voluntaria o forzada-, de la población.
¿Neofascismo criollo?
¿Qué rasgos exhibe el régimen de Lasso para ser calificado de neofascista? El gobierno identifica y posiciona a su enemigo en los «desestabilizadores» del gobierno, posicionados en la trilogía indígena, socialcristiana y correísta; volcando el rechazo de manera obsesiva contra el “correísmo”, en busca de la unidad y adhesión de la ciudadanía. El fascismo rechaza la tradición racionalista y adopta posturas de desconfianza en la razón y exaltación de los elementos irracionales de la conducta, los sentimientos intensos y el fanatismo. Se busca con todo cinismo la simplificación del mensaje, con absoluto desprecio por sus destinatarios. La propaganda oficial se limita a un número pequeño de ideas repetidas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas, pretende que si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad: «Gobierno del encuentro. Juntos lo logramos», etc.
El principal dirigente indígena de la Conaie, Leonidas Iza, hoy detenido por el régimen, había resaltado los diez reclamos del paro: la reducción y congelamiento del precio del combustible; el refinanciamiento de deudas por un año para el sector agrícola; el control en los precios de los productos para el campo; la no precarización de la jornada laboral; la revisión de los proyectos extractivistas; el respeto de los derechos colectivos, como la educación bilingüe y la justicia indígena; la no privatización de los sectores estratégicos; el control de la especulación de precios; un presupuesto digno para la salud y educación y la generación de políticas públicas de seguridad.
Los voceros oficiales, en respuesta insisten en crear la imagen de un país idealizado, inexistente -“estamos en recuperación económica, no podemos paralizar al país”-, seguida de afirmaciones sentenciosas: “La movilización o manifestación anunciada, en la práctica, es una semana de carreteras y pozos petroleros bloqueados, secuestros de policías y militares, saqueos, etc. Lo disfrazarán de lucha social para provocar victimizarse. ¿Quién se beneficia de otra protesta sin límites?”, dijo el ministro del Interior, Patricio Carrillo.
El lunes pasado por la tarde, el ministro Carrillo, advertía en declaraciones de prensa que «la Policía Nacional actuaría en flagrancia». Al contrario, se estaban iniciando investigaciones previas para detener a los autores materiales e intelectuales de la convocatoria a esta paralización nacional. Tras el pronunciamiento de Carrillo, Iza en su cuenta de Twitter había manifestado que le resulta un anuncio para “la represión que hará contra la población civil”, en el marco de las movilizaciones; “Muy grave que @CarrilloRosero desde ya anuncie la represión que hará con la población civil. Le recordamos que tiene una denuncia por delitos de lesa humanidad por la masacre de octubre 2019 y que la Constitución garantiza el derecho a la protesta y resistencia social”.
La desinformación, la manipulación de prensa y un gran número de mecanismos de encuadramiento social puestos en marcha, vician y desvirtúan la voluntad general hasta desarrollar materialmente un clima que se constituye en una fuente esencial de la imagen presidencial prefabricada; en consecuencia, en una fuente principal de legitimidad del régimen. Un rasgo fascistoide del gobierno es que cualquier idea emanada del jefe de Estado es un dogma indiscutible, y una directriz a seguir ciegamente, sin discusión ni poder ser sometida a análisis.
El componente social del neofascismo criollo pretende ser interclasista: niega la existencia de los intereses de clase e intenta suprimir la lucha de clases con una política paternalista. Una de las razones de considerar usualmente al fascismo como un movimiento de derecha política suele ser la alianza estratégica del fascismo con los intereses de las clases económicas más poderosas, junto a su defensa de valores tradicionales como el patriotismo o la religiosidad, para preservar el statu quo. Una vez alcanzado el poder, la plutocracia cooperó decididamente con el fascismo europeo en sus diversas versiones. El fascismo opera desde el punto de las relaciones sociales, con ideas cercanas al neoliberalismo económico. Mussolini en declaraciones poco antes de tomar el poder dijo: “basta de Estado trabajando a expensas de todos los contribuyentes y agotando las finanzas de Italia. Que no se diga que el Estado se empequeñece recortado de esta forma. No, sigue siendo muy grande, ya que le queda todo el vasto campo del espíritu, mientras renuncia a todo el campo de la materia”. Mussolini veía todos los servicios públicos devueltos a la industria privada. Exaltación de un sector de la sociedad como el elegido por «la historia» para dirigir las vidas del resto de la sociedad que por “razones históricas” está permitido de vulnerar el principio de igualdad ante la ley al reclamar derechos especiales sobre los demás.
En términos políticos, el fascismo utiliza “la voluntad popular” como referente de legitimación de sus decisiones, incluidas las antipopulares. Hitler utilizaba el plebiscito como arma en las relaciones internacionales, sus grandes decisiones son apoyadas por plebiscitos de apoyo masivo utilizados como amenaza: el líder fascista se presenta como portavoz de la nación unificada que habla con una sola voz.
Otro de los rasgos clásicos del fascismo es el imperialismo, entendido como una política exterior expansiva y agresiva, que proporciona una útil identificación de intereses en el interior, volcando las energías hacia un enemigo común evitando la expresión de los conflictos internos. No importa si en esa carencia de soberanía internacional implique reducir a polvo la institucionalidad nacional. Friedrich Hayek, economista que ejerció fuerte influjo en la dictadura de Pinochet declaró en Chile en 1981, que prefería una «dictadura liberal a una democracia sin liberalismo”. Cuando las dictaduras latinoamericanas constituyeron una expresión del «fascismo», lo hicieron como émulo en ciertos aspectos del fascismo europeo: fueron militaristas, antidemocráticas, anticomunistas, racistas, patriarcales, homofóbicas y violaron sistemáticamente los derechos humanos con detenciones arbitrarias, justificadas en lo injustificable o sin justificación alguna se convirtieron en terroristas de Estado, sin miedo al genocidio. Las dictaduras latinoamericanas fueron apoyadas en general por Estados Unidos e Inglaterra y, a partir de la década de 1950, fueron promovidas activamente por el Pentágono como parte de su doctrina de la Seguridad Nacional, único horizonte ideológico en el uso progresivo de la fuerza política y armada.
Cualquier semejanza con la realidad, es pura coincidencia.