Lo conocí sin conocerlo, acaso es el único amigo virtual que se convirtió en un amigo real. Llegue a admirarlo con ese asombro con que se admira la inteligencia, la consecuencia con ideas y principios profesados con convicción.
Cotidianamente, a diario teníamos intercambio de mensajes por WhatsApp. Compartiendo utopías y realidades sublimadas por adhesiones y rechazos comunes, a pesar que lo conocí sin estrechar su mano, sin estrecharnos en un abrazo. Leía a diario mis notas periodísticas y yo seguía con frecuencia sus textos en su blog Clave del poeta, genuina muestra de profesión cultural, porque mi amigo profesó la cultura con vocación y lucidez, y una formación intelectual que, seguramente, le habrá costado toda una vida. Poeta excelso, cronista irreverente, nunca se hizo el juego con convicciones que no asumiera con pasión y sin concesiones. A veces me sorprendía con afirmaciones a priori discutibles que, al cabo de una segunda y acuciosa reflexión comprendía yo, en toda la magnitud de su sabiduría.
Su reseña vital señala que había nacido en Loja el 18 de abril de 1951, hijo legítimo de Carlos Enrique Lasso Cabezas, dirigente del gremio de transportistas y de Laura Cueva Espinosa. Que fue llevado por sus padres a Guayaquil y matriculado en la escuela San Agustín que se fundó entonces. En un escrito suyo, mi amigo señala, “cuando tenía diez años mis padres se separaron y se dedicaron a hacerse la guerra. Mi padre prácticamente se esfumó porque se fue a los Estados Unidos huyendo de una amante que entiendo que lo tenía amenazado. Con eso desapareció de mi vida. Años más tarde mi padre se asomó un par de veces a visitarme y debido a su personalidad recia y seria mis abuelos le estimaban. Había que verle la manera cómo se paraba para saber la clase de hombre que era, tenía la costumbre de llamarle al pan, pan y al vino, vino. Con él, las cosas eran claras y el chocolate espeso. Estoy seguro que ni se imagina cuanto influyó en mí”. Carlos era un mocetón alto y fornido, blanco, refinado y parecía de más edad. Su estampa física era imponente como su personalidad. A los onces años, el 62, su madre lo llevó a Loja y fue alumno en la escuela de los lasallanos, pero al año siguiente se trasladó a Quito, a casa de su abuelo materno el ilustre músico y compositor Segundo Cueva Celi. Entonces el abuelo lo llevó nuevamente a vivir con él porque decía que éste era el nieto que lo inspiraba para su creación artística. Matriculado en el Colegio San Pedro Pascual, ganó en el antiguo Coliseo la Medalla de Oro del II Festival Estudiantil de la Canción, pero el secretario del Colegio le decomisó un cuaderno donde había poemas satíricos a los profesores, tuvo que salir y al siguiente año pasó al Colegio Bolivariano donde solo permaneció el segundo curso. El Colegio estaba ubicado en la Chile y Cuenca. En la esquina quedaba el restaurante donde se hicieron famosos los poetas Tzánzicos con sus recitales de protesta. Carlos solo tenía 15 años, pero ya comenzaba a desbocarse. En esos días la muerte del Che Guevara le impactó mucho y se dedicó a buscar la solución a los problemas del país y del mundo, radicalizando sus ideas, estudiando a fondo el marxismo, la praxis leninista, frecuentando las mesas redondas universitarias que organizaba su pariente Agustín Cueva Dávila, concurría de oyente a la Escuela de Sociología a la que llamaban “la casita del bosque” y leía el periódico “En Marcha” que dirigía Alejandro Moreano.
A principios del 69 fundó el Centro Camilo Torres de la Juventud Comunista, tomó parte en la famosa huelga estudiantil por la supresión de los exámenes de ingreso y por la Segunda Reforma Universitaria que terminó con la masacre del 29 de mayo de ese año. Entonces cayó preso por pegar carteles contra el gobierno de Velasco Ibarra y estuvo cuatro días detenido en el calabozo común del cuartel Modelo hasta que Rene Maugé lo fue a sacar. Posteriormente, vivió en La Habana desde el 71 hasta el 74, apenas llegado comenzó a estudiar en la Universidad las carreras de Periodismo y Literatura hispanoamericana.
Entre otros datos biográficos, la reseña se interrumpe con estas palabras: “Está llegando a la madurez lírica y empieza a sentir una suave tristeza en el alma. Espíritu de selección, bondad ingénita y conversación chispeante. Generoso hasta el extremo, amigo fiel y sincero. Sabe de historia, entronques y está escribiendo mucho y bien. Su amor a la libertad y su entrega a la verdad le ha causado problemas y contratiempos que tiene olvidados pues no es rencoroso. Además, goza de numerosos amores con damas gentiles que le quieren bien”.
En este reconocimiento quiero decir que fue el maestro que conocí sin conocerlo. Al enterarme esta mañana de su muerte sentí un certero dardo en el corazón y en la conciencia. En el corazón porque queda desolado, y en la conciencia porque la abruma una vaciedad que solo se llena con esas cosas significativas que se agradece a la vida que nos ha dado tanto.
Paz en la tumba de Carlos Lasso Cueva, amigo que conocí sin conocerlo, que perdí sin haberle ganado. Sin merecerlo.