¿Que veinte años no es nada? Sí y no. Los enormes cambios tecnológicos, el advenimiento de la cuarta Revolución industrial, la de la inteligencia artificial y la robótica, configuran un mundo distinto ya al del siglo pasado.
La virtualización de la realidad es un proceso en marcha.
La pregunta es: ¿Ahora el mundo es mejor?
Gracias al Centro de Estudios Sociales de América Latina y a su brillante director, José Manuel Castellano, reeditamos Referentes, un libro de ensayos escrito hace 20 años. Por cierto, que lo hemos corregido y aumentado. Pero su espíritu sigue siendo el mismo. Algunos verán, en esa insistencia, una tozudez del autor. Y el autor: la tozudez de un mundo que se empecina en no hacernos felices.
En efecto, los conflictos principales siguen siendo los mismos. Pero sobre todo hay uno que nos obsesiona, dada la condición de ensayo cultural que tiene el libro. Y es la brusca pérdida de referentes ─sospechamos que programada─, que nos abruma. Tal pareciera que queremos olvidarnos de la realidad real.
Vivimos una era marcada por el triunfo de la realidad virtual sobre la realidad real: pantallas, cifras bursátiles, algoritmos, teletrabajos, etc.
Si, hace veinte años, el filósofo de moda de entonces, Baudrillard, se solazaba diciéndonos, en sus muy difundidas obras, como La transparencia del Mal o La ilusión del fin, que la mentada realidad real de las cosas concretas había desaparecido ahogada por sus representaciones; ahora el nuevo filósofo de moda, Biung Chul Han, a quien, debo aclarar, respeto y admiro por sus libros fundamentales como La agonía del Eros y El aroma del tiempo, nos viene a decir, en su última obra, llamada Las No Cosas que, hoy por hoy, la virtualización del mundo es tal, que los objetos desaparecen de nuestras vidas no porque hayan sido absorbidos por sus representaciones, sino porque lo que cuenta de ellos son sus datos, es decir, la capacidad de información que le es inherente. Su convalidación por algoritmos que reducen esos objetos a números que sí poseen el valor de mercancías, de modo que en la era de la Big Data, hasta nosotros, los individuos, somos productores de datos que los grandes consorcios mundiales manejan a su antojo, es decir, para sus propias millonarias ganancias. Y Biung Chul Han lo dice así:
En el mundo controlado por los algoritmos, el ser humano va perdiendo su capacidad de obrar por sí mismo, su autonomía. Se ve frente a un mundo que no es el suyo, que escapa a su comprensión. Se adapta a decisiones algorítmicas que no puede comprender. Los algoritmos son cajas negras. El mundo se pierde en las capas profundas de las redes neuronales, a las que el ser humano no tiene acceso.
Algo que ya nos advertía Yuval Noah Harari, en ese libro necesario para quienes amamos todo lo que viene de la difusión científica y que recomiendo: Homo Deus.
Que la realidad hoy se ha vuelto información, lo supimos por los grandes escándalos como la manipulación de votantes que hizo Facebook con Cambridge Analytica para consagrar el triunfo tramposo de Trump. También, hace dos años, cuando supimos que Google conocía ya, de cada usuario, es decir, de cada uno de nosotros, más de ocho mil datos personales; lo supimos cuando en libros como el ya nombrado Homo Deus de Harari, nos enteramos de que la apropiación de datos, decidía las inversiones de las grandes industrias farmacéuticas del mundo, a las que John le Carré llamó la industria criminal.
Esta pérdida masiva de las cosas, en aras de sus fantasmas, conlleva, según estos pensadores, al Imperio de un mundo abstracto que no se puede entender.
En otras palabras, nuestras palabras: a un mundo que ha perdido los Referentes de la realidad concreta: empezando por verdad y mentira (la posverdad), Bien y Mal, izquierda y derecha, clases sociales, Historia y Estado. Y, por cierto, la economía real de pobres y ricos, que se ha financiarizado a tal punto que no sabemos cómo el hombre más rico del mundo, Elon Musk, propietario de Pay Pal, Tesla, de los autos eléctricos y Espace X, la de los viajes a Marte, ha alcanzado una fortuna de más de 300 mil millones de dólares, mientras que la mitad de la población mundial sobrevive con menos de cinco dólares al día.
