El Bicentenario de la victoria independentista de Pichincha sobre el coloniaje español coincide con un hecho por demás insólito: conmemoramos en Ecuador 200 años de independencia sin ser libres. Celebramos la libertad que no existe, que solo radica en el imaginario colectivo, a través de un relato político. Imaginaria es la libertad inexistente en tiempos en que el país se debate bajo la imposición de un nuevo colonialismo, gobernado por un presidente que, por desinterés o pereza mental, soslaya una cabal mención de conmemoración y reconocimiento a tan importante efeméride independentista en su discurso oficial ante la Asamblea Nacional.
Una aparente omisión que refleja la cultura predominante en el país desde el poder. Corren buenos tiempos para lo que el historiador, Juan Paz Y Miño, llama “el modelo empresarial”, liderado por gente que olvidó los ideales de libertad, soberanía y representación del pueblo, constitucionalismo, republicanismo y sentido de la democracia, que fueron las guías que nos heredó el 24 de mayo para construir una mejor sociedad.
Una élite que concentra la riqueza del país, indispuesta de hacer un solo esfuerzo para cambiar la realidad hoy existente. Un bloque donde hay empresarios, medios de comunicación, derechas políticas, amparados en un internacionalismo de derecha y grandes potencias que quieren mantener la cultura del privilegio.
Durante 200 años, ha sido largo el camino en la conquista de reformas sociales, señala Paz y Miño: abolición de la esclavitud en 1851, abolición del tributo indígena en 1857, en 1906 la Constitución liberal que consagró derechos civiles y políticos; conquista de derechos laborales en 1929 que se convierten luego en el Código del Trabajo de 1938, y conquista de la Reforma Agraria en 1964. Cuando el desarrollismo de los años sesenta y setenta parecía ser el camino, a partir de 1981 las acciones del gobierno de Ronald Reagan en los EE. UU, del FMI y de un gobierno desligado del cambio social, como fue el de L.F. Cordero en 1984 que inaugura el modelo empresarial, y luego, la sucesión de gobiernos que apuntalan ese modelo, ha impedido el cambio social y la liberación del país de los designios del neoliberalismo.
A la cabeza de la recuperación del modelo empresarial está la élite económica más acomodada del país. Su conciencia social es nula, una elite convencida de que “con la empresa privada y el mercado libre va a solucionar el problema nacional de Ecuador, cuando eso no es posible. América Latina no tiene un solo ejemplo de que un gobierno empresarial neoliberal nos dé señales de que le haya ido bien. No ocurre por experiencia histórica ni teórica», señala Paz y Miño. Muy a pesar de las élites conservadoras y retrogradas que no manejan conceptos sociales. A 200 años de la Batalla de Pichincha, el enemigo histórico de hoy es el poder del capital en manos de esas élites económicas, que impiden la unidad nacional que garantice en un futuro la libertad, la democracia y la soberanía en el Ecuador.
Cuando en el país conmemoramos el Bicentenario, existen sentimientos de desconfianza y decepción. Como síndrome nacional la movilización social no es efectiva ni masiva, según apunta Orlando Pérez: “la Conaie y PK son la prueba de organizaciones ancladas a intereses puntuales y corporativos que ya no generan entusiasmo ni apoyo; la ID no puede ser sino la mejor expresión de la partidocracia; y los maoístas del MPD con sus filiales la UNE, la FEUE y la FESE son tan funcionales a la derecha que nadie puede apostar por ellos como una representación de la protesta”. En consecuencia, el periodista se pregunta: cuándo dejamos de construir una Patria. En otras palabras, desde cuándo se perdió ese horizonte constituyente fundado en Montecristi que, sin perder vigencia, ahora nos parece lejano y ajeno. Con el Bicentenario de la Batalla de Pichincha que funge como el inicio de una etapa de independencia de la Colonia española, pero que hoy, en estos días, se afinca en una nueva dependencia, un nuevo coloniaje, constata Pérez.
Vamos a recuperar la memoria histórica de los actos heroicos, había manifestado el Jefe de Estado, días antes de la efeméride: «Estos festejos son oportunidades para recordar al país que vivimos. Tenemos millones de héroes que contribuyen con trabajo silencioso al progreso», acotó Lasso con acostumbrado eufemismo político.
El mandatario no conmemora el Bicentenario a partir de la realidad histórica porque no existe en los libros que acaso habrá leído; no estuvo preparado para un cargo de tal envergadura y su equipo de baja capacidad académica y política no le ayuda para colocarse en el contexto histórico. Por eso para el Presidente y sus hombres de confianza, pasa desapercibido el Bicentenario, sin independencia y una libertad que no existe para celebrar.
Mientras Lasso revoca la historia, la historia revoca su mandato por iniciativa del pueblo ecuatoriano. Esa misma historia dirá si esa exigencia ciudadana derivará en expresión popular masiva o el país seguirá presenciando el deterioro irrevocable del mandatario.