Por Pablo Salgado J.
Nada justifica una guerra. O una intervención militar. Nada. Toda agresión armada es una estupidez. La humanidad no termina de entender que la muerte de miles y millones de inocentes -padres, madres e hijos- no tiene defensa alguna, que no sea la tamaña insensatez de líderes y políticos de las naciones, sobre todo de las mas poderosas.
Nada justifica una guerra. Ni la presencia hostil de bases militares. Nada. No hay justificación alguna para bombardear y destruir ciudades, infraestructuras y carreteras de un país vecino, por más presidente pronazi que éste tenga. Tampoco que Putin lo haya advertido desde hace 15 años. No. Nada justifica una guerra. Y menos una amenaza de guerra nuclear. De la misma manera, nada puede justificar los constantes bombardeos en Siria. O las permanentes agresiones militares contra el pueblo Palestino.
La respuesta de casi todos los gobiernos de Occidente a los ataques de Rusia a Ucrania ha sido sorprendentemente inmediata. No han demorado en imponer sanciones económicas, culturales e incluso deportivas a Rusia. A diferencia de los ataques militares que, a lo largo del último siglo, ha ejecutado el gobierno de Estados Unidos contra numerosos países: Panamá, Libia, Siria, Yemen, Afganistán, y un largo etcétera. Nunca EE.UU., o Israel, recibieron sanción alguna. Mientras Rusia lleva ya 5.532 sanciones; Irán 3616; Corea del norte, 651. Y, naciones que no han lanzado ninguna invasión militar, como Venuezuela y Cuba, han recibido 510 y 208 sanciones, respectivamente. De ahí que, con la más aberrante impunidad, continúan bombardeando Siria y Palestina. Y la OTAN incumple tratados y se extiende hacia el Este. Tampoco podemos olvidar que, por más de 40 años, EE.UU. desobedece a las Naciones Unidas y continúa con un bloqueo criminal a Cuba. Sin duda, la vergonsoza hipocrecía de Occidente.
En un planeta tan globalizado e interconectado como el de hoy, la intervención militar en Ucrania afectará a todo el mundo. La censura a los medios de comunicación en Europa, y otros países como Ecuador, también es un nefasto precedente -uno más- que atenta contra los derechos y las libertades; la visión única de la guerra, en la cual solo mueren los ucranianos. La agresión militar y las sanciones económicas terminarán incidiendo en el resto del mundo, sobre todo en países más vulnerables como el Ecuador. Y lo sentiremos los comunes ciudadanos. De hecho, ya lo estamos sintiendo. El precio del petróleo, que supera los 100 dólares, debería ser un alivio para el Ecuador. Pero no, en un gobierno neoliberal solo servirá para aumentar las reservas sin importar las angustiantes necesidades sociales del país. Y nos afecta a los comunes ciudadanos no solo en el aumento en los precios de los combustibles, sino con las consecuencias generadas por el enorme incremento en el precio del trigo, la urea o la materia prima para las camaroneras y otras industrias de alimentos. O al sector de las flores y otras 1442 empresas ecuatorianas que comercian con Rusia. Y afecta también a centenares de estudiantes que se han visto obligados a abandonar sus estudios en Ucrania y Rusia para retornar al Ecuador, o para intentar recuperarlos en otro país de Europa.
A propósito, lo peor que le puede pasar a un país es que sus propios ciudadanos se nieguen a regresar. Ciudadanos que han perdido no solo la confianza, sino la esperanza en su país. Y prefieren quedarse incluso en un continente amenazado por la guerra. Y lo hacen porque están convencidos que la única forma de construir su presente y su futuro está fuera del Ecuador.
Escuchar los testimonios de los jóvenes que estudiaban en Ucrania nos rompe el corazón. Y nos llena de indignación. El Ecuador de hoy expulsa a sus ciudadanos. Mas de 100 mil personas salieron del país el año pasado. Y 35 mil solo en enero y febrero de este año. Todos viajan, muchos asumiendo deudas infames, con la esperanza de tener un trabajo que les permita volver a sentirse útiles y productivos. Y recomponer su vida, su autoestima, su orgullo.
