A un año exactamente de que Joe Biden asumiera la presidencia de los Estados Unidos, los primeros 365 días de la administración demócrata son analizados por observadores internacionales con una visión crítica. Y la palabra común en todos ellos es “decepcionante”, un calificativo que reemplaza a otros más duros como “fracaso, fiasco, palabrerío”, según opinión de Atilio Borón.
Sin embargo, también existe un consenso en que de Biden, que llegó al Senado en 1972 derrotando sorpresivamente al republicano J. Caleb Boggs que llevaba 12 años en el cargo, no había que esperar mucho de su gestión en la presidencia del país del norte.
Borón recuerda en su análisis que Biden como presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano brindó apoyo a las políticas del presidente George W. Bush y su misión de recorrer el mundo para “sacar a los terroristas de sus escondrijos en más de sesenta países”. Biden lo acompañó en todas sus aventuras, comenzando por Irak, siguiendo por Afganistán y luego, como vicepresidente de Barack Obama, en las agresiones que éste perpetrara en Libia, en Siria y acompañando la declaración presidencial de que Venezuela representaba un peligro excepcional e inminente a la seguridad y los intereses de Estados Unidos. Biden, además, apoyó a Margaret Thatcher en la Guerra de las Malvinas.
De su pasado académico se dice poco, pero se sabe que fue un mal alumno en la universidad, luego de haber obtenido un modesto “suficiente” en la aprobación del bachillerato en Historia y Ciencias Políticas, hasta ubicarse en el puesto 506 entre 688 alumnos de su promoción.
Su carrera política, marcada por una férrea voluntad, exhibe algunos logros: en marzo del 2021 logró la aprobación de un paquete de ayuda de 1.9 billones de dólares para llevar alivio a millones de familias afectadas por la pandemia y al término del año logró el respaldo de los republicanos para un plan de infraestructura por poco más de un billón de dólares.
La gestión de Biden en el poder comenzó precedida por los disturbios en el Capitolio en enero del año anterior y la lucha de su administración contra la pandemia no fue lo eficaz que había prometido. La inflación del 7%, la mayor en las últimas cuatro décadas en los EE. UU, es otra derrota de su gestión.
Y todo esto se refleja en las encuestas que le dan el 41 % de aprobación al final de su primer año de gestión, contra 54 % que lo desaprueba. Según la encuestadora Gallup, un 62 % de los estadounidenses opinan que “las cosas en Estados Unidos están yendo mal”; cerca de un 60 % opina que Biden no tiene las prioridades más adecuadas para combatir los crímenes violentos, la inflación y la cadena de suministros; sólo 46 % opina que Biden está haciendo las cosas bien en relación al Covid-19, mientras que un 54 % reprobaba la forma en que Biden quería ayudar a las clases medias, puntualiza Borón.
Analistas internacionales, plantean que a pesar de algunas diferencias “hay mucha más continuidad entre la política exterior de Joe Biden y Donald Trump de la que es usualmente reconocida”. Destaca en ese sentido la política belicista desplegada en contra de China y Rusia, y el mantenimiento de las políticas de sanciones y bloqueos en contra de Cuba, Nicaragua, Venezuela, e Irán en Oriente Medio.
Adicionalmente, prevalece una desfavorable opinión en torno al desastroso final luego de veinte años de guerra en Afganistán en donde las tropas estadounidenses prácticamente se dieron a la fuga en medio de un desorden descomunal. Contando, además, con la permanente inestabilidad del “liberado” Irak, son hechos que han provocado un profundo impacto en la opinión pública de Estados Unidos. Los ciudadanos de ese país se preguntan qué pasó con los billones de dólares que costaron ambas guerras para ponerles un indigno punto final y regresar a casa con las manos vacías.
La política norteamericana hacia Latinoamérica en la administración Biden, tampoco es vista con buenos ojos. Cuba es un ejemplo de cómo el presidente demócrata en funciones retrocede en relación a la normalización de las relaciones diplomáticas lograda por Obama. Biden continúa con las concepciones tradicionales de la política exterior de los Estados Unidos hacia la región latinoamericana. Ejemplo de su fracaso político en la región, es el llamado de Biden de fin de año anterior a una Cumbre por la Democracia, en donde nada menos que el corrupto y probado delincuente Juan Guaido fue invitado a hablar en nombre de la República Bolivariana de Venezuela.
En conclusión, el análisis de Borón consigna que Biden y sus asesores no duermen tranquilos porque temen que una ola de izquierda moderada se apodere de la región, y no descartan ninguna acción, apelando al “poder blando”, pero también a las formas más criminales de “poder duro”.
Estados Unidos es un león herido, y como todo león es un sanguinario en toda generación. Su indisimulable declinación como poder imperial, sólo augura más violencia en las relaciones internacionales. La diplomacia de Washington busca alinear a los países latinoamericanos para hacer nuestras las guerras que se están gestando en contra de Rusia y China. Por eso la unidad de Latinoamérica y el Caribe para neutralizar esas iniciativas y garantizar que nuestra América siga siendo una zona de paz es más importante que nunca, concluye Borón.