En la perspectiva de la geopolítica norteamericana dos países sudamericanos son clave para los propósitos del Pentágono: Chile bajo la herencia de Pinochet ha sido exhibido como “la vitrina del neoliberalismo en América Latina”, larga franja de tierra andina en donde se intenta opacar la represión del experimento de los Chicago Boys. Y Colombia, expuesta como “una democracia fuerte y pujante”, tierra de narcotráfico y paramilitarismo de Estado, desde donde se pretende decir que “no opacan a la democracia más antigua del continente”.
Ambos países tienen el común denominador de haber vivido en los últimos dos años sendas crisis sociales y consecuentes estallidos populares con un saldo social innegable en muertos, desaparecidos, heridos y detenidos. Y ambos países tienen en su agenda las próximas elecciones presidenciales. Los comicios presidenciales chilenos del domingo 19 de diciembre próximo y la elección presidencial de Colombia que se llevará a cabo el 29 de mayo del 2022. Sendos procesos son claves para definir el futuro mediato de Chile y Colombia donde se enfrentan electoralmente fuerzas ultra conservadoras y progresistas en una polarización social extrema.
Dos procesos, un camino
El modelo neoliberal chileno se fue añejando como el vino, y agrio mostró sus limitaciones ante el mundo en una realidad social de contradicciones intolerables, fruto de tensiones culturales y políticas que se fueron agudizando durante décadas de dictadura y herencia pinochetista con posterior conservadurismo, sin encontrar cauce definido aún.
En el país cafetalero las conversaciones de paz con grupos insurgentes, desprestigiadas desde todos los rincones de la derecha uribista, no obstante, permitieron poner sobre la mesa acuciantes contradicciones sociales en una agenda que el poder neoliberal se mostró incapaz de llevar a feliz término. Los colombianos no interpretaron los problemas de fondo: la guerra no es la causa de los conflictos sociales, es consecuencia de una contradicción política principal que permanece postergada en el país, macerándose como el café paisa.
Chile y Colombia, ambas naciones tienen en sus agendas procesos electorales decisivos. En esta lid, las fuerzas de la izquierda, junto a sectores progresistas, enfrentan la disyuntiva de mantener el statu quo o iniciar una transformación social con innegables opciones de llegar electoralmente al gobierno de la nación.
Los procesos electorales chileno y colombiano, como nunca han despertado el vivo interés de la derecha política continental. Con los precedentes de México, Argentina, Bolivia, Nicaragua y Honduras; y tras la victoria de Cuba frente a los intentos de agitación contrarrevolucionaria y la resistencia de Venezuela; Washington y sus ejecutores de la derecha regional han puesto activo interés en el tema y no están dispuestos, esta vez, permitir un cambio social chileno o colombiano. La derecha regional aprende la lección que enseñan otras latitudes de la región y actúa en consecuencia. El intento desestabilizador de Venezuela desde el grupo de Lima, el reconocimiento de la OEA a Guaido, el apoyo del argentino Macri al golpe de estado en Bolivia, la intromisión del gobierno de Iván Duque en las elecciones de Ecuador y el viaje de Brian Nichols a Honduras, son ejemplos evidentes de los hilos que mueven la geopolítica regional en el intento de impedir los cambios sociales que parecen imparables.
No es casual la visita a Chile del activista venezolano Leopoldo López, radicado en España y auspiciado por la derecha colombiana. En el país de las uvas y el vino se embriagó del viejo discurso contra el chavismo en un intento de brindar al electorado chileno nuevos tufos reaccionarios.
En el centro de poder donde se macera la geopolítica latinoamericana, -el Pentágono-, las cosas están claras: Chile ni Colombia pueden caer en manos de la izquierda o el progresismo. Para impedirlo sus vocingleros recorren la región con un rancio relato conservador; porque lo saben, un triunfo de las fuerzas progresistas en el país del vino o del café, sería un duro revés para sus planes neoliberales y hegemónicos en la región. Tienen claro que ambas naciones representan “dos pilares en el diseño interamericano de dominación estadounidense, y firmes baluartes en la confrontación ideológica, política y cultural que hoy se dirime entre la doctrina Monroe y el ideario bolivariano”.
Ambas naciones hermanadas por una raíz geográfica e histórica de clara similitud, exhiben cada cual particulares ingredientes que brindarán nuevos hervores a la política latinoamericana. Un cambio social chileno con empanadas y vino tinto, una transformación en Colombia con olor a café, en el marco de una democracia formal que, cada cierta coyuntura histórica, ofrece nuevos ingredientes de cambio social.