A estas alturas de la vida, buscar un libro de Henry Miller puede parecer la búsqueda de una especie en extinción. Y en el mes del libro me vencí a la tentación de releer al escritor estadounidense que estremeció mi juventud en los años verdes de la adolescencia. La búsqueda fue infructuosa, incluso consultando a Edhasa, la editorial argentina que tiene los derechos de la literatura de Miller para nuestro país. En la librería Rocinante, Primavera Negra, de Miller y la trilogía Sexus, Plexus, Nexus no se encuentran a la venta, pero en la biblioteca de Casa Égüez están los trópicos y me prestaron Trópico de Cáncer, en una reedición de Bruguera del año 1981. El texto milleriano del que afirmar con certeza si se trata de una novela o una autobiografía del autor es cosa discutible, vuelve a ponernos frente a un torrente verbal que mezcla realidad y fantasía con una vitalidad y sinceridad impresionantes. Parafraseando lo que alguna vez dijo Whitman, bien vale decir que quien toca Trópico de Capricornio no toca un libro, sino a “un hombre que se desnuda en cuerpo y alma ante los ojos del lector”, como indica la reseña de contraportada. Fruto de una acuciosa indagación, cuando no de un exorcismo, esta primera novela de Henry Miller no deja de ser el mito que supera al género novelístico.
La novela, vivida y escrita en el Paris de entreguerras, describe el exilio voluntario de Miller en la capital europea, refugiado en las calles de una urbe donde “todo puede suceder…llena de gente pobre, la legión de mendigos más orgullosos y sucios que haya pisado la tierra”. Su autor, con estilo punzante describe los hábitos sexuales de la prostitución y el consumo de drogas en “calles llenas de putas…donde uno podría derrochar la vida entera en ese pequeño tramo entre el bulevar y la Rue Lafayette…o a lo largo de la rivera en Montparnasse donde los nenúfares se doblan y se rompen”. Personajes marginales en la capital del mundo que hacen la vida entre urinarios, prostíbulos y viviendas pobres e inmundas, cargando a cuesta soledades y borracheras. La ciudad que descubre Miller, en la que “se puede vivir sin amigos como se puede vivir sin amor o incluso sin dinero…simplemente de pena y angustia”.
Miller había salido de Nueva York para refugiarse en Paris, acaso huyendo de sí mismo, para ir a dar a una ciudad que compara con una prostituta, “desde lejos parece cautivadora no puedes esperar hasta tenerla en los brazos y cinco minutos después te sientes vacío, asqueado de ti mismo. Te sientes burlado”. La crudeza con la que el escritor neoyorkino se refiere a la ciudad luz alude a la predilección que siente por los malditos, los derrotados que no asumen su pérdida. Trópico de Cáncer es un misil que impacta en la autocomplacencia de sus coterráneos autosatisfechos. En contraste están los gamberros parisinos puestos a la vista de la sociedad puritana estadounidense que no acepta ser parte de la descomposición capitalista, que ya está en marcha, y también desprende su hedor en las urbes entre sus rascacielos. Trópico de Cáncer fue prohibido en los Estados Unidos bajo sentencia de obscenidad, luego de entrar subrepticiamente al país. Entre querellas y éxitos de venta el libro vio la luz legal en el Tribunal Supremo en los años setenta, cuando se puso fin a su persecución.

¿Qué conserva de vigente el texto milleriano para los americanos?
La respuesta está en una realidad que su país de origen parece no superar a través del tiempo, el fatal destino de una sociedad deshumanizada, la sobrevivencia en una ciudad como Nueva York que “se había convertido en una enorme tumba en que los hombres luchaban para ganarse una muerte digna, así también mi propia vida llegó a parecerse a una tumba que iba construyendo”, según el testimonio de Miller. No puedo pensar en calle alguna de América, ni en persona que viva en ella, capaces de enseñarle a uno el camino que conduce al descubrimiento de sí mismo, escribió el autor neoyorquino. ¿Ha cambiado en esa nación el sentido de aquello que denunció Miller? La respuesta hay que buscarla en la condición actual de una potencia hegemónica que resigna su lugar en el mundo debido a las propias contradicciones que niegan su esplendor. La respuesta acaso corresponde darla a sus líderes que la condujeron al fracaso. La nación a la que marchan congregaciones de migrantes ilegales a los que cierra sus puertas, la potencia que no se resigna a perder sus colonias en el patio trasero del mundo. Miller expresa sus perplejidades cuando escribe: “Mi única duda es saber si Estados Unidos acabará con el mundo o si el mundo va a acabar con Estados Unidos”.
Recibida la novela de Miller como una imprecación moral en los ámbitos más conservadores de la sociedad, incluso hasta nuestros días, es considerado el libro más rupturista, con mayor influjo y perfección de la literatura en lengua inglesa. Rusticidad y el alborozado nihilismo, eso destilan sus páginas. Desconcierto en estado originario, barullo efervescente. He releído esta novela milleriana con verdadero placer. El tiempo y los trastocados hábitos de nuestra época no han conseguido rebajar su virulencia y lo que parecía ser sus irreverencias retóricas. Ello, sin quitarle fuerza a su prosa, le añadió un relente de madurez. Publicado en 1934 por una editorial recóndita, Trópico de Cáncer fue objeto de interdicciones y de exilio literario, se maldecía de ella su iconoclasia, ruptura de menor efecto en la actualidad cuando la literatura posterior, inspirada en el primer exponente literario de Miller, hizo suya la tendencia que se ha vuelto un tópico. Miller fue el novelista obsceno, un artista en todo el sentido de la palabra, sin duda, porque representa en esta época la demoníaca tradición de bárbaros de variado pelaje para quienes escribir es subvertir las convenciones de la historia, sacar al sol los trapos sucios de una sociedad mojigata que se niega a reconocerse a sí misma.
Miller lo hace en un libro inicial que define como “un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del Arte, una patada en el culo a Dios, al Hombre, al Destino, al Tiempo, al Amor, a la Belleza…a lo que os parezca. Cantaré para vosotros, desentonaré un poco tal vez, pero cantaré. Cantaré mientras la palmáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver”.
Acaso sea esa la función del arte: sacar a la luz aquellas alimañas que preferimos ocultar bajo la alfombra social y recordarnos que por más firme que parezca el suelo que pisamos y por más radiante que parezca el cielo que nos cobija, en las esferas del poder prevalecen fuerzas ocultas dispuestas en cualquier momento a desatar una tragedia que niegue el sentido de la vida.
Volver a Henry Miller, releerlo no deja de ser una fruición acaso romántica. Encontrar aquello que nos sugiere y que, desde una distante juventud, estábamos olvidando: Hay que devolverle sentido a la vida por el hecho mismo de que la vida suele perder su sentido. Y porque el propio arte que no enseña nada más que el significado de aquello que vivimos, nos sugiere que uno debe ir siempre hacia el lugar donde no está señalado.