Entre tantos mitos de la infancia, se dice que hay un niño que llevamos dentro. La mítica infancia se pierde con la adultez. La niñez que es inocencia, veracidad, imaginación, curiosidad, pureza; virtudes que, irremediablemente, se pierden en la edad adulta.
Niño es un sustantivo que tiene etimología en el latín infans, el que no habla. Los niños entre bullicios y silencios poseen carácter vulnerable, necesitan protección y no tienen experiencia. Los psicólogos dicen que un niño es una persona que no ha alcanzado madurez suficiente para independizarse. La edad dependiente de la niñez se inicia con el nacimiento hasta la adolescencia, luego comienza la etapa adulta y deviene la vejez. Cuando el ser humano se independiza, comienza a ser adulto. El hombre está condenado a ser libre, decía Sartre.
No obstante, la infancia no es la misma a través del tiempo. Un perfil de personalidad indica que los niños de hoy son menos empáticos y carecen de muchas habilidades sociales. Ahora juegan con un Smartphone, antes lo hacían con carritos o muñecas, trompos y yoyos. Ya no juegan al aire libre, lo hacen en casa con video juegos en la pantalla de una tablet. Les basta solo un clic para hacer una video llamada y comunicarse más rápido que antes, en forma virtual. Pero, los dispositivos electrónicos retrasan su habilidad de lectura y le provocan falta de concentración. Los niños y niñas de ahora se estresan con mayor facilidad debido al exceso de información. Son dependientes de la tecnología que aleja al infante de la curiosidad. Lo vuelve adicto a la violencia con mayor frecuencia que las generaciones anteriores. Frente a esa violencia que ignora, hasta que se convierte en víctima, un infante es sujeto de derechos por Declaración universal.
El Derecho a la vida significa que los infantes deben tener la oportunidad de vivir su propia vida. Sin vida, los demás derechos no tienen sentido. Los niños y niñas tienen el derecho a vivir su infancia y poder crecer y a desarrollarse como seres humanos hasta llegar la edad adulta. Todos los niños y niñas, independientemente de su raza o nacionalidad, o clase social, deben tener el Derecho a ser integrante de una familia y a no ser separado de ella. Desde que nacen, todos los infantes tienen el Derecho a tener un nombre, una identidad y una nacionalidad. Niños, niñas y adolescentes tienen el Derecho a recibir atención médica y de calidad, con la finalidad de prevenir, proteger y tratar su salud, así como su seguridad social. Todos los niños y niñas tienen Derecho a una educación, que no consiste únicamente en aprender a leer y escribir, sino que constituye la base de su desarrollo personal. El juego y las actividades lúdicas deben formar parte de la infancia de todo niño. Los niños y niñas tienen el Derecho a jugar, a imaginar y fantasear, que es la base de su desarrollo. Todos los infantes tienen el Derecho a recibir una alimentación básica, suficiente, accesible, duradera y en condiciones saludables, esencial para su crecimiento físico e intelectual. El Derecho a la protección contra el trabajo infantil, niños y niñas deben ser protegidos contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. Todos los niños y niñas tienen Derecho a la libertad de expresión, a buscar, recibir o transmitir ideas o informaciones de todo tipo, sea en su casa o fuera de ella, de forma oral, escrita o mediante dibujos. El Derecho de los niños y niñas a la igualdad recoge que todo infante disfrutará de los derechos anunciados en esta Declaración.
Los derechos infantiles han inspirado a poetas como Mistral y Neruda. Ambos vates develaron la fragilidad de sus pasos por la vida sin derechos.
La Mistral escribió:
Piececitos de niño,
azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren,
¡Dios mío!
¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!
El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejáis…
Neruda poetizó:
El pie del niño aún no sabe que es pie,
y quiere ser mariposa o manzana.
Pero luego los vidrios y las piedras,
las calles, las escaleras,
y los caminos de la tierra dura
van enseñando al pie que no puede volar,
que no puede ser fruto redondo en una rama.
Si hay un niño que llevamos dentro, permanece inhibido, oculto detrás del adulto que se impone en cada uno de nosotros. Cuántos pasos en la adultez se necesitan, cuántos piececitos de niño para retomar los caminos de la infancia, de esos locos bajitos… y volver a ser feliz.