Abril, mes del libro, tiempo de lecturas y relecturas. Práctica que conjuga dos soledades, la del autor en el acto creativo, y la del lector en su gesto receptivo de la creación. Lectura que es mentira que sea un hábito porque, como puntualiza Iván Égüez, los hábitos son inconscientes y no se necesita pensarlos, son un reflejo; la lectura es un acto que demanda voluntad, un acto del pensar.
Pero en este país, al parecer algunos les interesa que los individuos no piensen, supone Égüez. Fácil es colegir aquello. Al concluir el siglo pasado, Ecuador no concluía en felices términos un plan de lectura, ya que era el único país que no lo tenía. En ese entonces el Ministerio de Cultura, llamado a dilucidar los misterios de la cultura, intentó crear un Plan de Nacional Lectura (PNL), al que dio el nombre de José de la Cuadra, en un intento de que se hiciera merecedor a tan reconocido nombre. Pero no fue así. Por acción o por omisión el PNL José de la Cuadra fracasó porque nunca tuvo una cobertura para todos los ecuatorianos, constata Égüez. No constituyó una política cultural que trascienda en el tiempo debido a la omisión del Estado.
Precisamente, el destino de la lectura en el país, los misterios del acto de leer, el perfil de un lector aborda la revista Rocinante en su edición de abril. En el especial del mes, la publicación de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo, aborda una de las omisiones culturales del momento y reivindica a la literatura rusa, sin ánimo de polemizar con aquellos que hoy la silencian, sino más bien motivada en dar un repaso por los hitos que han dado forma a esa memoria colectiva que es una tradición literaria del país de Alexander Pushkin.
De la mano de Vladimir Nabokov y George Steiner, dos ensayistas de aquilatados saberes, la revista se adentra en la obra de la narrativa rusa cuyos autores ajenos a la actual coyuntura bélica no merecen relegarse ni menos prohibirse puesto que, bajo la mirada retrospectiva y sentimental, los escritores rusos eran modelo de escritores de otras lenguas. Entre ellos, Nicolai Gógol, un ser extraño como todo genio, inspirado en denunciar los horrores de la burocracia rusa. O Iván Turguéniev y su prosa fluida, plástica y musical con que presentaba en sus historias estudios psicológicos de sus personajes idealizándolos, muchas veces, como seres superiores. Y la genialidad de Antón Chéjov, -como ninguno para crear personajes patéticos-, que conseguía dar una impresión de belleza artística muy superior a la de muchos escritores. No en vano, George Steiner consideraba que ningún novelista inglés es tan grande como el ruso León Tolstoi que ha dado un cuadro tan completo de la vida del hombre en su aspecto doméstico y heroico a la vez. Fiódor Dostoievski, citado como contraste de Tolstoi, es ejemplo de neurosis creadora, según sus críticos, para quienes el autor ruso estaba dotado de una excepcional fuerza y resistencia incluso cuando la vida lo hacia sufrir.
Reflexiones literarias
Ya entre las omisiones culturales criollas -de este y otro tiempo- está la escasa lectura de Juan Montalvo, en cuyo honor a su nacimiento se instituyó el 13 de abril como el Día del Maestro, ese mediador de lectura llamado a acercar miles de libros a la juventud.
En la reflexión publicada en revista Rocinante de abril, Mitología del Iluminado, Iván Égüez comparte dudas acerca de los talleres de lectura, el papel del escritor y el uso del lenguaje, el mundo editorial y la enseñanza de la literatura, así como la crítica y la importancia de la lectura. Eguez manifiesta que nadie escribe para sí mismo. Citando a Sartre, constata que la operación de escribir supone la de leer como su correlato dialéctico y estos dos actos conexos necesitan dos agentes distintos. Y la construcción simbólica de la literatura hay que medirla libro a libro, escrito y leído. Y en el acto de escribir, el escritor es un caso de materia prima compuesta de obsesiones, deseos, frustraciones, sueños, etc., que al mismo tiempo es fuerza de trabajo de quien finalmente se encuentra sujeto a los criterios de selección del editor. Y si decide desafiar las leyes del mercado y convertirse en distribuidor de su obra, corre el riesgo de pasar por mercachifle y aquello a un poeta le lacera el alma.
Mientras que los antiguos cultivadores de las letras vivían para entretenerse y hacer de ellas un ingrediente de la bohemia, ahora se auto posicionan dentro de una fama mediática, con una nostalgia propia del placer cortesano y la libertad burguesa, que resultan interesantes a la ideología dominante para ejercer la anulación en forma de autocensura, señala Eguez. En ese escenario, no solo hay que fabricar los productos sino los individuos que los consuman, es decir los lectores, sujetos que hoy dudan y los autores, tanto como los periódicos, no están preparados para eso.
En los predios de la enseñanza, una vertiente dominante considera a la literatura como expresión de la subjetividad del autor, ajena al contexto histórico social; según en esa concepción, la crítica literaria consiste en explicar la obra por la vida del autor cuya “sensibilidad” y “originalidad” creativa se reflejaría en el valor estético de la obra. De ese modo, la censura modifica el hecho literario cercenando el espesor real que sostiene a toda ficción, reflexiona Égüez.
En la vertiente del lenguaje como materia, los escritores emprendieron una violentación del bien decir y realizaron una especie de toma del poder en el seno del lenguaje. De ese modo el indigenismo propicia la producción de un lenguaje nacional popular, y el realismo entonces toma forma como un espejo de la realidad. La literatura, cercenada de sus dimensiones vivenciales, tiende a convertirse en objeto de manipulaciones que transforman a la lectura en una forma de sujeción ideológica. En definitiva, el escritor romántico de antaño se reencarna en aquel que se cree independiente y que juzga al mundo desde su neutralidad. No obstante, la toma de posición no se resuelve en el mundo del papel sino en el de la sociedad, recuerda Égüez, donde el escritor es más que un creador de personajes imaginarios, un personaje de carne y hueso cuyos actos están del lado del cambio y la liberación o del sometimiento y el retraso.
¿Qué hacer ante este panorama? La respuesta -en opinión de Égüez-, está en admitir esta realidad y aceptar que la condición de trabajador del escritor prevalece sobre la mitología del iluminado, para volver a ser un intelectual en el sentido real del término.
En este mes de abril y libros mil, amerita entender también que la literatura nos da a los lectores una historia y, en tal sentido, la lectura no es solo una práctica sino una forma de vida.