En los años sesenta el movimiento político de mayo del 68 en Paris, popularizó la expresión gráfica de mensajes masivos a los que llamó “un grito en la pared”. Fueron mensajes de una juventud rebelde que expresó su rechazo a formas políticas y culturales del sistema imperante, que planteó un desafío a lo establecido simbolizado en la frase “la imaginación al poder”.
Hoy ya no se habla de gritos en la pared ni de tomarse el poder con imaginación. Se considera el grafismo en los muros como un arte callejero, sin que todo lo expuesto en una pared sea arte, no obstante que no todo lo expuesto en un muro es un mural.
El arte de calle o urbano es versátil y controversial al tratarse de realizaciones graficas que se dan en espacios no autorizados, por lo que muchos lo consideran un acto de vandalismo. Para algunos cultores, el arte callejero es una expresión legítima y necesaria y es, precisamente, su ilegalidad la que le confiere su mayor valor. Actualmente la cultura Hip Hop legitima al graffiti, a través de expresiones con la intención de generar reacción social, enviar mensajes o consolidar la figura del artista callejero. En el lenguaje común el graffiti es el resultado de pintar textos abstractos en las paredes de manera libre, creativa e ilimitada con fines de expresión y divulgación donde su esencia es cambiar y evolucionar; buscando ser un atractivo visual de alto impacto para la sociedad, como parte de un movimiento urbano rebelde. El graffiti se lo realiza con pintura en aerosol y marcadores, cuyo antecedente histórico se remonta a Grecia y Roma, ciudades en donde los sátiros ironizaban el modo de vida de aquellas sociedades. En nuestros días el arte callejero tiene un carácter antisistema y se expresa en cuatro modalidades: Latrinalia que es estéticamente menos elaborado y se encuentra en baños públicos, en frases cortas con firmas del autor o sin ellas. Graffiti público, que aparece en sitios como transportes o monumentos con contenido de carácter político. Art Graffiti, que es un estilo que evoluciona desde la década del setenta y se trata de la representación del nombre del artista o su grupo, expresado en un grafismo abstracto de letras o figuras. Muralismo o arte callejero, que se expresa en ilustraciones que incluyen personajes populares. En los últimos años ha surgido un muralismo 3D realizado en aerosoles, acrílicos y yeso usando contrastes y colores para crear la ilusión de profundidad.

No todo arte es arte
Del mismo modo que no existe el arte por el arte, no todo lo que está en un muro es muralismo. Acaso la principal diferencia con el grafismo del arte callejero sea que este último carece de historia, no tiene relato en el tiempo. Mientras que, esencialmente, el Muralismo es un arte con historia para la historia. Un arte comprometido que ha mantenido su vocación combatiente y liberadora, según constata el historiador Jorge Núñez Sánchez. Precisamente, el muralismo se contrapone a la postura del arte por el arte, por su compromiso con la búsqueda de una identidad política popular.
El Muralismo surge en México en la década de 1920, como un movimiento impulsado por artistas que intentan plasmar su visión sobre la identidad nacional y la situación social y política del país azteca. Los artistas muralistas buscan la realización de un arte nacional y utilizan principios modernos para expresar sus ideas a través de murales en la construcción de una nueva identidad nacional. El movimiento del muralismo nace como expresión artística de carácter indigenista, surgió tras la Revolución Mexicana de 1910 y como manifestación visual tiene un alto contenido social. Surge a principios del siglo XX, creado por un grupo de pintores intelectuales mexicanos motivados por el anhelo de una verdadera transformación social que aumenta y comienza a hacer demandas más radicales que buscaban una revolución social, política y económica.
Cuando Álvaro Obregón llega al poder en México, en diciembre de 1920, realiza muchas transformaciones sociales y políticas, entre otras, una reforma agraria con tres millones de hectáreas de tierra redistribuidas a los campesinos, programas educativos y asignación de fondos para fomentar las artes. Parte de estos fondos fueron utilizados por los muralistas para expresar con orgullo su pasado indígena y educar a la gente. José Vasconcelos fue contratado por Obregón como secretario de Educación Pública en 1921. El artista encontró que el 90 % de la población era analfabeta y buscó una manera de enseñar a la gente mucho más sencilla de entender. Vasconcelos patrocinó a Gerardo Murillo, -conocido por el pseudónimo de Dr. Atl-, pintor y maestro considerado el padre del Muralismo. El maestro mexicano crea el Centro Artístico en Ciudad de México e invita a jóvenes artistas a unirse a su programa, como Roberto Montenegro, José Clemente Orozco, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, entre otros. En 1923 el muralismo se volvió muy conocido dentro y fuera de México. Los “tres grandes” Rivera, Siqueiros y Orozco continuaron pintando con los fondos del Departamento de Educación José Vasconcelos.

