La política tiene muchas definiciones y es uno de los pocos términos que acuña significados a la zaga, es decir, después de la praxis o como una justificación de la práctica. El histórico líder del marxismo ruso Vladimir Lenin, privilegiaba la acción y decía que «no hay teoría sin práctica». En otras palabras, legitimaba la dinámica de la política desde la práctica teórica a partir de un criterio de verdad que es la realidad, donde se imponen los “porfiados hechos”, como solía decir el conductor de la revolución soviética.
A partir de esa conceptualización, diversas han sido las definiciones dadas a la política por los pensadores en distintas épocas que buscaron un concepto a partir del empirismo político como una forma de predecir un deber ser. Según Platón (428-347 a.C.), filósofo de la antigua Grecia, la política es el arte de gobernar a los hombres con su consentimiento. El político es quien conoce ese difícil arte. El arte de gobernar por la fuerza no es política, es tiranía. Concepción idealista sin duda, basada en la ética de las acciones. Platón, espartano de corazón, como aristócrata en un medio democrático, se ve alejado de la acción política y se refugia en la reflexión sobre la política o gobierno de la polis. La aristocracia para los griegos era el gobierno de la sabiduría, en tanto que la democracia es el gobierno de las mayorías del pueblo. Según la epistemología griega, la aristocracia degenera en timocracia, ésta en oligarquía, la oligarquía en democracia y ésta en Tiranía. Finalmente se vuelve a la aristocracia en un círculo en torno del cual gira el poder. Para la concepción platónica los que saben, los sabios, los versados en ciencia política deben mandar, con leyes o sin leyes, rico o pobre, uno o varios. El poder es para los que saben el arte y la ciencia de la política: puede ser un filósofo o rey. Platón consideraba que la democracia es el reino de los demagogos que actúan de acuerdo a los apetitos de la masa. Es el gobierno de la multitud, la libertad absoluta, un régimen sin ley, no hay autoridad reconocida, la vida social está desorganizada, cada uno actúa a su antojo, se cree bueno para cualquier cosa y hace lo que quiere. La multitud jamás adquirirá el saber, la ciencia política, y por lo tanto no debe gobernar. La democracia ateniense mató a Sócrates, el hombre más eminente de su tiempo. Sócrates es un revolucionario político. Este pensador, que evitó sistemáticamente desarrollar una carrera pública y que más bien eligió ejercer una suerte de antipolítica, es responsable de la más importante transformación en la forma como los griegos entendían esta actividad. En lo que respecta al ámbito político, Sócrates pensaba que los valores que determinan la vida individual -virtud, verdad y sabiduría- también debían dar forma a la vida colectiva de la comunidad.
Estos principios democráticos griegos fueron asimilados por la democracia comunista, según la cual los hombres viven sin propiedad privada y los dirigentes no deben acumular riqueza. Las mujeres se emancipen y el Estado (ciudad-Estado) se encarga de la educación de los niños. Las mujeres pueden cumplir todas las funciones de los hombres, de acuerdo con la visión que tiene la sociedad moderna basada en la concepción platónica, en la que Platón es un enemigo de la sociedad abierta, conforme concluye Karl Popper.
Para el filosofo griego materialista Aristóteles, la Política no era un estudio de los estados ideales en forma abstracta, sino más bien de un examen del modo en que los ideales, las leyes, las costumbres y las propiedades se interrelacionan en los casos reales. Según Aristóteles, una vida política activa, en la que los ciudadanos deliberen, gobiernen y construyan la polis, equivale a una vida buena y feliz. La ética, conforme el pensador griego, es la que busca el bien del individuo, en tanto que la política busca el bien de la comunidad. Las acciones de los humanos responden a una finalidad, a una causa final, la felicidad.
¿Qué han aprendido nuestros políticos contemporáneos de aquellas enseñanzas de la sabiduría griega?
