Mis estudios de Historia en la Universidad de Chile, interrumpidos abruptamente por la dictadura militar el 11 de septiembre de 1973 con la expulsión de las aulas universitarias en mi condición de militante de la izquierda, me dejaron una obsesión frustrada, casi arqueológica, de indagar en el pasado. Con el devenir de los años, la relación intelectual con mi dilecto amigo el historiador Juan Paz y Miño Cepeda, me enseñó que la vida puede ser historia y presente. Luego, mis estudios de Periodismo en la Universidad Central del Ecuador me abocaron a una predilección por los hechos contemporáneos del día a día, vividos aquí y ahora. No obstante, el padre de mi amigo historiador, el destacado periodista Juan Paz y Miño Cevallos me reveló una verdad irredargüible: el historiador revisa documentos, el periodista el alma.
A partir de ese momento, dicha verdad me devolvió el alma al cuerpo. Mi esquizofrenia intelectual entre historia y periodismo había sido subsanada de manera, por demás, poética por quien accedía a una veracidad con exquisita sabiduría. La hermosa afirmación revelaba, en una metáfora hallada con fina lucidez intelectual y excelencia literaria, una condición existencial de periodistas e historiadores que dan cuenta de la complementariedad existente entre ambas profesiones.
La fruición intelectual que experimenté fue doble, al descubrir que la vida me daba aquella dual razón de vivir. Gracias a la vida, me dije, y asumí la responsabilidad de vivirla revisando documentos y el alma de los acontecimientos vividos en el presente y en la historia del país que adopté como mío y, recíprocamente, me adoptó como uno de los suyos.
Juan Paz y Miño Cevallos, que en su condición de periodista había viajado a Chile, a su regreso escribió un libro que intituló Chile, apuntes de viaje que reposa en la Biblioteca Nacional de ese país, y del que en Ecuador existe, al parecer, un único ejemplar en poder de su hija, la antropóloga María Eugenia Paz y Miño C. La chulla edición del libro en Ecuador me servirá como valiosa fuente para indagar en los vínculos bilaterales existentes entre ambos países; investigación válida para el texto que tengo en preparación -a propósito del Bicentenario- sobre las relaciones históricas de hermandad vigentes entre mis dos naciones naturales, la una donde nací chileno y la otra donde me naturalicé ecuatoriano, hace ya algunos años.
La documentación y el alma que he revisado de Ecuador me revelan un país, sin duda, singular con señas particulares únicas, como sugiere ese enorme escritor que es Jorge Enrique Adoum en su libro homónimo. Señas Particulares, el texto del “turco” Adoum, habla de la falta de vocación de futuro, afirmación que desde siempre me ha titilado al oído, puesto que Ecuador es un país de pintores e historiadores que, a partir de sus obras, han evocado el pasado con clara visión de porvenir. No en vano, al rememorar el Bicentenario de la victoria de Pichincha, tanto Juan Paz y Miño C. en su obra historiográfica, como Pavel Égüez en su magnífico mural conmemorativo, señalan la necesidad de una segunda Independencia, dada por la conquista de libertad con justicia social, confirmando que, ¡vaya no solo periodistas revisamos el alma de una nación!
El Ecuador del pasado y del futuro fundidos en un solo propósito, a propósito del Bicentenario. Qué mejor oportunidad histórica y periodística de redescubrir al país de Eugenio Espejo y Manuela Saenz, de Juan Montalvo y Tránsito Amaguaña, de tantos hombres y mujeres que han hecho y hacen la historia de la nación, susceptible hoy de revisar el alma periodísticamente.
No en vano la magnífica pléyade intelectual -conformada por René Baez, Agustín Cueva, Leonardo Mejía, José Moncada, Alejandro Moreano y Fernando Velasco- dejó escrito aquel revelador testimonio Ecuador, Pasado y Presente, (reeditado por Eskeletra, 2019), vigente para siempre en el pensamiento social propio, que retrata al país en cuerpo y alma. Bien reseña Gonzalo Ortiz Crespo, se trata de “la primera interpretación comprensiva de la historia ecuatoriana que utiliza categorías sociológicas”; de obligada lectura, sin duda, entre las nuevas generaciones. Esa conjunción de miradas, con vocación de pasado y de futuro, nos revela un Ecuador todavía por descubrir y reconstruir en la voluntad popular. Un Ecuador que palpita al ritmo de acontecimientos del presente -para muchos, frustrantes- aparentemente negadores de la misión histórica del país, no obstante, al unísono, estimulantes de su vocación de futuro. La historia, como en una carrera de relevos, entrega la posta a las nuevas generaciones llamadas a cumplir con la heredad de generaciones pretéritas: independizarnos por segunda vez. En esa tarea, Historia y Periodismo una vez más se entrelazan y confunden en una sola misión: develar en cuerpo y alma a la nación.