Hace 20 años, cuando buscaba un título adecuado para mi libro, dudé si llamarlo La rebelión de las cosas. Quizá hubiese sido mejor. Esas palabras delataban o delatan su intención y contenido: se trata de olvidar, por un momento, los fantasmas que nos acosan ─el imperio de la realidad virtual─, y volcar, con gran esfuerzo será, nuestra mirada a los objetos concretos del mundo, cosas materiales, claro, pero conceptuales también. Se trata de ir en busca de los referentes perdidos; se trata de entender el mundo, olvidarnos de tanta abstracción que nos agobia y confunde
El libro asume que, en el fondo, el debate es cultural. Por eso, con inmodestia quizá, se propone analizar somera y acaso, aleatoriamente, cuatro aspectos de la cultura global. Por eso está repartido en estos capítulos: 1) temas de la cultura actual. 2) Temas de la cultura de masas. 3) Temas de la cultura popular y 4) Temas de la Alta cultura.
Entre los Temas de la cultura actual, me es imposible no hablar de la revolución cultural del neoliberalismo, hoy triunfante, aunque agotada en el discurso.
(Triunfante, en la medida en que, desde la Thatcher y Reagan —cuarenta años atrás—, se ha interiorizado, en muchos ciudadanos, el individualismo más extremo (bajo la máscara de un afán libertario); también la destrucción de los colectivos humanos (de la que nos habla Bourdieu): familia, sindicato, Estado; aparte de la acumulación vertiginosa del capital, la gran desigualdad que denuncia el Nobel Stiglitz; la aceptación de privatizaciones y ajustes que trasladan el capital social a la codicia privada, en lo que grandes pensadores, como Chomsky, Susan George, David Harvey, Zizek, califican como el mayor atraco global cometido en la toda la historia humana).
Ese siniestro cambio solo podía lograrse al amparo de una paciente revolución cultural. De eso trata dicho ensayo.
En el segundo capítulo, en otro registro, Temas de la cultura de masas, abordo asuntos tales como el erotismo y la pornografía (justo antecedente de lo que sería luego: La aventura amorosa); otros asuntos, como el libro físico y el e-book; la televisión, el cine, las nuevas tecnologías.
En Temas de la cultura popular, voto, claramente, en contra del concepto de hibridación cultural; defiendo ese tesoro que es la cultura popular, que todos sabemos que es anónima, tradicional, oral, fuente de saberes gastronómicos, de tradiciones, de resistencia y supervivencia.
En Temas de la Alta cultura, sin duda el capítulo más variopinto del libro, abordo ese referente fundamental que es el artista, hoy tan postergado por obra de esos “artistas de artistas” que son los curadores actuales cuyo papel, nada inocente ya empieza a fatigarnos.
También (en ese afán de buscar entradas diversas que actúen solo como ejemplos de los Referentes a los que debemos aferrarnos) dedico una aproximación a las poéticas opuestas de dos escritores que amamos: Borges y Cortázar. Pero, en esa sección, encontrarán, además, páginas dedicadas al psicoanálisis, a la crítica, al concepto de sujeto femenino y un largo ensayo acerca de un referente fundamental del humanismo que, por momentos, quiere ser olvidado: Jean Paul Sartre.
En definitiva, desde mi modestia de oscuro escritor de los márgenes del mundo, vengo a decirles que, si hemos sido acorralados por una legión de formas fantasmales que vuelven a ese mundo una enorme abstracción que no podemos comprender, y que nos condena a la práctica del individualismo más extremo, pues bien, podemos encontrar una salvación desde el propio individualismo al que nos han condenado, aferrándonos a las cosas concretas de nuestras vidas (lo que tocamos, sentimos, pensamos, queremos: nuestra materialidad, corporalidad, deseos y afectos), a nuestras cosas, a nuestros bienes terrenos, a nuestra memoria, a nuestros derechos. Y valga la paradoja: aferrándonos también a nuestros derechos colectivos que, por cierto, son también nuestros derechos como individuos.
El último libro de Biung Chul Han, Las No Cosas, fue publicado hace un mes, y lo acabo de leer hace un día.
Al principio, me desconcertó con sus crudas verdades como que una “no cosa” es el celular que, en verdad, no poseemos, sino que nos posee a nosotros, y tantos ejemplos de la despersonalización del mundo, es decir, de su abstracción, hasta que, bruscamente, en el último capítulo, el filósofo coreano nos sorprende con un canto de amor, casi fetichista, a las cosas viejas que posee en su casa.
Así su libro se convalida como una invectiva en contra de las no cosas, en contra de las abstracciones que nos agobian, propias del capitalismo neoliberal que de modo tan agudo retrata en sus obras.
Desde su modestia, repito, mi libro Referentes s XXI, quiere insistir en esa actitud: recuperar las cosas perdidas de nuestra realidad inmediata y, desde luego, nuestra actitud frente a ellas.
En el fondo, Referentes quiere ser un voto en favor de la memoria.