El 8 de marzo se estableció como el Día Internacional de la Mujer para conmemorar a las 146 mujeres trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York, que murieron calcinadas a partir de un incendio provocado para romper con la huelga que llevaban adelante en protesta por las condiciones de trabajo e injustos salarios. Como toda efeméride esta fecha -el 8 de marzo- no está exenta de mistificación. Un desproporcionado sentido de género desdibuja la dimensión de la mujer en la sociedad, confrontándola con el hombre en una lucha de sexos que impide una defensa cabal y mancomunada por los derechos humanos. Es obvio que la lucha por el respeto a los derechos de género es una acción por los derechos humanos, que empieza por el reconocimiento a una vida digna, igualdad de derechos y deberes e inclusión en todos los ámbitos de la vida social, laboral y cultural. Sin desconocer aquellos derechos específicos que pueda otorgar una determinada condición de género.
Reconocer los derechos de la mujer, no es cuestión solo de una efeméride. Es un proceso histórico de toma de conciencia de hombres y mujeres para concebir una sociedad con todos sus habitantes en posibilidad de brindar su aporte con total igualdad de capacidades, oportunidades y derechos. Si bien la liberación como especie pasa por la liberación de género, el grado de emancipación social de la mujer es el barómetro general con el que se mide la emancipación en una sociedad.
No obstante, la mujer emite señas particulares. La simultaneidad de la mujer en diversas actividades la convierte en un ser ubicuo. Está presente en diversos roles a la vez, como mujer, trabajadora, madre, educadora, aprendiz, compañera, en fin. La mujer, por simultánea, resulta ser explotada, abusada, excluida, en su condición múltiple. El rol unívoco del macho pretende, en cambio, posicionarlo, de manera exclusiva, en el vértice de la jerarquía social y generacional de la especie humana.
En virtud de la verdad, amerita identificar aquellos rasgos específicos de género con que la mujer enriquece la existencia. Se privilegia su rol maternal, de matriz generadora de vida, de mater omnipresente. Se pondera su cualidad receptiva que la convierte en fragua y depositaria de sentires y saberes. O se suele mistificar su emotividad, soslayando su fortaleza espiritual y física en momentos extremos de la vida y de la muerte. En virtud de la verdad, la mujer es madre productiva, creadora y conductora de vida, depositaria de sabiduría intuitiva superior a la certeza del hombre, compañera de múltiples avatares y soporte natural de la familia. Tan lábil y fuerte como todo ser humano consigue serlo.
Realidad de género
Las estadísticas actualizadas al año 2022 que maneja en su informe la organización ONU Mujeres, de las Naciones Unidas, para la región latinoamericana sobre la condición de género, son reveladoras. La pandemia redujo mayoritariamente la participación de las mujeres de la región en el mercado laboral. En 2021, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más de 13 millones de mujeres vieron desaparecer sus empleos a causa de la pandemia en América Latina y el Caribe. La pobreza y la pobreza extrema en la región están a niveles de hace más de dos décadas. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de 2021, al cierre de 2020, alrededor de 118 millones de mujeres latinoamericanas se encontraban en situación de pobreza, 23 millones más que en 2019. En 2019, el promedio regional de mujeres sin ingresos propios alcanzó el 28 %, mientras que para los hombres fue del 10,4%. Esto significa que casi un tercio de las mujeres de la región depende de otros para su subsistencia, lo que las hace vulnerables desde el punto de vista económico y dependientes de los perceptores de ingresos, que por lo general son los hombres.
Entre los hogares más pobres, los hogares monomarentales están sobrerrepresentados y suelen ser de mujeres que fueron madres adolescentes, con un acceso limitado a la educación y la formación y en general con empleos precarios y en la informalidad. Las mujeres rurales viven situaciones de extrema precariedad laboral y aislamiento. Según la OIT, en el año 2019 el 85,7% de los trabajadores ocupados en el sector agrícola eran informales, mientras en el sector no agrícola la tasa de informalidad fue de 65,8%. Entre mujeres del sector agrícola la tasa ha alcanzado el 91,6%. El 81,5% de las mujeres del sector informal se emplean en las categorías de trabajo por cuenta propia, trabajo familiar auxiliar o recibe un salario de una microempresa, rubros especialmente impactados en la pandemia.
La participación política de las mujeres ha mejorado un poco, pero siguen mayoritariamente excluidas de los espacios de poder para la reconstrucción. En cuanto a la situación de seguridad, se ha intensificado todo tipo de violencia contra las mujeres y las niñas, sobre todo en el hogar. El acoso sexual y otras formas de violencia contra las mujeres siguen ocurriendo en la calle, en los espacios públicos y en las redes sociales. De acuerdo con la CEPAL, un promedio de al menos 12 mujeres muere diariamente en la región por el mero hecho de ser mujeres. Hay un aumento de los riesgos de violencia contra las mujeres y las niñas en los sectores urbano y rural. En la región, en promedio 1 de cada 3 mujeres ha padecido violencia física y/o sexual en una relación íntima a lo largo de su vida. América Latina y el Caribe sigue siendo la región del mundo más peligrosa para las defensoras de derechos humanos y el medioambiente.
ONU Mujeres hace un llamado a los Estados a promover estrategias de recuperación post COVID 19 que contribuyan a desatar los nudos estructurales de las desigualdades en América Latina, con foco en la construcción de paz. Esto implica promover políticas públicas transformadoras, con perspectiva de género, que apunten al cierre de brechas y prevengan que terminemos en una situación de mayor desigualdad y mayor tensión social.
La conclusión del informe de ONU Mujeres es evidente. La mujer es objeto de mayor explotación laboral, malos tratos domésticos y exclusión social por el hecho de ser mujer. ¿Es el género femenino en sí mismo una condición de la mujer que la haga vulnerable? Definitivamente no. Son las condiciones estructurales de una sociedad dividida en clases, patriarcal y socialmente injusta la que genera las condiciones de discriminación contra la mujer. A ello contribuye una cultura neoliberal, reaccionaria y fascista, que consolida ideológicamente una condición femenina que no es natural, sino impuesta.
“No creo en el eterno femenino, una esencia de mujer, algo místico. La mujer no nace, se hace”, dejó escrito Simone de Beauvoir. Las mujeres constituyen el único grupo explotado en la historia que ha sido idealizado hasta la impotencia. Hay una mujer al principio de todas las grandes cosas. Sin embargo, ser mujer en el primer mundo es difícil, pero serlo en el resto del mundo es heroico, pero esta condición es invisibilizada con el propio silencio de género. Ellas han dicho de sí mismas con certera razón: “Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos en pie”.
No admite duda que puede juzgarse el grado de civilización de un pueblo por la condición de la mujer, pero no habrá cambio social, y no podemos tener una revolución que no involucre y libere a las mujeres, como sabiamente constató John Lennon. No en vano, la mujer es un ser inspirador de poetas y artistas.
Poema 4, Pablo Neruda.
Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.
Es en ti la ilusión de cada día.
Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola.
He dicho que cantabas en el viento
como los pinos y como los mástiles.
Como ellos eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto, como un viaje.
Acogedora como un viejo camino.
Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté y a veces emigran
y huyen pájaros que dormían en tu alma.