La pérdida de un ser humano siempre será irreparable para sus familiares y amigos próximos a su círculo privado, pero si la persona es un hombre público, su ausencia afecta a muchos. Bruno Sáenz Andrade era un hombre público, no solo por el prestigio personal reconocido en su obra sino porque su preocupación vital siempre consideró los asuntos colectivos. Su interés estaba puesto en los demás, más allá de sus íntimas preocupaciones que, sin duda, las debió tener. Su talento en la creación literaria, su reflexión en temas de la cultura, son una confirmación de que su pasión llena de razones plurales fue su interés real, arraigado en los destinos del hombre y su quehacer en este mundo.
Bruno Sáenz Andrade había nacido en Quito el 13 de septiembre de 1944 y su vocación por los temas sociales lo llevó a graduarse de abogado en la PUCE y a estudiar en Toulouse, Francia. En su dilatada carrera ocupó cargos en el que cabe mencionar el de Subsecretario de Cultura y el de director de la Escuela de Fiscales del Ministerio Público, también fue miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Creador de una vasta obra que contempla teatro, ensayo y poesía, ha publicado poemarios, cuentos y estudios de crítica literaria y música como colaborador en Letras del Ecuador, Palabra Suelta, Cultura, en la publicación del Consejo Nacional de Cultura y revista Rocinante. Entre sus obras, destacan El aprendiz y la palabra, La palabra se mira en el espejo, Escribe la inicial de tu nombre en el umbral del sueño, La máscara desnuda los brazos de mi cara, Relatos del aprendiz, Comedia del cuerpo y Biografía ejemplar del doctor Fausto.
En opinión de la crítica especializada, Bruno Sáenz, Premio Jorge Carrera Andrade 2003, “es, sin duda, una de las voces más altas y hondas de la lírica del Ecuador. Su oficio poético es tan intenso, que todo material que toca, sea el de lo metafísico o el de lo cotidiano; sea el de lo artístico o el de lo íntimo, se transforma en obra de la palabra, que por ella alcanza su nivel literario mayor”. Esa misma critica aconseja aproximarse a la obra de Sáenz, despojado de todo prejuicio, de toda idea preconcebida sobre la poesía del Ecuador, a fin de que se encuentre cara a cara con un poeta inmenso y universal, su cosmovisión, su bagaje cultural y su decir lírico que conmueven, emocionan y llevan a una constante reflexión sobre uno mismo, sobre los diversos contextos naturales y culturales y sobre nuestra condición de seres humanos de paso por el mundo, según recomendación de Jorge Dávila Vásquez.
Sugestiva encomienda ratificada por el propio autor, para quien la poesía es un enigma, «no tanto porque revele aquello que está fuera del alcance de la gente, sino porque es un misterio cómo se gesta, es un misterio lo que se consigue, a veces no es lo que el poeta quiere. Es el misterio de la comunicación, es una serie de misterios, pero misterios humanos básicamente». Y ese misterio del que nos habla Sáenz, está para develar otros enigmas de la palabra escrita o musitada con entera lucidez en uno de los tantos poemas pertinentes sobre su pasión por comunicarse con los otros, más allá de su ausencia que nos afecta a tantos.
Dejo la pluma a un lado de la página blanca.
Resbalan del cuaderno las palabras altivas, los felices hallazgos,
algún borrón, las manchas.
Mi mudez justifica la obra de las enmiendas.
No envidio los festines de la lengua y el verbo de los demás escribas.
Salgo sin hacer ruido.
El rumor de otras voces, de otras sabidurías da razón de mi ausencia.