Para los amantes de la literatura de género siempre existirá el interés de cómo un hombre incursiona en la condición femenina y devela los secretos de una mujer, sin caer en lugares comunes o paternalismos machistas excesivos.
Orlando Pérez, en su novela La flama del alma, descubre un universo, el femenino, pocas veces explorado en sus reales y ficticias dimensiones y evidencia lo que en otras circunstancias sería simple misterio de un libro escrito con sabiduría en un relato de sutil sensibilidad.
Pérez luego de escribir su novela reconocería, “sentirme menos ignorante de lo que es ser mujer, aunque soy todavía bastante ignorante”. Y en ese ejercicio literario no trató de poner en evidencia lo femenino que pueda haber en la personalidad del autor, la mujer que Pérez lleva adentro, no, porque aquello sería un lugar común. El libro se relaciona con la mirada masculina de un hombre de mediana madurez sobre la mujer en un intento reivindicativo, una aventura por acceder con gesto comprensivo al conocimiento que rodea las circunstancias femeninas, hasta entonces inédito.
Pérez, en un examen de masculinidad de la que el autor destella tramos de su propia existencia, reflexiona con un conocimiento de sí mismo que se funde a la sabiduría que descubre sobre la condición de la mujer. Ejercicio que deviene en una valoración del ser humano como especie en su travesía existencial, más aún en momentos en que la pandemia deja entrever nuestros propios límites. “Cuando nos encontramos al borde de la extinción, nos sentimos una especie frágil”, concluye. Sin embargo, Pérez considera que la escritura no necesariamente exige sufrimiento, todo depende del oficio que se haya adquirido en el acto de escribir, no obstante que algunos autores estiman que no se escribe cuando se es feliz. La literatura surge en el oscuro socavón de la desdicha. Los dioses traman desastres para que los poetas del futuro tengan algo que contar.

El libro resulta ser una radiografía de la pareja humana, vista a contraluz de la creación literaria de personajes que permiten vislumbrar hasta dónde somos responsables, como especie, de lo que nos está pasando. Pero también la novela permite a su autor exorcizar demonios. Pérez reconoce que entre sus dos novelas –La ceniza del adiós, y La Flama del alma– hay un hecho que las une, “es la conexión de un personaje que ha marcado mi vida y marca pautas de relaciones, de dolores y de alguna que otra alegría, un personaje que me acompaña ausente, mi madre”. También la relación entre ambas novelas tiene otro denominador común, “la incesante búsqueda de asuntos que expliquen por qué somos como somos, por qué uno se plantea los desafíos que se plantea”.
En La Flama del alma, la sabiduría sobre la pareja humana surge por identificación y por contraste entre las partes. Hasta la última página, Pérez nos invita a recorrer una travesía de saberes y sentimientos de un todo indivisible, el género humano, en la unidad de su diversidad. El libro acaso anda en la búsqueda de las almas flamas -que suelen llamarse erróneamente gemelas- que representan uno de los lazos de amor más fuertes que podamos encontrar.
En ese sentido, La Flama del alma no es un libro feminista, ni para mujeres u hombres escrito por una mano masculina, es para ambos. Puesto el énfasis en la femineidad, el libro echa semillas en el campo fértil donde germinan los sueños de la pareja. Contrapartes de un territorio yermo que fecunda amor y vida en la dialéctica biunívoca del hombre y la mujer.
Formalmente, la estructura del libro al autor le parece artesanal, seguramente porque fue hecho con paciencia de artífice, uniendo en una conjunción varios textos que se fueron articulando entre prosa y poesía. Pérez echó mano a lo que tenía a la mano, la obra completa de Gabriela Mistral y “mucha poesía de mujeres de la cual aprendí a ver cómo ellas se expresaban”. En el caso de mi personaje había una cosa prefigurada, preconcebida de mujer joven, pero conforme se fue desarrollando nunca me quedó claro su rostro, pero sí su figura. Uno siente al personaje, lo ama de tal manera que si es duro o tierno le va permitiendo que se desarrolle solo. Al cabo de escribir, fue apareciendo el personaje -Laura o la Loba- como yo lo quería con sus detalles cotidianos, confiesa Pérez.
Hay detalles que dan la clave de la novela en una frase: hay que asumir lo que los hombres hemos hecho mal en relación a las mujeres. En tal sentido, el libro no fue escrito ajeno a la vida en una burbuja, su autor lo escribió pensando en que lo que se hace y lo que se vive, puede ayudar a cambiar este mundo.