Muchos son los mitos que existen en torno al periodismo. Creencias acuñadas por una teoría de la comunicación del siglo pasado que romantiza la realidad del oficio, adicionándole virtudes o defectos que, probablemente, no tiene. Que el periodismo es objetivo, veraz y oportuno, que sirve para entretener, informar y educar, que para ser buen periodista hay que ser buena persona. Y al final del día, los periodistas somos mirados bajo sospecha por ciudadanos que reclaman más información y el derecho a estar informados y enterarse de los hechos de interés general en un clima periodístico de servicio público.
Es decir, el periodismo debe servir para algo y resarcir derechos. No obstante, a confesión de partes relevo de pruebas. Son los propios periodistas quienes han reconocido sus deslices cuando se han erguido de jueces y juzgado en vivo y en directo, como un error inexcusable del que todos debemos arrepentirnos con un micrófono o una cámara en la mano. Dos artefactos que nos hacen supuestamente poderosos, el cuarto poder después de los tres anteriores, ejecutivo, legislativo y judicial. Nada más ampuloso. Cuando no, nada menos vergonzante: hacer uso de una herramienta de trabajo para linchar mediáticamente y destruir la dignidad del otro, como suele suceder y ha sucedido en el país.
Sin embargo, Gabriel García Márquez murió con la idea de que el periodismo es el mejor oficio del mundo, luego de reflexionar cien años de soledad del periodismo en su país y la región latinoamericana. Y creó lo que llamó el nuevo periodismo, una amalgama de valores éticos, tecnológicos y literarios con los que había que honrar la memoria de nuestros pioneros.
El 7 de agosto de 1992, el Congreso de entonces acordó declarar el 5 de enero como el Día del Periodista Ecuatoriano, en honor a las glorias pretéritas del oficio. En memoria y gloria del precursor, Eugenio Espejo, quien dejó escritas sus Primicias de la Cultura de Quito, precisamente, a partir de un 5 de enero de 1792 luego de inaugurar el primer rotativo ecuatoriano.
Espejo fue médico y periodista, con una vida caracterizada por su vocación humanista e ideas libertarias, avanzadas para su época. Espejo impulsó el primer libelo independentista, -Primicias de la Cultura de Quito- que más tarde se convertiría en un símbolo del periodismo en el Ecuador, a pesar de que solo siete números fueron publicados, por presión de la corona española. Una de sus grandes virtudes fue haber sido un periódico independiente del poder económico y político vigente.
Hoy día no basta serlo. Además, los periodistas deben opinar y expresar sus manifestaciones libremente, ejerciendo derechos garantizados por la Constitución de la República del Ecuador aprobada por la mayoría del pueblo en 2008 y en la Ley Orgánica de Comunicación que tanto dicen afectar al ejercicio mercantil de los medios informativos y al propio poder secundado por una prensa obsecuente.

Periodismo moderno
En opinión de Víctor Lapuente, académico de la Universidad de Gotemburgo, existen dos formas de ejercer el oficio del periodismo: retransmitir lo que ocurre arriba, desde el poder político, a los que están abajo, los ciudadanos. El periodista se ve a sí mismo como una especie de sacerdote que interpreta las palabras de los dioses para el común de los mortales. En oposición encontramos al periodista detective, que trabaja más bien de abajo hacia arriba y, desde la escena del crimen, va tirando del hilo de un problema determinado.
En Ecuador estudiar periodismo resulta fácil, no existen mayores requerimientos en calificaciones de la enseñanza secundaria y el nivel de exigencia en las Facultades de Comunicación no es mayor. Los estudiantes toman la decisión de seguir periodismo inspirados en la fama que representa o por una vocación secreta, pocas veces manifiesta. Ninguna de las dos les exime de denunciar los abusos de poder destapados por la prensa, sin embargo, en su ejercicio profesional se ven limitados en su derecho de expresión y autocensurados por coacción de los propietarios de los medios informativos.
Esto quiere decir que una primera debilidad de nuestro periodismo criollo no se encuentra, necesariamente, en los periodistas sino en la estructura de los medios de prensa.
Vivimos un pluralismo polarizado, no en las salas de redacción sino en las gerencias administrativas o informativas de la prensa comercial. Pluralismo que se pone en evidencia cuando existen medios de todas las orientaciones políticas, pero con muy poca pluralidad interna, un asunto sin duda que llama a la reflexión. En Ecuador es posible que todos los periodistas quieran ejercer de detectives, pero la sacra profesión ejercida en una prensa mercantilizada, relega a muchos al rol de sacerdote que interpreta las palabras de los dioses para el común de los mortales. Esa visión sacerdotal del periodista convierte a la prensa en un confesionario, sin redención de los pecados cometidos por quienes ostentan el poder.
