El patriarcado cultural ha creado dos paradigmas de mujer que sirven para definir personalidades distintas de género: las brujas y las princesas. Dos figuras medioevales que en la sociedad capitalista estigmatizan tipos femeninos opuestos por definición ideológica. Ambas prevalecen separadas por la línea divisoria que una sociedad moralista traza entre el bien y el mal, y representan el aspiracional distinto de diversos grupos sociales.
Hasta el día de hoy se habla de cacerías de brujas para referirse al rechazo y persecución machista a mujeres consideradas enemigas del statu quo establecido por los hombres. La bruja será sinónimo de mujer liberada, comunista, feminista o meretriz. Todo calificativo degradante servirá para denigrarla, excluirla y convertirla en objeto de violencia de género patriarcal.
Se le acusará de ser promotora de diversos motivos de disociación social y familiar. La bruja capitalista mostrará una conducta emancipadora en lo político, y será el componente feminista que contraviene fundamentalismos provida, manifestándose a favor del aborto libre. La bruja contraviene el rol masculino proveedor, declarando su independencia económica y la equiparidad de derechos laborales con el hombre. En lo cultural proclamará manifestaciones transformadoras, inclinándose por expresiones progresistas del arte y la cultura. La bruja es una mujer que potencia su autonomía, vive el amor como un acto de libertad y aprende a tomar sus propias decisiones de vida.
La bruja actual está hecha a imagen y semejanza de la hechicera medioeval, desquiciada y fea, un ser asociado a las fuerzas del mal, practicante de la nigromancia con la que augura y controla el futuro de los otros. Un ejemplo del maligno feminismo de todas las épocas. Posee deseos sexuales aberrantes, una mujer pecaminosa cuyos pecados tienen origen diabólico. Mujer de ideas lujuriosas, la lujuria la conduce al placer, jamás a la maternidad.
Las brujas son libres, dominan a los hombres con poderes sobrenaturales, la bruja convierte al hombre en sapo, por eso la cacería de brujas siempre tiene un sesgo machista.
El castillo no es morada de princesas, mujeres débiles de carácter. Está hecho para las brujas, mujeres que deciden su destino, gobiernan su alma y su cuerpo. La princesa es un ser complaciente, se pone zapatos de cristal a la medida para ser otra. Despierta al mundo con un beso de su príncipe azul, no lo hace por sí misma. La bruja domina sus sueños y el de los demás y decide cuando despertar por propia voluntad.
El síndrome de Cenicienta
La Cenicienta es una mujer desvalida que encarna la impronta principesca. El síndrome de Cenicienta lo sufre la mujer que se siente dependiente del hombre, tanto emocional como económicamente. Practica la idealización de una imagen mental masculina, un príncipe que, sin embargo, le genera confusión por ser intolerante ante el menor defecto de su pareja. El síndrome de Cenicienta es un complejo que acompaña a la mujer moderna que se siente princesa. La Cenicienta es quien mejor expresa la idea de que la femineidad debe poseer inocencia, belleza y resignación, pero de ningún modo independencia. La Cenicienta es incapaz de abandonar su condición de sirviente, sin la intervención de un hada madrina o de una figura masculina. Es la típica figura de una dama en apuros. La Cenicienta solo cambia su vida mediante la relación con un hombre, de otra manera será esclava para siempre, emocionalmente dependiente de relaciones sumisas con una eterna necesidad excesiva del otro, una mujer que sin afecto vive el sufrimiento y siempre necesita de la aprobación de la pareja.
La bruja encarna todo lo contrario, por eso la cacería de la bruja moderna se volvió más sofisticada en los corredores de la vida doméstica, política o laboral, hoy se vale de la ignorancia para prejuzgar a la mujer liberada que proclama y lucha por los derechos de género y por acabar con la violencia contra la mujer.
No en vano, hoy llamamos bruja a una mujer con poder, independencia y decisión que no se somete al patriarcado machista. Un ser humano que lucha por hacer el objeto de su condición femenina, sujeto de dignidad.