Empezar a escribir pensando en quién lee estas encendidas palabras se vuelve muchas veces casi una soga, una cárcel de buenos modales del oficio que maneja tan dignamente Lapalabrabierta desde hace varios años. Hay momentos difíciles en los que uno, como comunicador, estaría obligado a decir que el mundo puede ser mejor y que las cosas pueden cambiar a pesar de su oscuro aspecto.
Pero creo que esos límites formales no lograrán detenerme hoy. Realmente no creo que el futuro vaya a ser mejor en el Ecuador o en cualquier parte del mundo. Hace 30 años ya vendimos los grandes Estados a la «buena» empresa privada, ya no hay margen de maniobra más allá del mercado y las multinacionales, todos los días se demuestra hasta la saciedad. Hoy nomás se supo que los hipermultimillonarios duplicaron sus fortunas, mientras cantidad de gente en la pobreza se reproduce casi geométricamente en muchas zonas del tercer mundo.
El mundo corre feliz y con una falsa sonrisa a su descalabro, somos entes sinérgicos y comunitarios que vamos a conocer el Apocalipsis. Los torpes ilusos que tuvimos hijos sufriremos más porque será la peor época para los más débiles, si tuviste perrito me imagino que sufrirás de igual manera porque creer en que los humanos somos superiores a los perros es casi casi declararse nazi, así que somos todos iguales en nuestra desgracia, perros y humanos, en ese orden.
Mirar las noticias a diario sin entender nada a profundidad da la misma sensación que a ese inocente granjero analfabeto frente al mundo, allá, en lo profundo de la baja Edad Media. Un ser lleno de pensamientos fenomenológicos y resoluciones erráticas, solo nos espera oscuridad llena de luces de bits veloces y cambiantes.
Don Marx decía que mientras más profunda es la explotación menos perceptible es, pues hoy profetizamos sus palabras como futuro infierno y no es una perorata como la de esos viejitos que creían santurronamente que el mundo se iba a acabar porque las minifaldas suben más arriba de la rodilla, sería sencillo eso, pero lastimosamente no estamos allí.
Estamos en el vórtice, en la diáspora de la humanidad entera. La historia del ser humano cambia y deja de ser lo que fue, como plastilina sin voluntad, hoy es una sustancia alegre que se la lleva el veloz viento cambiante del día, podríamos ser el mismo día dioses o ratas.
Pero quienes entienden el momento histórico lo ven en su conjunto, ya nos consideran casi ratas, y nos ven no como el fruto de una conspiración oscura y mística templaria, iluminati u ovni, como gritan tan orgullosamente tanto conspiranoico terraplanista, antivacunas o fluyefluye tomaclorito.
En este caso hablamos de gente seria que ha cuidado antes y cuida hoy su dinero de manera práctica, violenta y sin ningún atisbo de condescendencia. Hablamos de aquel que cree que entender el mundo más que los demás, le da enorme ventaja y le significa un estatus superior, aquel que ve el bosque y no los árboles como nosotros, los demás papanatas, y ellos están seguros que tienen el derecho de repartir el escuálido pastel quemado del tercer mundo en nuestro caso.
Así, entre sonrisas y buena onda, miles de donnadies se mueren de hambre, de enfermedades sencillas, de tonterías. Sus lágrimas de mequetrefes no están en la historia, porque nacen sin base y sin base se mueren, como cucarachas mamíferas.
Ya nada, la política ya no funciona, un mundo de emoticones, selfies diarios y tiktok es igual de inestable y traicionero que atrapar la manzana dentro de la tina llena de pirañas. La única fe que me queda es la hecatombe, la destrucción total, la desaparición de Facebook, Twitter, Tiktok y demás, el colapso absoluto de la red.
Y allí, mientras alguien invente la rueda y otro mate a garrotazos a otro humano nacerá algo parecido a lo que vivimos en el pasado, ¡oh el pasado! Era tan lento y vislumbrable, solo cambiaban de hippies a punks o yuppies y nada más, todo era tan sencillo, hoy todo se fue por el caño.