Por Diego Arteaga Moncayo
Hay un momento en que las redes sociales se vuelven inasumibles y es el momento en el cual mis conocidos en redes solo hablan para quejarse amargamente de los asfixiantes problemas, pero que no pasan de diarias declaraciones grandilocuentes, tristes y justificadas, pero estáticas.
Un país que se derrunba de manera acelerada mientras todos se quejan y sufren, mientras los influencers tratan de sacarle la mejor broma y los analistas el más astuto comentario a un momento de destrucción y miedo generalizado.
Gente haciendo peticiones virtuales masivas para que el presidente no se venda a sí mismo el Banco del Pacífico, creyendo de manera espantosamente inocente que eso va a cambiar en algo esta abusiva y descarada decisión.
Ya nos olvidamos de las cabezas rodando en las cárceles, hoy son los quiteños borrachos portándose machitos celebrando las fiestas coloniales o el vicepresidente poniendo la primera piedra de un hospital privado mientras los pacientes de cáncer hacen huelga por las medicinas que el gobierno dejó de entregar.
Tantas cosas malas que no voy a seguir enumerando, que ya habrían hecho saltar por los aires a algunos gobiernos y alcaldías anteriores. Pero hoy no, hoy parece que nos vamos a comer con papas esta tragedia.
No hay salida posible ya que aquí nadie está en contra la democracia, porque como sabemos, cuando gana las elecciones la derecha, la democracia es el bien más preciado.
He pasado pensando varias noches qué decir que no se haya dicho hasta la saciedad en insultos, análisis, editoriales, broncas o memes y lo único que es visible es la shitstorm o tormenta de mierda como lo llaman algunos teóricos de la comunicación. Eso, la shit storm es lo único real mientras nos hundimos.
Hay una sobrecarga de información que reduce todas las tragedias diarias a anécdotas, tantos son los avisos alarmantes de que se están llevando el país a pedazos, que de tanto escucharlos ya nadie los escucha.
La derecha sabe que no va a volver a gobernar el país al menos en los próximos diez años luego de este latrocinio que están cometiendo. Por eso están desbandados, están en el “agarra lo que puedas” ya sin conservar las mínimas formas, porque muchos entienden que están sentados en un barril de pólvora, que estallará si calculan bien, cuando ellos ya estén en Miami.
Una sociedad desecha, asombrada y asqueada de sí misma, asustada de ver hasta dónde puede llegar su propia decadencia tan rápidamente. Mientras tanto los que aún pueden, levantan muros más altos, ponen más alarmas y aseguran más sus amados carros.
La sociedad se repliega, se encierra y deja de confiar en el otro, la calle es territorio de guerra y cualquier desconocido es visto como enemigo potencial. Así nos vamos quedando solos, destruyendo rápidamente vínculos que tomará décadas volver a lograr.
Aparte del robo económico nos van robando también cualquier atisbo de comunidad, de relación humana espontánea, cualquier comunicación que no tenga un fin comercial. En la tienda del barrio serás un cliente o un enemigo potencial.
Tener miedo no es el estado natural del Ecuador, ser desconfiados y temerosos a estos niveles es algo a lo que no estábamos acostumbrados, siempre hemos sido demasiado confiados y eso era un pequeño problema, pero también era una de nuestras mayores virtudes.
Pensé cerrar este texto con una frase de ánimo y esperanza, pero cuesta mucho y las palabras optimistas estos días suenan huecas.