A propósito del triunfo popular del pueblo chileno, me escribe nuestra amiga y reconocida cineasta, Tania Hermida, y en su mensaje me expresa, junto a un “abrazo inmenso”, que “está muy emocionada con Chile, grande el pueblo chileno nos ha dado luz”. Su mensaje me dejó pensando y tratando de identificar esas luces populares chilenas. He aquí mi reflexión. Siempre habrá algo o alguien que dé luces, como un destello que ilumina y enseñe el camino, o como un fogonazo que obnubila y no deja ver la ruta a seguir.
La vocación revolucionaria y democrática de un pueblo se refuerza cuando identifica a las fuerzas sociales que tienen necesidad de un cambio social. Chile es un país que cuenta con una poderosa clase obrera y campesina, y con amplios sectores sociales medios, con más de un siglo de experiencia sindical y partidista orgánica de lucha política y social. Su tradicional protagonismo en la vida política de Chile responde, precisamente, a la necesidad de transformar las históricas condiciones de injusticia que han prevalecido en la tierra del sur. Condiciones de desigualdad en espera de la libertad que no llega, de la justicia que no impera, en una nación que ha sufrido dictaduras militares, terremotos telúricos y sociales que han fracturado, históricamente, su geografía de mar, vino y nieve. Chile o una loca geografía, dejó escrito el narrador chileno Benjamín Subercaseaux en una acertada descripción, no obstante ser más desquiciada su convulsionada historia.
Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla, proclamó Fidel. Y el pueblo chileno ha llorado a sus muertos, y a sus sobrevivientes encarcelados, torturados y exiliados de su patria. Lo más terrible -de esa violenta enseñanza- se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida, como canta Silvio Rodríguez, ese otro enorme cubano.
Y el pueblo chileno aprendió la lección en la pizarra de la historia. Forjando en su conciencia política y social los designios de una didáctica aprendida en la teoría y en la práctica, que le enseñó la sujeción y consecuencia a principios e ideas que van más allá de los caudillismos personales. En esa convicción forjó una moral de nuevo tipo con la amplitud y sentido de unidad, que supera los sectarismos políticos, expresada en la sentencia histórica chilena de que el pueblo único jamás será vencido. Unido superando racismos, machismos y fundamentalismos religiosos, para construir la unidad bajo la égida de lealtad y consecuencia solo con principios, progresistas y democráticos. Esa sabiduría popular que se tradujo en cultura política, hizo posible una probidad ética para una práctica política honesta y transparente, aupadas por una voluntad política digna de realizar los sueños y utopías de una generación de pioneros.
En esa gesta popular fueron convocados chilenos y chilenas sin distingo de condición, solo a condición de mostrar necesidad y voluntad de cambio. Una movilización popular creciente con el aporte de hombres y mujeres, viejos y jóvenes, obreros, campesinos y estudiantes, indígenas y mestizos, todos llamados a la creación de un nuevo Chile más justo y solidario, regido por un Estado plurinacional e intercultural.
En esa gesta popular existió claridad en las fuerzas políticas de izquierda, progresistas y democráticas chilenas, para identificar a los amigos y enemigos de clase, y saber que siempre si se gana con la derecha, la derecha es la que gana.
En esa gesta popular Chile tuvo la lucidez de identificar el rol de la juventud con su ímpetu y actitud de entrega que devuelve la fe y convicción en la utopía, gracias a la cual se construyen los grandes cambios políticos y sociales de la humanidad. El recambio generacional es vital para la continuidad histórica del cambio social permanente. Aferrarse a los viejos liderazgos sin renovación de cuadros y sin capacidad de delegar la posta histórica en las nuevas generaciones y en el contingente de una juventud de manos limpias y vigorosas, es una omisión histórica que se paga con la obsolescencia y la decrepitud política de un pueblo.
En esa gesta popular reconocer el rol de la mujer en lucha por sus derechos e igualdad de género, siempre que se inserta en la lucha de un feminismo militante junto al hombre, resulta decisivo en la consolidación de un pueblo organizado.
El primer discurso del presidente electo de Chile, Gabriel Boric, bien resume la voluntad de los chilenos: «Gracias a todos los pueblos que habitan el lugar llamado Chile (…) Quiero agradecer a las mujeres de nuestra patria, que se organizaron para defender los derechos que tanto les ha costado alcanzar (…) Los avances van a requerir acuerdos amplios, no queremos desbarrancarnos ni arriesgar lo que cada familia ha luchado con su esfuerzo (…) Defenderemos el proceso constituyente, que es motivo de orgullo mundial. Es la primera vez que escribimos una Constitución de forma democrática. Cuidemos este proceso para que sea una Carta Magna fruto del acuerdo y no de la imposición».
Tal vez Chile sea un pueblo iluminado, con luces del resplandor histórico de tiempos pasados y presentes en nuestro tiempo, como un signo revolucionario y democrático irreversible. En eso tiene razón nuestra amiga Tania.