De todos los apelativos que los quiteños dan a la ciudad de Quito, ninguno corresponde a una realidad histórica. Quito, ciudad para vivir, luz de América, carita de Dios; tal vez el único, el de Patrimonio Cultural de la Humanidad, eufemismo con que la ONU engalana a la ciudad respondiendo a una necesidad de reconocimiento turístico, se acerque a una verdad histórica y cultural comprobable. Desde la propia conmemoración de “fundación española”, la capital de los ecuatorianos muestra un afán por mistificarse y no ser ante sí, lo que realmente es.
No existen datos claros sobre el origen del nombre de la capital ecuatoriana, pues la mayoría de teorías se acercan más a la leyenda. Sin embargo, en torno al nombre oficial de la ciudad, Quito, la teoría más aceptada es que proviene de la lengua chibcha, de los aborígenes Quitu-Cara, habitantes originarios de la zona de Pichincha en Ecuador. Según el historiador Juan Paz y Miño, la palabra quitu significa lugar o espacio en el centro del mundo, alusión a una realidad geográfica aceptada desde sus orígenes.
Una visión más objetiva de los hechos históricos establece que los primeros habitantes de esta zona vivieron varias fases culturales. De cazadores a recolectores se fueron asentando culturas agroalfareras y mineras entre las que aparece el pueblo Quitu-Cara en la sierra centro norte. Con la invasión de los incas, acaecida en 1470, el territorio de Quitu se convierte en la segunda capital del imperio incario, dando lugar en tierras de cacicazgos locales a una fusión cultural bajo el dominio incásico con el nombre de Quitu. Al advenimiento de los españoles la ciudad se llamó Quito, con el apelativo colonial de muy Noble Ciudad de San Francisco de Quito, en alusión al patrono de los conquistadores. Habiendo sido fundada el 28 de agosto de 1534 por Diego de Almagro, la ciudad de San Francisco de Quito es trasladada por Sebastián de Benalcázar -a órdenes de Almagro-, al sitio de lo que hoy constituye el Centro Histórico quiteño.

Colonialismo español
Quito es una ciudad paradigmática desde la refundación española, como primer espacio urbano diagramado en sentido de cuadrículas alternadas por construcciones religiosas de comunidades que acompañaron al conquistador, domínicos, franciscanos, agustinos y jesuitas. Su influjo en estas tierras ancestrales no fue solo arquitectónico sino además ideológico y cultural. No es de extrañar que el apelativo quiteño de “carita de Dios” sea menos arbitrario en la inspiración de sus fundadores hispanos.
La ciudad fue “fundada” sobre vestigios ancestrales indígenas y colonizada con la cruz y la espada por el advenedizo conquistador. En esa tarea, impuso sus deidades, costumbres y tradiciones, que encontraron respuesta rebelde en los inspiradores de la Independencia territorial del yugo español. Es así que Quito es reconocida como Luz de América, por haber protagonizado las primeras manifestaciones independentistas y libertarias del continente. No obstante, la preclara visión de Eugenio Espejo que concibió una nueva sociedad, la ciudad sucumbió al coloniaje bajo formas mestizas de dominio conservando expresiones culturales perdurables hasta nuestros días. Ejemplo de ello es el racismo anti indigenista que, visto a la luz histórica, no tuvo necesariamente que ser impuesto como una forma de exclusión social y cultural de los pueblos originarios de esta región. Tradiciones españolas medioevales como las “corridas de toros”, se impusieron a los habitantes quiteños como una transculturización que aún permanece vigente en otras ciudades del país, rechazada en consulta popular por propios y extraños de la capital ecuatoriana por considerarla una expresión de irracional brutalidad de maltrato animal.
No obstante, otras costumbres coloniales perduran en la ciudad. Tradiciones culinarias, vestimentas usadas en ciertas fechas del calendario español, celebraciones religiosas, romerías y flagelaciones invocando milagros y una marcada mistificación de las construcciones religiosas consideradas el símbolo colonial quiteño por excelencia ante el mundo.
Hoy, a 487 años de la llamada fundación española, la ciudad de Quito enfrenta el reto de recobrar una identidad confundida entre tradiciones propias y extrañas, en una auto referencialidad que debe ser construida en base a valores que permiten descubrir a la ciudad en su realidad histórica. Cómo se trabaja, cómo se ama y cómo se muere en una ciudad, dice mucho de ella. Qué escriben y leen sus habitantes y cómo se reconocen en una colectividad solidaria, armónica y progresista son valores que, de cara al futuro, podrán decirnos qué tan auténticos somos, propios y extraños, los habitantes de la ciudad de Quito.