Se ha dicho, no sin ácido sarcasmo, que la derecha política ecuatoriana no se ha leído a los clásicos del pensamiento liberal europeo, del mismo modo que la izquierda no se leyó a Marx y Engels, peor a nuestro pensador Agustín Cueva, el mayor exponente del pensamiento social ecuatoriano.
A treinta años de su muerte, Cueva permanece, cuando no en el desconocimiento, en el olvido de una memoria muerta, de la cual el libro Vigencia del Pensamiento de Agustín Cueva quiere exhumar su pensamiento político y literario. El texto, publicado por Editorial Árbol de Papel, con patrocinio de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Central, de reciente aparición, reúne a trece autores de artículos que relievan la personalidad humana e intelectual de Cueva. En el libro Rafael Polo, Inti Cartuche Vacacela, Natalia Sierra, Alejandro Moreano, Alejandra Santillana, Rene Báez, Napoleón Saltos, Kati Álvarez, Tomás Quevedo, César Aizaga, Mario Unda y Andrés Rosero perfilan la personalidad de Cueva, abordando diversos aspectos de su obra.
Rafael Polo, subdecano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, señala en el prólogo que el libro es un acto político en un retorno que es un gesto y un esfuerzo de actualizarlo, que se propone cuestionar la actualidad de la crítica de Cueva frente al predominio del nihilismo y de la sensibilidad apocalíptica instalada. Lejos de ser un gesto nostálgico cargado de melancolía, es un gesto crítico que permite comprender las condiciones de la institución del mundo tardío de la modernidad capitalista. Este gesto crítico se propone comprender para cambiar el rumbo del mundo, desde la política y la técnica, para ello se vale de la memoria viva, no aquella que añora, sino la que reactiva el pensamiento ideológico en acción política.
La obra de Cueva emerge como una acción desmitificadora de la conciencia ordinaria de la vida cotidiana en el ámbito cultural y político, en un momento decisivo de un tramo histórico singular. Cuando el conservadurismo neoliberal tradicional se funde a la nueva oleada conservadora que vivimos, que se autocalifica de libertaria y que presenta un nuevo desafío, tanto para las ciencias sociales, cuanto para la práctica política revolucionaria. Recuperar el pensamiento de Cueva desde las cosas que mantienen vigencia en esta época, pensamiento que fue combativo, utópico sin perder contacto con la realidad que desmenuzó en las partes íntimas de la política y de la cultura.
¿Por qué hacer un homenaje a Agustín Cueva?, se preguntó Napoleón Saltos en la presentación del libro; porque Cueva fue el fundador de la Escuela de Sociología de la Universidad Central, y eso sería suficiente para reconocer la historia y la raíz de esta Escuela fundada en un momento de transición. Cueva no solo es fundador de la Escuela, sino que es el eje del pensamiento social en el Ecuador, quien logra sentar las bases de un pensamiento crítico y social en el país. Contribuye a que en Ecuador la sociología tenga su propio campo en la ciencias sociales y políticas. Se rinde homenaje, por tanto, al fundador del pensamiento social crítico en el Ecuador. Saltos destacó dos ejes del aporte de Cueva. En términos epistemológicos, Cueva se ubica en el pensamiento crítico marxista, un marxismo vivo, lo recrea en estudios rigurosos de los textos de Marx, pero los renueva porque estudia el marxismo respecto a la realidad del Ecuador y de América Latina, y esta sensibilidad le permite reconocer al marxismo como la puerta que le abre al conocimiento, pero al mismo tiempo renovarlo profundamente con una fidelidad no religiosa, sino de convicción científica. Cueva era un polemista que escuchaba los aportes de occidente en el pensamiento político y literario. Razón y corazón están presente en Cueva cuando hace el diálogo con el pensamiento latinoamericano. El libro pretende romper el desconocimiento que hay en torno a la figura de Agustín Cueva en las ciencias sociales ecuatorianas.
