Cuando el autor de La magia de los símbolos ofreció enviarme el libro me dijo: no te va a gustar, te va a fascinar. Le ordenó a su editor que me lo envíe a domicilio, y Evelio Traba cumplió el encargo no sin antes escribir en un acápite de su presentación: “tiene el lector en sus manos no solo un libro fascinante y sugestivo, sino el fruto de una larga y provechosa meditación sobre los símbolos”. Sin duda una afirmación de riguroso formalismo editorial. La fascinación provino en mí de la mágica sugestión que honra al título. Le antepuse, no obstante, la fascinación de un lector amante de la semiótica que desentraña el sentido de los signos. Luego de transitar el texto por los terrenos de la magia prometida en el título, me quedo con lo que deja el libro, la fascinación que inspira aquello que a falta de palabra y de comprensión llamamos, el misterio de los símbolos, una complejidad que se expande y se entrelaza hasta lo insondable. No es fácil adentrarse en el trasfondo de culturas ancestrales y/o contemporáneas, transitar su historia simbólica con una visión holística, apasionada y, a la vez, racional. Eso es lo que hace Edgar Allan García en su obra.
Como una primera aproximación podemos decir que ya el semiólogo, Humberto Eco, intentó comprobar la posibilidad de estudiar símbolos y códigos, como estructuras en los fenómenos de comunicación. El autor italiano dice que la verdadera fuente de información no será el mensaje en sí, sino el sentido que se le asigna al código. Según Eco, los códigos son una convención social, mientras que el símbolo es la estructura ausente, en lugar de la realidad. En tal sentido, existe la posibilidad de estudiar códigos y símbolos en manifestaciones culturales en que la verdadera fuente de información no es el mensaje en sí, sino el sentido asignado al símbolo.
No obstante, esa ausencia estructural, aquello no quiere decir que el texto de Edgar Allan García no se adentre en la historicidad del hecho simbolizado, no dé cuenta de ella como el arqueólogo que indaga en las entrañas de las estructuras de la realidad, a través de un bosque de símbolos, según la expresión de Bachelard. Al final de su lectura, diversos son los saberes que prodiga este libro.
De héroes y heroínas
El libro de García trata de héroes, símbolos solares, luminosos portadores de una nueva alborada, que como el sol se ocultan para volver a salir en la era siguiente. No por casualidad la resurrección -que vence a la muerte-, es un hecho recurrente entre ellos.
También la suya es una historia de dioses, en una desacralización de lo sagrado donde los dioses son remplazados por ogros. En cambio, el héroe vence las pruebas del destino, ese es su destino. Y ambos habitan en los cuentos infantiles, en los que el autor descubre la simbología chamánica para decirnos que los personajes de historietas guardan conexión y parecido con los héroes míticos. El héroe despierta a una visión diferente del mundo, más allá de la ilusión de lo que denominamos realidad, en esa constante relación entre la tierra, lo humano, y el cielo, lo divino, los chamanes, precisamente, sirven de nexo entre este mundo y el otro.
El libro nos enseña que, tras muchos cuentos en apariencia anodinos, se esconde la metáfora de un saber iniciático destinado a despertar la conciencia sobre el inmenso potencial interior de cada uno. Los cuentos de hadas nos dicen que todos somos héroes y heroínas en potencia, que podemos vencer los obstáculos de la realidad. Los héroes modernos toman los atributos de los héroes míticos para diseñar lo que explicaría su persistencia en el inconsciente colectivo.
El árbol que muere en otoño y renace en primavera, representa como símbolo lo que conecta al cielo con la tierra, lo humano con lo divino. Sus raíces tocan el mundo subterráneo mientras sus follajes desafían las alturas. Los héroes mueren de pie sobre la tierra como un árbol, floreciendo hacia el cielo. No en vano cuando sufrí un infarto mientras cicleaba en un parque, me encontraba al pie de un árbol que visitaba siempre en ese ambiente natural. Me abracé a ese árbol mientras me invadía una sensación de muerte inminente, era una forma de aferrarme a la vida.
Historicidad de los símbolos
Edgar Allan García procede a una revisión histórica de diversos mitos como la Navidad, los cultos solares, la incubación del paganismo en el seno de las religiones formales, la irrupción ideológica que prevalece en la arquitectura, la numerología y geometría de las formas, y el erotismo.
La Navidad que procede de natividad revela que Jesús no fue el único ni el primer individuo en nacer de una virgen, también Hourus y Osiris, fueron hijos de divinidades. Se creía que nacieron, mágicamente, del vientre de una madre hasta que se descubre la semilla del hombre en la concepción, y a medida que se consolidaba en patriarcado fueron apareciendo dioses que disputaban a las diosas el poder de generar vida por sí mismos.
Relevante suele ser el rol de lo sagrado que es en esencia un elemento en la estructura de la conciencia, nos dice el autor; al concebir un espacio para lo sacro actúa internamente como un estructurador, un organizador del mundo ante el temor del caos. Ahí están los vestigios arquitectónicos cuya representación alude a la cosmovisión del mundo, cómo las creencias se materializan en la arquitectura sagrada que se manifiesta como representación simbólica de la ideología, en cúpulas, domos y pirámides que evocan el camino hacia Dios.
Y el estudio de la numerología y su significado simbólico en el valor esencial del tres que sin la espacialidad que representa el número cuatro, sería nada más eternidad inmaterial, abstracción pura.
La sabiduría inmanente del feng shui debe habitar en el interior del ser humano, puesto que, como alude el texto, pretende demostrarnos que nuestro destino es deambular “que aquel que está armonizado armoniza todo lo que le rodea, aquel que ha dejado que su esencia lo ilumine, ilumina todo lo que toca”. Y frente a esta evidencia la carne humana es “mórbida, dúctil, el reino de los placeres efímeros, de las sensaciones inciertas, de poderosos estímulos que al mismo tiempo nos exaltan, nos afligen o desconciertan”.
La magia de los símbolos, desvela co-incidencias y revela verdades esenciales como enuncia su autor que, “cíclicamente han sido proclamadas por avatares y profetas de tiempos y lugares diversos como es la unidad esencial del Todo tras la apariencia de lo heterogéneo, el despertar de la Conciencia como resultado del trabajo constante en el interior antes que en el espejismo del mundo externo, la cosecha del Espíritu humano como consecuencia inevitable de lo sembrado, la Redención que le espera a todo aquel que sufre este mundo y es capaz de ascender hacia su propia Trascendencia, la Aceptación sin condiciones de lo diverso y diferente -que en el fondo es solo una ilusión-, el Perdón como liberación respecto de las trampas de ego, el Amor como expansión o reconocimiento del ser en el Ser. La oportunidad de reconocernos a nosotros mismos como Cristos y, por tanto, como hijos bienamados de Dios, el triunfo permanente de la vida pese a los simulacros de la muerte, el retorno arquetípico de la luz (…) y la oportunidad que todos tenemos de disfrutar de una Existencia plena -a todo nivel, incluido el espiritual- más allá del aparente reinado de las sombras”.
Libro desmitificador este de Edgar Allan García que, desde el propio origen de los mitos, les devuelve su raíz histórica y su verdad existencial en la conciencia del lector.