Las ferias internacionales de libros son una muestra de la literatura de una región y, por cierto, del estado de los escritores. Aquel estado físico e ideológico que el tiempo implacable transforma y, en algunos casos, vuelve irreconocible . Tal vez este sea el caso del escritor peruano, Mario Vargas Llosa, invitado a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, oportunidad en que el otrora excelso representante de la literatura latínoamericana, dejó en evidencia aquello que el irreparable ultraje de los años, ha provocado en él. Obras como La ciudad y los perros, La fiesta del Chivo, Conversaciones en la Catedral, La tía Julia y el escribidor, entre otras, se volvieron inolvidables, susceptibles de releer, a diferencia de su autor que muchos preferimos olvidar, mutado en el tiempo en un conspicuo vocero de los más rechazables extremos del pensamiento político. Con motivo de la invitación a Buenos Aires y de su reciente estadía en Montevideo, Vargas Llosa se refirió a la situacion política latinoamericana, en declaraciones que generaron rechazo en círculos intelectuales locales. A propósito de estos hechos, reproducimos aquí las impresiones del escritor argentino Atilio A. Boron.
Vargas Llosa y la involución del liberalismo
Debo reconocerlo. Vargas Llosa es, como diría Jorge Luis Borges, “incorregible.” El paso del tiempo es implacable, y en su caso, a diferencia de otros, ha acelerado su degradación física, pero sobre todo mental. El narrador peruano ya ha sucumbido ante aquello que en una extraordinaria novela (El Reino de este Mundo) Alejo Carpentier llamara “el irreparable ultraje de los años”. Sus más recientes declaraciones públicas, reproducidas urbi et orbi por la canalla mediática al servicio del imperio, lo hunden aún más en la ignominia y el oprobio. Invitado a la Feria del Libro de Buenos Aires aprovechó para codearse con lo más rancio de la derecha autoritaria argentina, enemiga mortal de la democracia en este país. Y poco después, más precisamente el 11 de mayo, ofreció una charla en Montevideo en donde consultada su opinión acerca de las futuras elecciones en Brasil declaró que “El caso de Bolsonaro es muy difícil. Las payasadas de Bolsonaro son muy difíciles de admitir para un liberal. Ahora, entre Bolsonaro y Lula, yo prefiero a Bolsonaro. Con las payasadas de Bolsonaro, no es Lula”. Lamentó que en Europa existe una “especie de enamoramiento de Lula” pese a que el ex presidente brasileño “estuvo preso” y los jueces lo condenaron “por ladrón”.
Es obvio que el autor de Conversación en La Catedral se encuentra atrapado en el fondo de un remolino ideológico que lo conduce a los más repugnantes extremos del pensamiento político. Sólo una mente fatigada o irremediablemente desgastada puede calificar como “payasadas” a lo que numerosos intelectuales y académicos amén de diversos movimientos sociales y fuerzas populares brasileñas han calificado como políticas genocidas. Existen informes del Senado de ese país que así lo certifican, y denuncias de la Articulación de Pueblos Indígenas de Brasil (APIB) en contra de la necropolítica de Jair Bolsonaro ante la Corte Penal Internacional de La Haya por haber incurrido en los delitos de genocidio y ecocidio. Por supuesto, para el triste personaje que nos ocupa éstas no son sino maniobras propagandísticas, artefactos de la “guerra cultural” de la izquierda en su implacable combate en contra de las fuerzas de la “libertad”, que tienen en el multipremiado escritor su mascarón de proa y mayor propagandista mundial. La superficialidad con que juzga los crímenes de Bolsonaro va de la mano de la ligereza con que asegura que a Lula los jueces “lo condenaron por ladrón”. Omite decir que no fueron “los jueces” sino el juez Sergio Moro, dilecto alumno de los cursos de “Buenas Prácticas” que cada año el gobierno de Estados Unidos organiza para formatear la cabeza de jueces, fiscales, procuradores, académicos, periodistas y políticos llevados a aquel país en donde un grupo de expertos les enseña cómo se administra la justicia, ejerce el periodismo y la docencia y se elaboran las buenas leyes que necesita el imperio. En un salto mortal de varios siglos Moro hizo retroceder el derecho moderno a los tiempos de la Santa Inquisición y condenó a Lula “porque tenía la convicción de que este hombre había robado”, aunque reconoció que no tenía una sola prueba que sustanciara su fallo. Claro que lawfare mediante había que sacar sí o sí a Lula de la competencia electoral y facilitar el triunfo de Bolsonaro, que recompensó al corrupto juez designándolo Ministro de Justicia y Seguridad Pública de Brasil. Pero, de vuelta, todo esto para Vargas Llosa son detalles carentes de importancia. Lo cierto es que puesto a elegir entre Bolsonaro y Lula prefiere al violento genocida, amigo de los paramilitares y enemigo mortal de los derechos humanos y no al ex obrero metalúrgico.
Lo de Vargas Llosa merece el más categórico repudio. Hace poco más de un año escribió una larga nota exaltando la figura de dos tenebrosos “narcogobernantes” colombianos: Álvaro Uribe Vélez e Iván Duque. Nombres asociados a los más horrendos crímenes perpetrados en esa sufrida nación: “fosas comunes”, “falsos positivos”, desplazamientos de millones de campesinos corridos por los esbirros del paramilitarismo, matanzas indiscriminadas. Más recientemente, bajo el gobierno de Duque Colombia entró en una secuencia interminable de asesinatos de líderes políticos y sociales, un verdadero genocidio por goteo que goza de la impunidad oficial. Y poco después, desencajado ante las perspectivas del posible triunfo de Pedro Castillo en las elecciones presidenciales del Perú el novelista quemó todos sus ídolos, abjuró de todas sus convicciones y puso todo el inmenso aparato propagandístico del imperio al servicio de Keiko Fujimori, la misma que apenas pocos meses antes era acusada de corrupta y cómplice total de los crímenes de su padre, el expresidente Alberto Fujimori. Lo que se dice, Don Mario es un hombre de principios …
Pero hay que ir un paso más allá en el análisis porque la tremenda involución política e ideológica de este personaje es sólo en apariencias una cuestión idiosincrática, que se agota en su soberbia vanidad. El extravío reaccionario de su pensamiento ilustra de modo ejemplar el devenir histórico del liberalismo –en sus más diversas corrientes- en el marco de una nueva crisis general del capitalismo que se potencia debido a la radical modificación sufrida por equilibrio geopolítico internacional en los últimos meses. Los cantos de sirena de antaño, falsamente democráticos y respetuosos de los derechos humanos, dieron paso a una abierta apología de todo tipo de despotismos. Esto es lo que refleja Vargas Llosa en sus intervenciones públicas sobre la coyuntura. De ahí los nombres de sus nuevos héroes: Bolsonaro, Duque, Keiko … La mano invisible del mercado se ha convertido en el puño de hierro del fascismo. Ante tal amenaza, las fuerzas populares no deben persistir en sus estériles divisionismos. Si no son capaces de unirse ante el monstruo que ya se adivina en el huevo de la serpiente, el futuro de la humanidad penderá de un hilo, y las peores distopías serán cuentos de niños al lado de lo que esa derecha vengativa, racista y opresora será capaz de hacer con tal de defender sus amenazados intereses y privilegios.