La efeméride de la Batalla de Pichincha dio lugar a otra batalla, la de los murales conmemorativos. Con motivo de los 200 años de la victoria independentista, la ciudad de Quito se engalana con dos sendos murales. Uno auspiciado por la Prefectura provincial, y el otro recibido de una donación del gobierno español por la Alcaldía Metropolitana. Cada cual con sus valores estéticos que, a pesar de sus promotores, no escapan a los fundamentos ideológicos que inspiran la gestión de cada institución.
A partir de ese hecho innegable, la independencia de los murales es un mito, pero también es una realidad plasmada en los muros citadinos. El uno en el frontispicio del edificio del Gobierno provincial, el otro, en la fachada de un viejo cine de la Avenida 24 de mayo. Una realidad existente que está a vista y paciencia de propios y extraños en la ciudad de Quito, pero una realidad mitificada como una simbolización de una historia todavía inconclusa.
El mural del pintor ecuatoriano Pavel Égüez representa el acontecimiento bélico cuya utopía aún mantiene asignaturas históricas pendientes en nuestra definitiva liberación de fuerza neocoloniales que, bajo un precepto cultural neoliberal, quieren conservar expresiones de privilegios y canonjías de élites que hoy detentan el poder político de la nación. En la parte superior de la composición se puede apreciar dos rostros enfrentados, bajo los cuales una mujer con una bandera ecuatoriana representaría la Independencia de la patria misma, en la base del mural muchedumbres diversas simbolizan al pueblo. Estos elementos coinciden con la interpretación histórica de que la Independencia enfrentó dos propuestas de vida, de cuyo enfrentamiento surge la emancipación en un proceso que convocó a diversos sectores sociales y étnicos. El mural del español Okuda San Miguel, supuesto homenaje a mujeres bordadoras de Llano Grande, representa la intención contemporánea pop de dar colorido a la ciudad, a través de asociar la historia del Ecuador a un Pikachu, anime japonés cuya presencia resulta discutible para la ocasión.
¿Qué significado pueden tener estos hechos, aparentemente disimiles, con un denominador común? Sin duda un hecho que los relaciona. Las autoridades de la provincia y de la ciudad se sienten llamadas a regir las manifestaciones culturales de expresión urbana, y puede asistirles la razón. Sin embargo, aquello ocurre en una fecha conmemorativa de un acontecimiento histórico que la propia historia reconoce como un hecho del cual se desprenden situaciones políticas: la victoria independentista sobre el yugo español. Acontecimiento que llama a un pronunciamiento, a una posición de alineamiento con la cosmovisión republicana o con la mirada colonialista. Es entonces cuando sendos murales dejan de ser puro simbolismo y se convierten en acciones políticas. O representan un homenaje a una gesta “de gloria y sacrificio” patriótico, o sucumben a la tentación de sumarse a expresiones diplomáticas que implican de por sí rezagos colonialistas, sino premeditados, inconscientes y fuera de todo espacio y lugar en nuestra ciudad.
Asumiendo que sendos murales pretenden ser hoy el símbolo urbano de la victoria de Pichincha, habrá que consignar cómo lo consiguen sobre las bases conceptuales de su ejecución, defendida cada cual por la institución auspiciante. Habrá que dilucidar si las instituciones rectoras tienen, o deben tener, entre sus competencias a funcionarios en capacidad de manejar fundamentos para decidir sobre la estética que imponen manifestaciones culturales en la ciudad capital y la provincia. En esta interrogante está implícita la cuestión de la independencia de los murales de la Independencia. Es decir, deben ser expresión de la creativiad de artistas que libremente, conforme su cosmovisión y cultura, plasmen su talento en la estética de una obra artística de carácter público. El muralismo en sus diversas producciones a través del mundo no estuvo condicionado por gobiernos o autoridades locales, puesto que hasta donde se sabe son expresiones críticas al poder constituido. ¿Siqueiros, Rivera u Orozco en México, acaso tuvieron que acatar cánones estéticos oficiales para realizar su obra?
Resulta imposible pensar que Pavel Égüez haya aceptado una imposición de contenido a su mural independentista de parte de la institución auspiciante, toda vez que su talento y reconocimiento como artista es un hecho forjado en coincidencia con valores propios del arte contestatario de maestros como Kingman y Guayasamin, contrarios a toda manifestación histórica de opresión a la libre determinación de nuestros pueblos.
Qué decir del arte de Okuda San Miguel que busca asimilarse al concepto contemporáneo de colorear ciudades, inspirado en sus antecesores Sonia y Robert Delaunay, Daniel Buren, Jesús Soto o Cruz Diez, considerados por la crítica consagrados decoradores de exteriores. Ese no es el problema, suponemos que la manifestación plástica de San Miguel habrá sido plasmada de forma espontánea, al margen del gobierno que lo auspicia.
Precisamente en aquello radica la independencia del artista que debe estar presente en un mural por la Independencia. Que sea el habitante de la ciudad de Quito quien se identifique con el mural que mejor represente su espíritu independentista. Caso contrario, que la historia lo juzgue.