Ayer fue el día mundial del libro, prefiero pensar que el libro no tiene un ayer. En esta fecha amerita reflexionar sobre el destino de su futuro o el futuro de su destino, que no es lo mismo, tampoco es un juego de palabras. El destino de su futuro es la expectativa de su existencia, mientras que el futuro de su destino se refiere al sentido de la existencia del libro.
Pensando en el devenir, bien cabe la pregunta ¿el futuro del libro depende de su soporte físico, de la sobrevivencia impresa del libro gutenbergiano o de la victoriosa promesa del libro digital sobre la tradicional cultura del papel?
Esto tiene que ver con lo que algunos intelectuales llaman la pantallización de la sociedad, aquella esclavitud de la sociedad a la pantalla líquida que cotidianamente amenaza con reemplazar a la vida misma, en vivo y en directo. La pantallización de la sociedad que nos subyuga y no hace otra cosa que coronar el triunfo de un nuevo formato que se arraiga en los hábitos de la cultura eléctrodigital, imponiendo la ventana luminosa por sobre la página impresa.
Y este fenómeno de pantallización tiene un escenario: el Internet, como red que atrapa en una trama que enlaza diferentes puntos dispersos, una estructura de interconexión inestable compuesta de elementos en interacción. Unidades transitorias, diríamos con mayor propiedad, cuya variabilidad obedece a alguna regla de funcionamiento. ¿Cuál es esta?
Reflexionando acerca de la sobrevivencia del libro y su lectura, entre lo impreso y lo digital, habría que decir que lo virtual carece de extensión y ubicación física, sin embargo, impone su omnipresencia. Eso sí, con una cualidad desventajosa frente al texto impreso perdurable y trascendente. El Internet y su realidad virtual supone mucha información, cantidad que puede significar aparentemente más oportunidades para la calidad, pero la sobreinformación equivale a desinformación y entropía. En tal sentido, Internet es “una gran librería desorganizada”, como la definió Humberto Eco. Y en ese caso, bien puede ser también un prolífico circo hedonista, que al multiplicar los contactos destruye las uniones ya consolidadas. ¿Sucederá lo mismo en un futuro no lejano con el libro impreso? Quien sabe.
Considerando el sentido de las cosas, el poder político de Internet es limitado. Si bien para derrocar a un gobernante se requiere, además de que el internauta sature la Red con mensajes subversivos, muchas veces también debe ocupar las calles de las ciudades colectivamente. Sin embargo, la historia confirma que un solo libro ha logrado cambiar la vida -sino el mundo- a miles de personas. Estoy pensado el La Nausea, de Sartre; la Biblia, o El Capital, de Marx. Lo virtual y lo real son ámbitos diferenciados.
Internet tiene la cualidad de estimular la graforrea social, caudal de palabras en que el incremento de la productividad textual se traduce, por lo general, en detrimento de la calidad literaria, puesto que estimula también el ahorro de contenido con textos breves y sintéticos desprovistos de contundencia significativa.
El hipertexto, modalidad propia del Internet, se presenta como otra ventaja sobre el texto impreso, pues ostenta ser un sistema informático que permite un recorrido no lineal entre diferentes textos o documentos mediante enlaces o links que los relacionan entre sí, pero que resulta ser invasivo y no siempre pertinente en el contexto original. La famosa tripleta www (word wide web), es un ejemplo de gigantesco hipertexto global.
Pensando en los lectores del futuro -o mejor, del presente inmediato- habría que reconocer que los adolescentes en la era del Internet -que algunos sociólogos llaman “generación postelevisiva”- prefieren la interacción de un texto virtual difundido por redes sociales en una pantalla. Por la ineludible razón de que la ventana luminosa de un ordenador, o un teléfono celular, es como un palimpsesto dinámico de mensajes intercambiables y suprimibles. El uso cotidiano y adictivo de pantallas en las cuales ver el mundo, a diferencia de la estática pasividad del texto impreso, promete un poder individual en aparente autonomía personal. Una de esas autonomías -para escritores y lectores- las podemos hallar en los blogs, que son vehículos de autoexpresión personal que brindan el aparente poder de la palabra individual y una potencial aceptación colectiva que, como fin último, dependerá de la importancia de las opiniones vertidas en ellos. Sin embargo, gracias a esa cuota de poder individual que otorga un hálito y la ilusión de “manejo de la opinión pública”, es que alguna vez quise sentirme autor de uno de los blogs más leídos y autodefinirme como un “francotirador en la red”. Ese solo apelativo reafirma la pretensión de un poder individual sobre el colectivo, pero ya dijimos que era nada más una ilusión. Pero ojo, ese ilusionismo de las redes sociales que nos hace pensar en el dominio del mundo, enciende una alerta: prohibido olvidar que la sobreinformación equivale a desinformación. Ese es el peligro de un blog.
Esto nos obliga a considerar que los llamados “líderes de opinión” no deben soslayar jamás en sus opiniones, aquello que es relevante para el usuario. Especialmente la juventud que por instinto, energía y doctrina prefiere la movilidad del canal on-line con su interfaz ubicuo, por sobre el sedentarismo del texto fijo impreso. Esto no significa un impedimento, más bien representa una oportunidad. Todo dependerá de la dinámica de contenido y forma que seamos capaces de imprimir al texto virtual. Un secreto compartido aquí a voces, se refiere a que el texto virtual debe ser oportuno, inmediato y surgir en el momento preciso antes de que los hechos se impongan y sobrepasen a las palabras informativas, y que cuando éstas reaccionen no sea demasiado tarde para informar sobre los hechos sucedidos y queden desactualizadas. Lo virtual es una carrera contra el tiempo inmediato; lo impreso, una cruzada por trascender en el tiempo mediato.
Al fin y al cabo, bien amerita citar aquí las ventajas de uno y otro texto -impreso o virtual- que sugiere R. Gubern. El libro electrónico se opone al fetichismo del libro impreso como objeto sensual, táctil, visual y oloroso a la vez. Fetichismo que forma parte del ingrediente hedonista propio del placer intelectual de la lectura. El libro electrónico se opone como máquina estandarizada al valor sentimental del libro recibido como regalo cariñoso o dedicado con una firma por el autor o por quien lo regala al ser querido. El libro electrónico está opuesto al libro entendido como objeto de diseño gráfico. El libro de papel nos permite ojear y ojear el texto, vagar por su contenido y forma con mayor comodidad e inmediatez que el libro electrónico. El libro códice nos deja ver cuánto hemos avanzado en su lectura y cuánto nos falta por leer. Un libro tradicional resiste golpes, malos tratos, en mayor medida que un libro en un soporte electrónico. Un libro impreso lo podemos leer durante el vuelo en un avión, el libro electrónico leído en pleno vuelo representa un peligro de accidente aéreo. El libro impreso se lo puede leer en todo lugar y momento, sin el peligro de que se quede sin pilas.
En esta aparente rivalidad entre el libro impreso y el libro digital, se deberá dirimir los territorios propios de la vigencia de cada cual, en su capacidad de incitarnos o devolvernos el interés por leer. Más que dos rivales, son dos medios complementarios y alternativos frente a nuestro irrenunciable derecho al placer de la lectura. Ese es su único destino.