La dimensión humana
Erika Hanekamp, su compañera alemana, evocó momentos personales que compartió con su compañero de vida. Lo conoció en dos momentos, cuando leyó la literatura del país en 1975, vinculada a la militancia en el movimiento campesino ecuatoriano y tuvo su primer encuentro con el libro de Cueva, Entre la ira y la esperanza. Posteriormente, tuvo un segundo momento, a mediados de los años ochenta, cuando conoce personalmente a Cueva en una reunión de amigos, y la admiración intelectual por el autor se convierte en una atracción emocional vigente hasta el día de hoy, según confiesa. Conoció a Agustín Cueva dotado de “un profundo sentido del humor y una ironía muchas veces implacable, pero siempre sincero”. Dedicado en una relación permanente con la creación literaria, con una cierta nostalgia personal de no ser más que un crítico de aquella creación, escribió su último libro Literatura y conciencia histórica en America Latina, en enero de 1992. Erika realizó diversos viajes con Agustín por Ámsterdam, París y América Latina. En Ecuador recorrió el país en los años en que Agustín se vincula al grupo de los Tzánzicos y escribe en la revista La bufanda del sol, junto a Ulises Estrella, Alejandro Moreano, Fernando Tinajero, Iván Égüez, Francisco Proaño con quienes mantuvo encuentros mutuos en su casa del barrio San Juan. Agustín hacía la vida luchando contra la muerte afectado por un cáncer al pulmón, y poco antes de su deceso, se haría acreedor al Premio Eugenio Espejo 1991 a la actividad científica, que otorga el gobierno ecuatoriano. Erika lo acompañó hasta sus últimos momentos, recibiendo la solidaridad de amigos que organizaban juegos de cartas para distraerlo y realizaban subastas de cuadros que ayudaba a la pareja a sobrevivir. La compañía de Agustín no ha concluido para Erika con la muerte, una “presencia ausencia” que revive cada día y todo lo vivido, su pensamiento y su transparencia, ha modificado profundamente su vida, según confiesa, evocándolo con sonrisas por el humor, la ironía con la que Agustín veía la vida.
La vigencia de su pensamiento
Alejandro Moreano reseñó el libro Vigencia del Pensamiento de Agustín Cueva, resumiendo su contenido desde donde hablan los artículos que contiene. Un primer artículo parte desde la literatura para hacer, Cueva, una crítica a la teoría del progreso que ha formulado el pensamiento de sectores de la derecha, centroderecha y de centroizquierda en América Latina. Otro texto analiza el pensamiento de Cueva sobre las incidencias de la crisis de la izquierda ecuatoriana que se la puede comprender, precisamente, a partir del pensamiento de Agustín Cueva, y la manera de superarla. También hay una interpretación de la obra de Cueva desde el esclarecimiento de la historia, un análisis de los ciclos históricos; y también un texto sobre el indigenismo en la literatura ecuatoriana. Y hay una visión desde lo que ha dado el progresismo, o el llamado populismo latinoamericano. Y un artículo sobre la dimensión epistemológica del pensamiento de Cueva, que plantea la dialéctica de la construcción del pensamiento teórico marxista. También hay en el libro un planteamiento sobre la necesidad de actualizar el marxismo, es decir, superar esa ortodoxia marxista que limitó su ideología, para plantearse un marxismo crítico que recoja los planteamientos del desarrollo teórico y científico en la actualidad. Hay un análisis desde la crisis de la democracia, a partir de un análisis de Cueva sobre la democracia restringida, que se refiere a aquello que ya es universal, la democracia en el mundo está en crisis, en degradación y deterioro. También hay la necesidad de formular una política en las condiciones actuales y deslindar campos con el correísmo, que se fórmula desde una comprensión de la tendencia socialdemócrata o reformista. También se plantea en el libro una visión desde la actual derechización de occidente -que formuló Cueva ya en la década de los ochenta-, y se recupera esa categoría para plantear que, a pesar de que se derrumba, el neoliberalismo sigue dominando en el mundo pese a la degradación política actual.
En el libro se intenta la dimensión del conjunto de la obra de Cueva que formula la relación entre literatura y política, la situación ecuatoriana y latinoamericana, y la izquierda marxista revolucionaria. La visión de Cueva era literaria -concluye Moreano-, el suyo era un discurso literario que veía las cosas en la dinámica de la literatura, no desde la frialdad objetivista del discurso positivista, por eso sus libros son tan agradables y desde la derecha lo calificaron de ensayista. Agustín había señalado que él se hizo marxista “por pasión política”, no porque siguió el desarrollo de la filosofía. Es obvio que se ha intentado valorar el pensamiento de Cueva, pero es conveniente que se conozcan y discutan los grandes debates en los que participó Agustín Cueva. En la literatura, el debate sobre la “generación decapitada”; el debate sobre la generación del treinta y Pablo Palacio que fue muy intenso; el debate sobre la literatura latinoamericana, y el debate sobre la visión colonial desde la literatura. En la política, el principal debate es sobre la teoría de la Dependencia, que Cueva cuestionó con rigor. El otro debate político fundamental, es la discusión del gramscismo, sobre el retorno autoritario de la democracia restringida, muy propicio en la época actual en que estamos en un despliegue del pensamiento crítico a nivel mundial de la cumbre de las Américas. Frente a estas realidades, la figura de Agustín Cueva es fundamental en la formación de un pensamiento crítico revolucionario latinoamericano.
Fotografía archivo Erika Hanekamp