Según Lapuente, el periodista prioriza las declaraciones de los políticos a costa de asuntos sustantivamente más relevantes. Cuando toca asuntos sustantivamente relevantes otorga excesiva responsabilidad a los políticos, vistos como seres omniscientes y omnipotentes, relegando o silenciando a otros actores sociales. En el análisis político, el periodista sacerdotal tiende a construir discursos abstractos en lugar de un contraste de alternativas políticas concretas y factibles.
Nuestro periodismo es declarativo, a menudo el motivo de la noticia no son los hechos sino declaraciones de las fuentes. Lo que alguien dice cuenta más que aquello que sucede. Las palabras son prioritariamente las noticias, no los hechos. Entonces hacemos un periodismo más retórico y menos descriptivo. Aun cuando escribir, es describir. El prurito informativo es interrogar a los sospechosos como testigos de supuestos hechos y de tener datos relevantes que sirvan de primicia.
Muchos ejercicios periodísticos se basan en los -tan nuestros- conversatorios, tertulias sin principio ni fin sujetas a la presunción de los participantes. A eso llamamos debates, paneles, foros, o simplemente conversatorios, simple chismografía. Y esos encuentros, estériles por lo demás, se concentran en opiniones de representantes del gobierno de turno contra el anterior o posterior, que juegan el rol de opositores. El rol de los políticos resulta sobredimensionado y de ese modo la prensa crea mitos. De allí que la entrevista, género sacrosanto del periodismo, se haya desnaturalizado en tertulia irrelevante, trivial. Ejemplos tenemos muchos en la televisión ecuatoriana, cada cual a su manera.
El objetivo de nuestro periodismo -en las tertulias en particular, pero también en muchos de los análisis escritos-, parece consistir en agregar problemas concretos en entes abstractos. En muchas ocasiones, los televidentes o lectores no reciben un contraste de ventajas e inconvenientes sobre cursos de acción, sino un choque improductivo de cosmovisiones del mundo. La pobreza de análisis, en ausencia de argumentos reflexivos que denoten hechos y no palabras, ha desprestigiado a los debates públicos, concluye Lapuente.
La situación de las escuelas de periodismo atraviesa por una crisis escolástica que se refleja en su realidad académica. Se nos dijo siempre que el nuestro es un oficio mesiánico, humanista sobre todo, que si a un médico que defecciona de su profesión se le moría un paciente, al periodista se le muere un país. Y así, tomamos partido hasta mancharnos, pero antes tomamos en las manos cruces abandonadas en el camino por otros penitentes. Hicimos nuestros, padeceres ajenos y colectivos, decidimos que la objetividad no era otra cosa que el apego a la verdad, una verdad compartida por unos cuantos y difundida entre muchos. Que la imparcialidad era la diversidad de la vida misma y agregamos la opinión parcializada como valoración a todo aquello.
Nos encontramos entonces ante la disyuntiva de un periodismo informativo o formativo y no es una dicotomía más, mediatizados por una tecnología disparada que, sin control, sobrepasó la deontología de nuestro oficio. Y los códigos de ética se desplomaron como estanterías viejas. Cuando no, la deshumanización galopante en las salas de redacción atrapó al periodismo en una fría tecnocracia que nos alejó de la realidad cotidiana y del palpitar de los públicos.
El periodismo, sin embargo, es una pasión insaciable que solo se puede resarcir en contacto directo, brutal, con la realidad. Un oficio voraz que husmea tras uno y otro drama humano, que solo se sacia con cada noticia, tantas veces olfateaba con ese sentido periodístico carroñero. Ahí termina el oficio sacerdotal del periodismo y adviene el oficio detectivesco.
No obstante, quedaba por dilucidar en qué consiste la formación de públicos que propone el periodista, a los cuales no solo informa, sino forma. Construir un auditorio no es fácil en medio de tantos cantos de sirena farandulescos que distraen y obnubilan con sus destellos fatuos. Formar al público parece no ser otra cosa que construir un andamio por donde el nuevo espíritu crítico del lector, radioescucha o televidente trepe hasta alcanzar las alturas de la verdad sin ambages. Para eso sirve la libertad de prensa y ejercer el derecho a la información sin censuras previas ni cuentas ulteriores.
Quienes ejercemos el oficio, debemos defender la libertad de expresión en el país, generar nuevos espacios de información con atributos de calidad, veracidad y cercanía a toda la ciudadanía. Un periodismo de grandes temas y grandes historias, contadas sin temor ni favor. Un oficio amparado en la diversidad informativa que verifique y contraste fuentes y prevalezca comprometido con la verdad. Sustentado, además, en recursos literarios de la mejor literatura y en tecnologías modernas en capacidad de dinamizar los mensajes.
Solo así podremos acercarnos a los anhelos de Espejo y de García Márquez, de un periodismo libertario y emancipador; moderno -según reclama Lapuente- ejercido en deber y en derecho como el mejor oficio del mundo.