Cuántas veces habremos escuchado la frase el hombre es el lobo del hombre, para referir un estado de deshumanización al que la conducta social ha conducido a algunas naciones. De todos los ismos que dan cuenta de la destructiva conducta del ser humano -capitalismo, neoliberalismo, fascismo, entre otras- el peor, sin duda alguna, es el deshumanismo. Ese estado de regresión de la condición humana, de negación del hombre como especie. El término deshumanización define un proceso mediante el cual una persona o un grupo de personas pierden o son despojados de sus características humanas. Una persona se deshumaniza, por ejemplo, cuando se vuelve indiferente al dolor del otro.
Hoy más que nunca es necesario reflexionar sobre el impacto de la deshumanización en la sociedad a través de situaciones comunes que se evidencian en el día a día, e identificar las posibles causas de este fenómeno como la falta de comunicación, crisis de valores y la ausencia de los poderes representando genuinamente a la sociedad.
Caminamos hacia una evidente crisis de representatividad o representación en la que el abandono del Estado, de su rol social de garantizar la vida de los individuos, se reduce a una mínima expresión en manos de un sector político que actúa motivado por sus intereses sectarios. Los banqueros solo viven para acumular riqueza material. El Estado en sus manos deja de representar a la sociedad en su conjunto y se convierte en instrumento de dominio, represión, persecución de ciudadanos indefensos. La represión no siempre debe ser por la vía de los aparatos represivos -policía, fuerzas armadas o delincuencia organizada-, también el ser humano es reprimido por exclusión económica y social, por políticas públicas o privadas que le niegan elementales derechos como la salud, la educación, la seguridad, el esparcimiento, entre otras.
En un conversatorio producido por el Colectivo Espejo Libertario, transmitido por radio Pichincha los días lunes con la conducción periodística de Luis Onofa y Leonardo Parrini, los invitados Napoleón Saltos, sociólogo, y el economista David Villamar reflexionaban ayer en torno a la crisis de gobernabilidad y gobernanza en desarrollo que amenaza convertirse en crisis de representación política en el país. La conclusión de fondo a la que arribaron los contertulios dice relación con una crisis de hegemonía, en que la democracia genera un “empate catastrófico” entre los representantes políticos que se muestran incapaces de generar “un proyecto de país”. El escenario inmediato de este año, según la visión de los analistas, muestra un 2022 preelectoral de “movilizaciones ciudadanas en exigencia de sus derechos”.
Frente a este panorama, la respuesta estatal no sería otra que desoír el clamor popular, aplicar fórmulas políticas y sociales fracasadas en otros países como Argentina, Chile, Colombia o Brasil, naciones agobiadas por la desigualdad donde se abrieron las puertas para la protesta social.
Lo que está sucediendo ahora tiene antecedentes en octubre del 2019, momento en el que se produce la intervención de la sociedad en la institucionalidad, y el resultado de las últimas elecciones presidenciales, que trazan el escenario de representación de las fuerzas que están actuando en el país. Ahora hay una multiplicidad de fuerzas -no hay solo el escenario binario de izquierda-derecha. Existen al menos cuatro fuerzas políticas en una presencia multilateral, y si es que las fuerzas que manejan el Ejecutivo creen que pueden ejercer un poder unilateral, entonces empiezan los problemas. Atrás de la escena vemos que el poder no está en manos de los políticos que se expresan en el gobierno o en la Asamblea Nacional, sino en el poder de la banca, en el poder de los empresarios y sus voceros mediáticos.
Crisis del sistema político
En la Asamblea Nacional se expresa un bloque de la derecha tradicional que apoya al gobierno del presidente Lasso y, por otro lado, están las fuerzas de la RC, PK e ID que representan la línea de una fuerza de centro izquierda. En este escenario de contrapesos políticos el rechazo a los proyectos del régimen se expresa en la falta de su capital político y en una ausencia de gobernabilidad y gobernanza previsible desde el inicio del gobierno, que no tiene ningún interés en consensuar y busca imponer su propia línea política.
La pregunta de fondo es: ¿qué pasa con la democracia? El tipo de democracia que se ha venido construyendo está llegando a un límite que genera una representación sobre la base de un sistema de partidos muy débil que explica la ingobernabilidad en medio de una crisis que no durará solo el momento actual, sino que se proyectará más allá de la coyuntura. Esta democracia está generando una dispersión de fuerzas en un empate catastrófico entre las representaciones. En este escenario hay sectores empresariales que se van a jugar a fondo por la “muerte cruzada” que es una salida que no se mueve, necesariamente, a través de la representación democrática.
Hay un vacío de poder, el ascenso al poder no está resuelto en Ecuador. La política está enfrascada en un reparto de poderes, a través de un reparto de cargos y no en lo que implica una democracia real. Uno de los signos de crisis de la democracia es que ésta se reduce a una política de reparto de beneficios y no hay proyectos de país. La política se ha vuelto una política del día, no hay capacidad de reflexionar un futuro.
En esa democracia que está fracasando a nivel institucional como crisis de conducción cultural política, es necesario pensar en otro tipo de dinámica social y política. En esta crisis política de representatividad vinculada a una crisis de gobernabilidad falta un modelo y un proyecto de país. El proyecto de los banqueros es un proyecto parcial y parcializado.
Se requiere una consulta popular que ponga, en primer plano, los problemas y las soluciones que convienen al país, -no al régimen-, como son el empleo, la salud, la educación y la seguridad social. Si no lo hace la clase política, el camino es tomar la iniciativa democrática y utilizar todos los recursos para lograr la inclusión de la sociedad.
En esta crisis de representatividad, la deshumanización de la política conduce a la indiferencia del sistema político frente al drama de nuestros semejantes. El camino para que el hombre se convierta en lobo del hombre, está expedito.