El corazón es el órgano más extremo de un ser vivo. Nos permite la vida y nos la quita sin mediación de otro órgano corporal, pero nos emite señales previas con suficiente antelación. En eso radica su nobleza. Es además un órgano mítico, siendo un músculo con funciones hemodinámicas que recibe y distribuye la sangre a todo el organismo, se le atribuye, además, funciones emocionales. El corazón es también depositario, receptor y emisor del amor. Neruda le dio un domicilio amoroso cuando escribió en sus versos Para mi corazón basta tu pecho / para tu libertad bastan mis alas.
Mas allá de las metáforas, en términos anatómicos la Medicina establece que el corazón es un órgano del tamaño aproximado de un puño. Está compuesto de tejido muscular y bombea sangre a todo el cuerpo. La sangre se transporta a través de los vasos sanguíneos, llamados arterias y venas. El proceso de transportar la sangre por el organismo se llama circulación. El corazón tiene cuatro cavidades, dos aurículas y dos ventrículos, y existe un tabique entre las dos aurículas y otro entre los dos ventrículos. Las arterias llevan la sangre hacia afuera del corazón y las venas la llevan hacia adentro. El flujo de sangre a través de los vasos y las cavidades del corazón es controlado por válvulas.
En un escueto resumen hemodinámico, la Cardiología enseña que el corazón bombea sangre a todas las partes del cuerpo al ritmo de sus latidos controlados por el sistema eléctrico del miocardio. El músculo cardiaco bombea la sangre rica en oxígeno y nutrientes a los tejidos del cuerpo y la mantiene en movimiento de forma unidireccional en un circuito cerrado, nada se pierde. La sangre suministra oxígeno y nutrientes a todo el cuerpo y elimina el dióxido de carbono y los elementos residuales; en esa función fluye a través de las arterias pulmonares derecha e izquierda hacia adentro de los pulmones. En los pulmones, se incorpora oxígeno y se retira dióxido de carbono del torrente sanguíneo durante el proceso de respiración. A medida que la sangre viaja por el organismo, el oxígeno se consume y la sangre se convierte en desoxigenada. En los tejidos se extraen los nutrientes y vuelve a través de las venas que transportan la sangre de vuelta al corazón.
Sin embargo, esta maravillosa dinámica puede ser insuficiente para vivir. Y la Insuficiencia Cardiaca (IC) suele ser la principal causa de muerte súbita que le puede suceder a un ser humano. La insuficiencia cardiaca es la principal enfermedad crónica cardiovascular, siendo estos pacientes más vulnerables al desarrollo de cuadros clínicos más graves tras sufrir una infección. Una de las infecciones virales asociadas a la IC es el Covid-19. Según los especialistas, la clínica respiratoria es la predominante en el coronavirus, pero la enfermedad cardiológica cobra un especial interés en esta enfermedad, dado que tanto el riesgo de infección por SARS-CoV-2 como la gravedad de la COVID-19 están aumentados en estos pacientes. De hecho, la IC es una de las complicaciones más frecuentes en los pacientes con COVID-19. Esto parece deberse, dicen los expertos, al menos en parte «al papel que desarrolla la enzima de conversión de la angiotensina 2 (ECA2). Esta es fundamental para la infección del virus, y a su vez tiene una alta expresión en el corazón, participando en su fisiopatología».
En base a la experiencia acumulada, las estadísticas indican que un 40% de los pacientes hospitalizados con COVID-19 tienen enfermedad cardiovascular o cerebrovascular. El 16,7% de los pacientes con COVID-19 desarrolla arritmia, un 7,2% experimenta daño miocárdico agudo y un 8,7% de pacientes desarrolla shock; estas tasas fueron más elevadas en pacientes ingresados en Unidades de Cuidados Intensivos (UCI). De igual forma, está documentado que los pacientes más graves presentan niveles significativamente más elevados de troponina y péptidos natriuréticos. El daño miocárdico y la IC, ya sea sola o en combinación con insuficiencia respiratoria, representan hasta el 40% de la mortalidad en estos pacientes. Los pacientes hospitalizados con COVID-19 pueden correr el riesgo de desarrollar insuficiencia cardíaca, aunque no tengan antecedentes de enfermedad o factores de riesgo cardiovascular, conforme un nuevo estudio del Hospital Mount Sinai de Nueva York, según publican en línea en el Journal of the American College of Cardiology.
Aunque los síntomas de la insuficiencia cardíaca -en concreto, la falta de aire- pueden imitar los síntomas asociados a la COVID-19, el hecho de ser alertados de los hallazgos de este estudio puede incitar a los médicos a vigilar los signos de congestión más consistentes con la insuficiencia cardíaca que con la COVID-19 por sí sola. Este es el riesgo de insuficiencia cardíaca en paciente Covid-19, concluyen los médicos. La enfermedad isquémica del corazón se asocia a la principal causa de muerte cada año y se produce cuando las arterias que suministran sangre al músculo del corazón se obstruyen; su principal manifestación es el infarto al miocardio. La situación de la mortalidad por enfermedades isquémicas del corazón ha continuado en los últimos años con la salvedad de que las muertes totales subieron por la incidencia del COVID-19, según las estadísticas oficiales. Incluso el número de fallecidos por esta causa fue apenas mayor al total de muertes confirmadas por COVID-19 durante el 2020.
El caso ecuatoriano
En un reciente libro publicado por el doctor Alfredo Palacio, Insuficiencia cardiaca, una pandemia silente, el galeno identifica los problemas que persisten en torno a este síndrome. El texto del análisis se fundamenta en diversos trabajos de investigación en los que se establece que entre los años 2012 y 2016 la mortalidad por infarto cardiaco aumentó solo en Ecuador. La revelación es significativa, puesto que en ningún otro país de la región ocurrió esto y a nivel mundial disminuyó. El incremento en Ecuador se explica, a pesar de que ahora hay tecnología quirúrgica o de cardiología intervencionista para dilatar arterias mucho más avanzada, porque “el país tiene un sistema de salud con una atención primaria deficiente lo que implica un retroceso en la detección y el tratamiento de estos casos de IC”, señala Palacio.
Los estudios pertinentes en Ecuador demuestran un aumento acelerado de las tasas de mortalidad por infarto de miocardio, más pronunciado en la población masculina de la región costera urbana, con una edad promedio de 73 años. Lo significativo es que, según establece el doctor Palacio, quienes sobreviven a la IC, “terminaban con una enfermedad invalidante que a los 5 años ya tiene una mortalidad del 65 %, pero no se la toma en cuenta como causa de mortalidad, entonces las cifras están subestimadas”.
Su estudio concluye en que la insuficiencia cardiaca tiene cuatro grados de severidad. Los que tienen solo factores de riesgo, quienes no desarrollan síntomas, aquellos que ya los poseen y los que los padecen muy severos. Pero alerta, “los cardiólogos ven solo a los dos últimos, a los dos primeros no, por lo que no se reconocen, si se observaran a tiempo se podría detener y no pasar a casos más graves, pero como no se hace aumenta la mortalidad”, explica Palacio. Lo más grave de esta enfermedad es el desconocimiento global que -a pesar de los recientes avances científicos- persiste, gravemente acentuado en los países en vías de desarrollo como Ecuador, donde la insuficiencia cardiaca con frecuencia no es clínicamente reconocida, sobre todo en sus tempranos estadios.
No obstante, la insuficiencia cardiaca, esa pandemia silente nos conduce a pacientes sin hacer mucho ruido, a la convicción como augura Mark Twain: El hombre que vive plenamente está preparado para morir en cualquier momento.