Por Rafael Urriola*
La guerra es una situación extrema porque puede implicar la muerte de alguno de los rivales o, al menos, su sumisión por un tiempo indeterminado. Hasta recién -si se piensa en la historia de la humanidad- los derrotados prácticamente eran exterminados. La II Guerra Mundial, último horroroso recuerdo de guerras masivas, no arrasó con los perdedores, pero los mantuvo a raya durante años.
El nazismo y sus variantes fueron condenadas durante al menos 60 años en todo el mundo. No obstante, en los últimos años han aparecido variantes muy similares. Para empezar el resurgimiento de Le Pen en Francia; múltiples expresiones en los países eslavos y en algunos países de la ex órbita soviética entre ellos Ucrania con un grupo que recupera la estructura e ideología nacional socialista y que funciona muy próximo al actual gobierno. Asimismo, no cabe duda de que una fracción de quienes apoyaron a Kast en Chile se sienten cómodamente identificados con esta extrema derecha que, por lo demás, se ha desdoblado en diversas expresiones que son igualmente peligrosas (Trump y Bolsonaro por mencionar casos cercanos y conocidos).
Valga recordar lo que significó el grupo de los no alineados en la década de los 60 del siglo pasado en el mundo. Muchos países pudieron repensar estrategias de desarrollo autónomas y fuera de los extremos del modelo capitalista de Estados Unidos o de la planificación propuesta por el socialismo soviético. Chile con el lamentable Golpe de Estado de 1973 fue víctima de esta polarización. Siempre pudo dialogarse más; Allende nombró numerosos militares en los ministerios, pero la Guerra Fría no aceptaba “medias tintas” y las conspiraciones golpistas -apoyadas por Estados Unidos como hoy no cabe duda de su veracidad por los documentos de la época desclasificados por el Departamento de Estado de EE. UU. y que fueron esta semana aceptados por la propia comandancia del ejército chileno – arrasaron con las aspiraciones de la población por un poco más de bienestar y equidad.
Hoy Rusia no es un país socialista. Putin no es socialista. Sin embargo, se repiten polarizaciones que ahora no tienen que ver con ideologías sino con geopolítica y poder territorial. Es simple. Si la OTAN no pone misiles en las fronteras con Rusia y si Rusia permite democracia en los países limítrofes no habría tal conflicto. El lector puede sonreír pensando que esto no puede ser tan fácil. Pero así sucedió en los primeros 15 años posteriores al derrumbamiento de la URSS. Es decir, no hubo las amenazas actuales. El asunto es que por razones vinculadas a las lógicas militares (perdón que les llame lógicas) tener al eventual enemigo controlado y ojalá “enjaulado” es un objetivo plausible… en esa “lógica”. Por tanto, poquito a poquito, las fuerzas antisoviéticas, por antonomasia representadas en la OTAN, se fueron acercando a Rusia y ya estaba a punto de integrar a Ucrania a la OTAN lo que significa que pueden instalar al lado de Rusia armamento nuclear de destrucción instantánea y masiva. A todas luces es poner en el siglo XXI concepciones de la posguerra del SXX.
De las pocas cosas claras que ha dicho Putin es “acaso EE UU. aceptaría que le pusieran misiles similares en la frontera entre Usa y México”. Esto es el tema crucial: Ni misiles ni invasiones.
En este contexto, con el conflicto Rusia/Ucrania que ha tomado ribetes de confrontación mundial la democracia empieza a estar en peligro en todo el mundo porque la polarización que se expresa a través de los medios de comunicación exige decisiones en favor de uno u otro de los bandos. Esto es lo peor que puede pasar. En cambio, hay quienes pensamos que el diálogo y la paz es la mejor (quizás única) estrategia que permite salvar la especie. Es necesario recuperar con gran fuerza el sentido de no alineamiento de los países que no tenemos cartas en este juego destructivo geopolítico.
*Rafael Urriola. Editor revista Primera Piedra Chile. (primerapiedra@gmail.com)