La política de Ecuador está definida por la actual Constitución vigente del país. Oficialmente denominada como «República del Ecuador», se define como un Estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico. No obstante, en Ecuador del siglo XXI, el gobernante se guía por otras lógicas, se diría por la lógica metalizada del dinero, objeto de transacción y jamás de justicia. El dinero es el elemento mediante el cual confirmamos las mayores inequidades económicas e injusticias sociales. Esa moneda de cambio, ese fetiche de la mercancía, solo sirve para imponer la razón del más poderoso. Porque poderoso caballero es Don Dinero, decía Francisco de Quevedo. Y ahora diríamos, más poderoso es quien lo acumula en la bóveda de un banco. Esa plutocracia bancaria que gobierna los destinos del mundo. Y, en escala reducida, los destinos de Ecuador. Esa plutocracia para la cual la política es una transacción permanente, toma y daca, donde no existe la solidaridad humana. Tal es así que, es dable conseguir un hospital por votos en el Legislativo, un privilegio tributario a cambio de sumarnos a una iniciativa del poder de quien maneja los tributos. Para eso, al final del día, el fin justifica los medios.
Y lo estamos viviendo en vivo y en directo. Quienes hicieron primero un favor como iniciativa de obsecuencia política ahora, según el mandatario Guillermo Lasso, hacen uso de la prerrogativa de exigir al poder prebendas para alcanzar mayor poder y consolidar sus proyectos. Y allí están los nombres de quienes evitaron que Guillermo Lasso sea enjuiciado políticamente por el caso Pandora Papers, los asambleístas de Pachakutik Rosa Cerda, Gisella Molina, Edgar Quezada, Celestino Chumpi y Cristian Yucailla. Y que ahora Lasso apunta a los legisladores Rosa Cerda, Edgar Quezada, Celestino Chumpi, Gisella Molina y Cristian Yucailla, además de un asesor legislativo, para que sean investigados por la Fiscalía por haber pedido, según dice, «beneficios económicos» a cambio de apoyar al gobierno en su proyecto privatizador de inversiones. Y en esa acusación contra “ladrones y corruptos” el mandatario suma otro nombre de la política, el ex candidato presidencial de la Izquierda Democrática, Xavier Hervas.
Una pregunta flota en el aire ¿El presidente Lasso, habría denunciado a los ladrones y corruptos de esta transacción política con el poder, en caso de haber sido aprobada la ley de inversiones? Esa es la pregunta de los seis millones. ¿Por qué el presidente Lasso no denunció la corruptela en el instante mismo que los corruptos y ladrones le hicieron la propuesta al régimen? ¿O es que acaso los ladrones y corruptos estaban respondiendo a una propuesta presidencial? Y en política, sin la sabiduría griega, todo puede suceder; la política es el arte de hacer que las cosas sucedan. Ya no importa cómo ni con quienes.
Y lo que puede suceder, en uno de los escenarios posibles, es que la Asamblea Nacional se anticipe a la muerte cruzada y reúna 92 votos para la destitución del presidente Lasso aludiendo a una “grave convulsión interna”. O anticipadamente, el mandatario mande a casa a los asambleístas, mezclados honestos con ladrones y corruptos, clausure la Asamblea Nacional y se dedique a practicar la dictadura constitucional por seis meses gobernando a punta de decretos presidenciales, antes de presentar su renuncia para volver a lidiar en nuevas elecciones.
Corren malos tiempos para la democracia, esa condición que, según los griegos, es el gobierno de las mayorías. Aristócratas sin sabiduría que han degenerado en timócratas y luego en oligarcas camino a la tiranía, según la epistemología griega. Ahora esa misma minoría se debate entre los porfiados hechos de que hablaba Vladimir Lenin, motivados por un grosero pragmatismo político, una práctica sin teoría y sin principios, sin otro fin que no sea su oficio en beneficio personal o sectario.
En las mil formas de la política, corren malos tiempos para la democracia.