Los estudiantes ecuatorianos saben que, si logran terminar su formación académica, pueden tener una oportunidad en Europa. Y saben que si retornan a Ecuador lo más seguro es que no obtengan un trabajo, como ya sucede con miles de becarios. Y menos con un gobierno cínico y mentiroso. De ahí que prefieren quedarse, saben que podrán ejercer su profesión y serán mejor remunerados. Y saben que solo así podrán garantizar una vida digna para los suyos. El año anterior, las remesas superaron los 2 mil 300 millones de dólares. Y son las que mantienen a un número importante de familias ecuatorianas, más aún cuando, luego de 10 meses de gobierno, los índices de desempleo y subempleo continúan creciendo, de la misma forma que crece la indolencia, la ineficiencia y el descaro de quienes nos gobiernan.
América Latina no está exenta de la disputa por la hegemonía de las grandes potencias. Es más, como bien señala Daniel Kersffeld, somos “un continente en disputa y, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, donde Estados Unidos era la única potencia regional, hoy debe competir con China, en cuanto a oportunidades económicas y comerciales.” El repentino acercamiento del presidente Biden al presidente Maduro así lo demuestra. Es lamentable que, por la ceguera de los gobiernos, en tantas décadas no se haya podido consolidar un bloque regional que le permita a Sudamérica defender con éxito los intereses de la región.
El mundo conoce los estrechos vínculos de Putin con los gobiernos de derecha y extrema derecha, aunque los grandes medios intentan ocultarlo y solo destacan la relación con los gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Estrechos vínculos con Jair Bolsonaro, en Brasil; con Santiago Abascal de VOX, en España, los mismos que fueron invitados a la posesión del presidente Lasso; con Marie Le Pen, en Francia; con Nigel Farage, en Gran Bretaña; con el partido de La libertad, en Austria; con Matteo Salvini, de la Liga norte en Italia; y el propio Donald Trum, en Estados Unidos, quien nunca ocultó su “adoración” por el presidente ruso.
Después de esta intervención militar de Rusia en Ucrania, el mundo será distinto. La disputa por un nuevo orden mundial se profundizará. Se consolidará el eje China-Rusia y la influencia de Moscú en Oriente. La economía mundial recorrerá nuevos caminos. Todos seremos más pobres. Europa saldrá debilitada. Al igual que el multilateralismo y el propio sistema de Naciones Unidas, que ha sido incapaz de impedir una guerra. Estados Unidos continuará con su declive, económico, político y ya no podrá seguir siendo el guardián del mundo. Es más, los estrategas militares afirman que Putin vio la luz verde para su intervención militar cuando, en el 2013, el presidente sirio Bashar al Asad usó armas químicas contra su propio pueblo, y el presidente Obama fue incapaz de evitar que se cruzara esa línea roja.
Seguramente Rusia recuperará Crimea y Donetsk y Lugansk se consolidarán como repúblicas “independendientes.” Y al mundo ya no le importará que, en Ucrania y otros países, cada día amanezcan con centenares de muertos y miles de familias destrozadas, pues la guerra, después del alto al fuego, será larga. Cada vez más países en el mundo sufrirán la profundización de la inequidad y el abandono; se ahondarán las brechas entre ricos y pobres, la industria de las armas será más próspera, y Europa se verá obligada a acoger a millones de migrantes y refugiados no solo de Ucrania sino de todo el mundo. Pero quizá las mayores consecuencias que tendremos a futuro es el incremento de los presupuestos militares en desmedro de la educación, la salud, la ciencia y la cultura. Y esto volverá peor al mundo; mas injusto, mas perverso y mas proclive a las nuevas guerras. Un mundo empobrecido por la pandemia, ahora lo será aún más por la guerra y la escalada armamentista.
Toda guerra es una gran estupidéz. Por eso, todos debemos gritar: ¡No a la guerra! Pero también hay que decir: ¡No a las bases militares! que cercan nuestros países. No a los intereses hegemónicos, geo políticos y económicos que impulsan las mas innecesarias e ignominiosas confrontaciones militares. La única oportunidad para la paz será apostar por la educación, por la salud, por el empleo y por un país soberano y libre de bases militares y de políticos insensatos. Ya es hora, como nos decía Lennon -quien murió abaleado- que el mundo se atreva a darle una oportunidad a la paz.