El cambio de año suele marcar un punto de inflexión de cara al futuro mediato e inmediato. Y en esa perspectiva prevalece la reflexión académica, ideológica y práctica, desde la mirada de dos corrientes de pensamiento vigentes en la sociedad, el marxismo y el existencialismo. Este último, que ha cobrado preponderancia en círculos intelectuales propone nuevas líneas de análisis a la luz de los fundamentos propuestos por Jean Paul Sartre, considerado el padre de la filosofía existencialista. Discurso que fue acogido con expectación y se entendió como un propósito: la búsqueda de una reflexión independiente, una nueva meta moral que se diferenciara de la metafísica tradicional y de las dos grandes corrientes de la modernidad, comunismo y cristianismo.
La alternativa filosófica del existencialismo supone una vía también alterna, quien decide el destino propio del hombre y de la mujer es el ser humano bajo la égida humanista, por eso se afirma en el concepto sartreano, el existencialismo es un humanismo.
Sartre, en su discurso humanista, se disputo rebatir una de la criticas clásicas al existencialismo, en el sentido de que éste se empeñaría en el lado negativo de la vida, en su «lado malo»; que no lleva a actuar y quiere que el individuo se quede «quieto»; que no da pie al desarrollo del espíritu comunitario de la humanidad; y que, al negar la existencia de valores a priori, conduce a una especie de anarquía.
Uno de los principios básicos del existencialismo señala que la existencia precede a la esencia, es decir, la naturaleza humana no existe antes que el ser humano, así como no existe una idea de Dios creador que haya construido el mundo, ni tampoco una lista de valores preestablecidos que debamos cumplir siguiendo una ley moral natural. Contrariamente, el individuo piensa y toma conciencia de sí mismo, y partir de esa nada comienza a construir y definir su vida. Esto significa que el individuo llegará a ser lo que elija ser para sí mismo, y que su proyecto de vida depende de él. En esta solitaria elección el ser humano se percata de su orfandad -ausencia de dios padre, de un ente preexistente- incluido su propio abandono, (Estamos solos en el mundo sin dioses, diría Abdón Ubidia). No obstante, Sartre rescata y destaca ese abandono como “la libertad del individuo para conseguir una interpretación de lo que le rodea y tomar decisiones propias”.
Una libertad, al fin de cuentas, condenatoria que estamos obligados a ejercerla, a elegir entre la tesitura del bien y del mal. Queramos o no, incluso si nos desentendemos, estamos tomando una decisión, según Sartre: “La vida no tiene sentido a priori. Antes de que ustedes vivan, la vida no es nada; les corresponde a ustedes darle un sentido, y el valor no es otra cosa que ese sentido que ustedes eligen”.
De cara al futuro en esta transición anual, bien cabe rescatar estos principios del pensamiento humanista de índole individual que, contextualizados con el pensamiento social, conforman una solvente base teórica y práctica para enfrentar el futuro incierto, un futuro que, ciertamente, está en nuestras propias manos.