La lectura exige una dosis de inspiración. No se lee todos los días de la misma manera y muchas veces se lee sin inspiración. Leer no es la actividad voluntaria que determinan las necesidades del saber, sino un acto poético que si se realiza en frío no produce ninguna modificación en el sujeto. La lectura requiere casi el mismo talento que el canto o la pintura, nos deja escrito Juan José Saer. Esto equivale a descubrir fruición en el acto de cantar canciones compuestas por otros o emocionarnos con un cuadro ajeno colgado en la pared.
A la lectura se concurre con la mente y el corazón abiertos, dispuestos los intersticios del alma por donde fluyen vidas literarias, creadas por el autor en la compleja complicidad que establece con sus personajes. El acto de leer, por tanto, es un acto secreto, clandestino, dirigido por el autor para un lector individualizado, prescindiendo del resto del mundo, en una introspección cómplice con el escritor del texto que se nos prodiga como una revelación exclusiva, cada quién recibe y da lo que quiere del libro que lee.
Triste resulta ignorar en su exacta dimensión el acto de leer, omisión tan arraigada en profesores de literatura o en administradores de campañas de lectura. La lectura no puede ser sino comprendida como una relación existencial didáctica, suscitadora, culpable entre el escritor y sus lectores. Una relación privilegiada para cada lector en donde existe un código único, nadie vislumbra un libro del mismo modo que otro lector, ni asimila su contenido como un único menú para todos. Pero aquello se ignora en la práctica cotidiana de la mediación de lectura, se soslaya que la mediación es un trabajo que no se puede improvisar. Implica mucha planificación, seleccionar libros, preparar la lectura y la posterior conversación. También implica conocer al otro, conversar, escuchar qué quiere la persona. La labor del mediador es, por lo tanto, de nunca acabar considerando que el acto de leer en un gesto exclusivo que nos reservamos y nos reserva el autor a los lectores.
El acto de leer -por qué no decirlo- es un acto egoísta provisto, no obstante, de extraña generosidad. Reservado solo para nosotros, dispuesto a ser compartido con los otros en nuevas vivencias que inspira la lectura. Cuando se lee asiduamente se desarrolla un sentido de subvención, de entronizar la vida en las vidas de los demás. Solemos ser más intimistas, y a la vez, más sociables en esa búsqueda del otro ser humano, buscando revivir pasajes de vidas literarias. Como el niño que se vuelve héroe imitando los personajes de la película que vio en el cine. Entonces cuando sale de la sala sus gestos son más decididos, su manera de expresarse evoca personajes con los que se identifica. Algo similar ocurre con la lectura, en un acto de crear nuevas vidas y remozar la nuestra en la existencia de los demás.
La aproximación a la lectura tiene doble dirección: por un lado, crea vínculos entre lectores y libros, y a su vez, entre los participantes del proceso. Dentro de esta conexión, la persona encargada de crear y promover instancias y acciones para la lectura debe estar informada y recibir capacitación constante para saber guiar al otro, pero su principal característica es que debe ser un lector ávido y encontrar placer en aquello que promueve más allá de sus conocimientos.
Se habla de fomentar la lectura ¿hasta dónde es posible y de qué manera? No solo se trata de un acto material, es mejor descubrir estrategias que faciliten y concreten la lectura de libros. El mediador -como los bibliotecarios y promotores de lectura- es un agente de cambio, pero no solo debe serlo al facilitar el material. Un mediador es un provocador de lectura. Un padre, o un profesor, que facilita un libro a su hijo o pupilo, no solo es quien aproxima un objeto a su destinatario. Una gran parte de la promoción de la lectura es crear condiciones necesarias, acceder al material que se va a leer, un espacio adecuado, y aun así no es suficiente. Sobran ejemplos de bibliotecas escolares con libros guardados en cajas y existen bastantes referentes que con poco han hecho mucho para la formación de lectores.
Mediar la lectura es provocar emociones antes y después de la lectura compartida y compartirlas en un festín del espíritu. Es un convenio de emociones que exige una buena dosis de inspiración. Leer es un acto poético que nos modifica la vida. Un encuentro al cual se asiste con la algarabía de cantar o pintar, un himno a la alegría y descubrir una belleza nueva cada día.