Muralismo en Ecuador
El muralismo mexicano se proyectó vigorosamente hacia el resto de América Latina, generando un movimiento artístico de alcance continental. Papel importante tuvieron en ello los viajes de Siqueiros y Orozco a otros países del continente. Siqueiros fue a Chile y Argentina, donde pintó murales y animó una escuela muralista. Igual lo hizo luego González Camarena, también en Chile, según constata Núñez Sánchez. El muralismo ha mantenido su vocación combatiente y liberadora, significativo ejemplo fue, a fines del siglo XX, el de los muralistas chilenos de la Brigada Ramona Parra, que con sus pinceles e imágenes coloridas se enfrentaron a la dictadura de Pinochet.
El muralismo mexicano tuvo gran influencia en Ecuador donde artistas ecuatorianos como Galo Galecio, Oswaldo Guayasamín y Carlos Rodríguez Torres reciben directa influencia de los muralistas mexicanos. La manifestación muralista en nuestro país ha alcanzado singular importancia con una destacada pléyade de artistas nucleados en torno de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE), una generación que hizo de su arte una nueva expresión pictórica y recreación histórica. Como testimonio están los murales en el vestíbulo de la CCE, de Diógenes Paredes, Jaime Valencia y José Enrique Guerrero, y en las salas norte y sur, los murales al fresco de Oswaldo Guayasamín sobre ‘La Conquista’ y de Galo Galecio sobre personajes de nuestra historia. Guayasamín realizó un mural de mosaico en el Palacio de Carondelet, sobre ‘El descubrimiento del río de las Amazonas’, Víctor Mideros hizo el mural pétreo exterior del Palacio Legislativo, Jaime Andrade y Galo Galecio elaboraron murales en el interior del nuevo edificio del aeropuerto de Quito, mientras que Jorge Swett y Segundo Espinel los hicieron en el aeropuerto de Guayaquil. Guayasamín realiza el mural del Salón de Honor de la Universidad de Guayaquil, y el mural de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central, ‘Historia del hombre y de la cultura’, el mural del entrepiso del edificio del Consejo Provincial de Pichincha y, finalmente, el mural del Salón Legislativo. Durante la década de los años sesenta, el muralismo ecuatoriano experimenta “un gran momento”.
Núñez Sánchez constata que “el arte mural tiene una vocación de masas y busca crear obras que entren en contacto con el gran público. Por eso tiene una dimensión social que la diferencia de otras manifestaciones pictóricas, puesto que es una obra asentada en el espacio público, que busca proyectarse hacia todos y llegar a ser de todos”.
El historiador destaca que “en los últimos tiempos, el pintor Pavel Égüez, discípulo de Guayasamin y Kingman, ha retomado el arte mural latinoamericano con singular brío y expresividad. Ahí están sus estupendos murales en la Universidad Andina, titulados “Simón Bolívar” y “Somos maíz”. O su formidable obra “La Patria naciendo de la ternura”, en la avenida Baralt de Caracas, hecha en mosaico veneciano y que tiene como figuras centrales a Simón Bolívar y Manuela Sáenz. O su hermoso mural “Hombres de maíz”, en la plaza República del Ecuador, en Guatemala. O, en fin, su “Grito de los excluidos”, expuesto en Cotacachi, de vigorosa fuerza expresiva”. Obras que suman otros trabajos del muralista ecuatoriano que le confieren renombre internacional a las que “ha venido a sumarse el bello y terrible mural llamado “El grito de la memoria”, fijado en la pared exterior de la Fiscalía General del Estado en Quito, “bello por su factura, su colorido y vigor creativo y terrible por el tema que rememora, en nombre de las víctimas de la crueldad humana”.
De Pavel Égüez se suma su reciente mural, de 600 metros cuadrados, emplazado en el frontispicio de la sede del Consejo Provincial de Pichincha, símbolo conque la ciudad de Quito y el país rememoran la victoria independentista de Pichincha del 24 de mayo de 1822, confirmando que el muralismo es un arte con historia sobre la historia que protagonizan nuestros pueblos.