Como toda herencia, la de su padre fue decisiva en su formación de artista plástico, sin embargo, la música le “viene de nacimiento”; todavía tiene guardados algunos albums que su madre, Carmen Pérez O, empastó con unos cuatrocientos dibujos que Hugo Idrovo realizó desde los tres años de edad. La suya era una “obsesión enfermiza” por dibujar bases aéreas y aviones por el amor que sentía por la aeronáutica que heredó de su padre aviador -Hugo Idrovo V.-, desde su adolescencia y que fue explorando en plumilla. En 1976 hace su primera exposición y, al año siguiente, realiza un mural en Guayaquil, con veinte años de edad. Estudia Arquitectura que abandona por la música que “era algo que ya no obedecía a mis voluntades ni a mis reflexiones”.
Su vocación de dibujante que heredó del padre, quien “dibujaba muy bien a lápiz y carboncillo”, marcó la otra vertiente creativa del artista guayaquileño. Estudia en la Academia de Bellas Artes Juan José Plaza de su ciudad natal, lugar donde conoce a artistas de la talla de Pancho Valverde, Velarde y Restrepo, entre otros. Le apasionó tempranamente, incursionar en la cerámica y la escultura, ya que “estudiar el esqueleto y los músculos para mí fue un descubrimiento, el resto de la cromática y la perspectiva era algo que ya venía naturalmente dominando”.
En sus inicios como artista plástico, durante los primeros años de su proceso creativo se aplica a la plumilla. No obstante, salía a pintar fachadas de viviendas tradicionales guayaquileñas teniendo como referente al maestro español, José María Roura Oxandaberro. Se hizo aficionado a la plumilla y evoluciona luego a los óleos sobre tela; realiza una primera exposición en 1977 en el barrio porteño Las Peñas. Asume profesionalmente la música a partir 1981, cuatro años más tarde de su primera exposición.
Entre la música y pintura, sus dos vertientes creativas “ninguna de las dos se ha jurado fidelidad y tampoco son infieles”, constata con sapiencia. Ni están fragmentadas ni están curcionadas, son un todo en Idrovo, para quien “forman parte de la misma cosa, el acto de cantar y pintar, son actos guiados por el corazón».
–Fluyo con la música y fluyo dibujando, no están presididos por la inteligencia me llenan de amor y descubrimientos a la vez (…) es una fortaleza y a la vez es una debilidad, es algo que está en lo racional y en lo emocional, que va de lo moral a lo pasional.
¿Sin embargo, de dónde surge ese universo urbano marginal, esperpéntico, con un dejo de ironía, en aquello de batracios, choladas y gringas locas, aquel universo arrabalero de tus canciones que no se refleja en tu pintura?
–Toda la perversión poética que hay de por medio en lo arrabalero que yo soy no tiene nada que ver con mi obra plástica, por el contrario, porque son dos fórmulas diferentes como técnicas de expresión. En la música soy coloquial y expresivo, en el acto de pintar pongo muchísima exactitud, pero en la guitarra soy muy prolijo también.
En la exposición que inaugura el próximo martes 23 de noviembre, desde las 20h00 en La Caponata (García Moreno y Manabí, esq. en Quito), se exhibe una recopilación de comics publicados en la revista Secreciones del Mojigato (1988), donde aplica sin remilgos la condición arrabalera con que comulga, en una reedición en gran formato de viñetas que realizó entrados los años ochenta.
–La sociedad produce elementos y esperpentos en muchas facetas que son dignas de ser caricaturizados con los precisos contenidos de su lenguaje. Se puede encarnar las dimensiones de estupidez o de inspiración que la jerga popular aplica en las esquinas, que nunca dejarán de sorprenderme con los sentidos bien abiertos cuando ando por la calle.
Idrovo se declara admirador de Velasco Mackenzie, “mi dios creador que admiraré el resto de mi vida, de quien me dolió mucho su partida (…) Otros que son una columna de luz para mí, en cuanto a calidad técnica y sobre todo dibujantes de miles de imágenes, Joaquín Gallegos Lara y José de la Cuadra, junto a lo más alto de la poesía ecuatoriana, Jorge Carrera Andrade y Alfredo Gangotena”, confiesa.
Con aquella rigurosidad formal que expresa en el dibujo, lo estricto de la forma, y que difiere mucho en su música donde reconoce que se puede ser más desenfadado, Idrovo suele ser más formal en la pintura en contrapunto con la sensibilidad interpretativa que deja sentir en sus canciones.
¿El arte musical permite más desenfado que la pintura?
-Es que es relativo, yo tengo las canciones de combate, canciones de gesta y canciones de espiritualidad superior. Las de combate son aquellas que han sido adoptadas, apreciadas y convertidas en memoria festiva, hablo de Venenoso batracio, Gringa loca, pero también tengo canciones de gesta que hago en mi creencia de lo que es la universalidad, mi convicción política y lo que es mi llamado a la defensa de quienes son los seres que yo considero que son los más versátiles, más dignos de seres tomados en cuenta, que es mi pueblo. Y también están las canciones de espiritualidad superior en que utilizo alternativas afinaciones en mi guitarra y que me exigen muchísima atención a los arpegios y a la expresividad. No me gustaría que se me recuerde por Venenoso batracio, sino por todo el conjunto de la capacidad como compositor.
¿Dónde pervive la conjunción que hace que se una tu rigurosidad plástica y el desenfado como músico?
-Me encantaría invitar a todos tus amables y dilectos lectores para este concierto que voy a dar el próximo jueves 25 de noviembre en el teatro Ochoymedio en Quito, en donde me he opuesto tenazmente, y nadie me va hacer cambiar de opinión, a cantar esas canciones que tu me estás repitiendo una y otra vez. No voy hacer Venenoso batracio o canciones de arrabal, en esta oportunidad hago un llamado a la veracidad de la fuente, lo que a mí me hizo sentir en verdad capaz de hacer canciones, aquellas de enorme introspección de búsqueda poética, y de experiencia en la que yo reproduzco y canalizo los privilegios de estar vivo y de considerar a la palabra como una fuente infinita de agregación y de conjunción de esta maravillosa experiencia que tenemos como pasajeros en la vida.
El artista evoca en este punto a Blanca Hauser, su maestra de música durante algunos años, quien solía decirle con su arraigado dialecto chileno: “Tu tenís que cantar, mijito, como si saltarai sobre tu garganta y como si ésta fuera una tapia de ladrillos calientes”. No en vano, en esta ocasión, Hugo nos advierte saltarnos esa parte de su repertorio vital arrabalero para ir a “lo que nadie ha visto, y lo vi yo las veces que te soñé…surtidor de secretos”.
Dejémonos llevar a develar los suyos, por la senda ilimitada de sus sueños.