Por Carlos Lasso Cueva.
Terminé de leer esta novela del Eliecer, que hace unos meses honró mi opulenta mansión con su presencia. Hubo una larga charla cálida y fraterna. Me ha recomendado a distinguidos amigos suyos de Cuenca que han aparecido fraternalmente por estos lares. No me di cuenta que de aqui esa madrugada se había ido casi tambaleando por las sombras, y que el César Aizaga (es el testimonio de él, no mío) había tenido que ayudarlo a llegar al auto. Había comentado en Cuenca lo mismo que me dijo por su parte el negro Ulloa (con quien le hice hablar esa noche desde mi celular) «que bebo como cosaco». Chuta, para que un morlaco diga eso quiere decir que estoy bien ubicado en ese ranking.
Esa noche le iba a decir cuál era -desde mi punto de vista- la mejor novela que él había escrito…me interrumpió y me dijo: «POLVO Y CENIZA». Le dije: «No: «LOS DIAMANTES Y LOS HOMBRES DE PROVECHO». En esa larga velada «hablamos del mar y de otras cosas»; también del tema Cuba, en el que coincidimos. Noche de confidencias, algunas impublicables. Estuvieron presentes Pedroski Moreira Peña y el Ec. Jorge Cedeño López. En un momento explicó las razones por las que había aceptado venir a mi casa, y me dejó ahí, aplastádamente honrado, en mi silleta. Su presencia en Guayaquil se debió a que le habían invitado a participar en la Feria del Libro. El dizque iba caminando por el Malecón 2000 y el psicólogo César Aizaga Castro, que iba caminando por ahí, le ve, y me dice desde su celular: «Carlos, Eliecer Cárdenas está frente a mí». Le dije: «póngamelo, pues». Así que se acercó al ilustre novelista, y le dijo: «Don Eliecer: tiene una llamada de Carlos Lasso».
No voy a hacer la crítica literaria de esta obra. Solo quiero que quede constancia que la leí.
Novela simplemente elegante, con cara de triste. Contando cosas del paisito a través de la vida de ese ilustre hombre sombrío pero lleno de luces (huérfano de padre, sin familia, desgarradoramente solitario, con una niñez abatida y desafortunada, marcada por la pobreza) que fue el historiador y arzobispo Federico González Suárez, de tan respetable memoria. Uno de los grandes personajes del paisito. Solo una pluma sobria y profunda como la de él pudo haberse atrevido a encarar esta tarea…describir entre la bruma gris del recuerdo la vida de ese gigante, que fue tan combatido y odiado por la derecha, por los mismos curas de entonces, porque era distinto a ellos, y era lúcido, tenía más visión. Hizo denuncias en su tiempo que nadie se había atrevido, causando revuelo y escándalo en la pseudo Republiqueta de la hipocresía.
Cuando luego de la derrota del ejército curuchupa de Sarasti en El Gatazo, los nobles de Quito (con mi bisabuelo don José María Lasso de la Vega y Aguirre -cónsul de España- a la cabeza, quien fue su padrino de vinajeras en su ordenación como obispo, lo que quiere decir que eran muy cercanos amigos) , fueron corriendo a verle, angustiados, para preguntarle: «¿MONSEÑOR: Y AHORA QUÉ HACEMOS?», él, de modo casi displicente, investido de lógica política, maestro de la sobrevivencia, con porte de estratega, solo les respondió, con voz queda: «HÁGANSE LIBERALES».
Le llamé hace unos días al Eliecer, en mitad de la lectura, para contarle lo que me dijo una vez el General René Vargas Pazzos, sobre el obispo alemán austriaco Schumaker….que llegó a Manabí con doce curitas jóvenes y buenos mozos que se dedicaron a disfrutar del amor con mujeres manabitas bellas, de toda condición social, que fueron dulces y amables con ellos…que por eso -me dijo el general Vargas- se encuentran en Manabí, por todos lados, personas de un tipo racial que no coincide con el típico de esos entornos: piel clara, barba, ojos azules, pelo rubio…descendientes evidentes de esos curitas que bajo el mando de Schumaker tomaron armas contra la revolución liberal…y me dijo que llenos de rabia, los varones manabitas, aguerridos y tajantes, tomaron armas a favor de la causa liberal, para deshacerse de la presencia seductora de aquellos curitas que mejoraron la raza en esos contornos….de haberle contado esto antes capaz que se hubiera referido a ello en su novela, pues en sus páginas habla del obispo largamente, y de la visita que González Suárez fue a hacerle cuando estaba proscrito en el sur de Colombia.
Novela elegante y fina que describe un pedazo de la historia del paisito mientras va contando episodios vitales de ese solitario historiador, pensador, arzobispo y político que tuvo la franqueza de referirse en pleno velorio de mi tío Gabrielito a sus cosas non sanctas, causando revuelo entre la alta nomenclatura social, política y religiosa ahi presente. Que de seguro el arzobispo de entonces se arrepintió de haberle ordenado que tome la palabra en esas exequias.
La novela es sobria. Una casi sacra (en términos laicos que suenan reivindicadores) reflexión en voz alta. Sobre la suerte del paisito, de su destino, resaltando algunos de sus momentos dramáticos y trágicos, con su lamentable historia de consolidadas injusticias, mojigatamente sostenidos desde siempre.
Trascendencia del talento cuando es crítico y se inclina por decir la verdad sin escurrirse en ridículas loas corintelladescas romanticonas hacia un pasado que en grandes aspectos nos avergüenza. Es una obra editada en 1993 y que se incrusta en el futuro, no en el pasado.
El corto capítulo final es gigantesco, demoledora y cruelmente veraz, apabullante. Ahí ya no es el arzobispo el que habla, en verdad, sino que se da rienda suelta a nuestros recuerdos, a la memoria que tenemos de nuestro paisito, con una fidelidad impresionante al espíritu del inmortal personaje. Solo el Eliecer tenía que ser quien escriba una obra de esta calidad.
Me he quedado satisfecho de haberla leído.