El poder es la forma institucional de la política. Cuando el poder no observa la autoridad necesaria, sucede la desinstitucionalización del país. Eso ocurre en Ecuador, las instituciones perdieron potestad, aquello se aprende en seguida y esa ausencia nos está costanto la vida democrática. Si los ciudadanos tenemos que vivir de lo que nos enseña el gobernante, esperamos el peor ejemplo, cuando el principal impuesto que tenemos que pagar en democracia es la intolerancia, la persecución, el odio, y con ello la negación del otro. Vivimos la intolerancia en un país que se niega así mismo cometiendo una serie de errores desde el poder que se dice democrático, pero que se solventa en la intransigencia de sus actos. Un poder que no suele gobernar en democracia, es un poder sin potestad. Todo resulta fallido en sus acciones que se las quiere justificar, a través del discurso de la propaganda, de la difusión de una narrativa de poder que no cuenta con el recurso de la razón e impone el país que no somos y no debemos ser. Parece que quien no gobierna con prepotencia es un desaprovechado que dilapida las granjerías del poder. Ese es el ejemplo del gobernante y sus adláteres, sin potestad.
Lo que amerita hacer en el país, incluso contra el poder, es tratar de recuperar toda la convivencia armónica que se pueda, perdida con la muerte de la democracia. El régimen no acepta negativas, en eso radica su intransigencia. Prescinde de aquellos que niegan gobernabilidad en la Asamblea Nacional y entre el pueblo llano, sin importar que el poder se ejerce para todos, habida cuenta que se gobierna para propios y extraños. Dicha vocación jamás la tuvo y, es posible, que no la tenga Guillermo Lasso. La negación propia del disenso en democracia es considerada un acto rebelde. Bueno pues, nos rebelamos en contra de la acción de no hacer ni dejar hacer en democracia, que es la omisión propia de su gobierno. Hoy, más que antes, cobra significancia aquel “prohibido prohibir”; más que nunca el pueblo no debe dejarse silenciar, dejarse oprimir por la falta de justicia contra quienes ponen los presos, los condenados, los reprimidos.
La liberación de los presos políticos es política, no necesariamente por ley sino por justicia. A los presos políticos se los libera políticamente. Eso justifica la liberación de Glas: entró en la cárcel por falta de justicia y salió de ella por falta de institucionalidad, liberado por voluntad política. Del mismo modo que sus represores lo habían juzgado y condenado sin ley ni justicia, con las argucias de un código político, mas no legal. El tema es político, como política fue su sentencia. La indagación sin otra prueba que el odio de quienes hoy rechazan su libertad desde los medios obsecuentes con el poder, activistas de la animadversión con ropaje de juristas que manosean la ley para manipular la justicia. He ahí los errores del poder sin potestad.
Cuando esto ocurre no solo interviene el acervo cultural de una cuestión legal, detrás de esto hay todo un planteamiento político. La libertad de un hombre no representa un obstáculo para la democracia, no faltaba más. Todo lo contrario, es su derecho, y la fortalece. La represión de un hombre hace difícil la convivencia en democracia. Democracia que no surge del poder, se la tiene que manejar según la voluntad del pueblo. He ahí la lección del poder sin potestad.
Cuando un gobierno pretende gobernar sin ser ejemplar, la ciudadanía tiene que aprender sin la clase gobernante, mal como vamos. ¿Quién va a levantar la podredumbre generada en este país y barrer bajo la alfombra? La persecución ha contaminado a todos los ámbitos políticos, alguna complicidad debe haber de parte de quienes están llamados a corregir estas cosas.
Da miedo, sin duda, lo que está sucediendo porque no se encuentra que los demócratas que creen en los derechos de los demás a decir lo que piensan y a vivir lo que merecen, hagan lo suyo, y no tienen mucho camino para hacer lo que deben hacer, frente a todo lo que está ocurriendo en el mundo y en el Ecuador. Hay situaciones dramáticas en contra de la libertad y la democracia que las convierten en utopías perdidas.
La historia sirve para leer en ella. Sería bueno leer acerca de cómo los negadores de la democracia crearon las cáceles y los campos de exterminio. ¿Ese ejemplo evoca el poder? Esto no responde un gobierno que se dice democrático mandando a la cárcel a sus opositores. He ahí la negación del poder sin potestad.