En política hay circunstancias prohibidas, verdaderas líneas rojas que no hay cómo transgredir. Actuar con obsesión para cumplir con el sentido esencial de la política de hacer que las cosas sucedan y, en ese mismo afán, volverse su contrario es un riesgo que se paga caro, a cuenta de la salud gubernamental. Estos límites infringe el gobierno y sus funcionarios, y en esa transgresión padece del síndrome del desgobierno: incapacidad de gobernar.
El gobierno sufre de obsesión con las políticas que dicta el FMI y su trilogía neoliberal: reforma tributaria para favorecer a los empresarios, reforma laboral para precarizar a los trabajadores, ley de inversión en beneficio de negocios privados. Trilogía que convierte a todo lo demás de la agenda gubernamental en distractores de la política real. El resultado es la mutación oficial: Gobierno del encuentro que se transforma en el régimen del encontronazo. Gobierno de todos, sin gobernabilidad.
Obsesión, que es ceguera de un gobierno que no quiere o no puede ver, ni oír, el clamor popular, y se vuelve un régimen impopular. Y en la medida que responda con la fuerza corre el riesgo de transformarse en gobierno antipopular. Ayer, mientras ingresaba Leonidas Iza, presidente de la Conaie, a la cita con Lasso, la guardia presidencial impidió la acción de los periodistas que quisieron entrevistarlo, actitud represiva que motivó disculpas oficiales. ¿Qué más falta para que el gobierno impopular se convierta en antipopular? Que la ingobernabilidad del régimen se exprese en las calles calentadas por la movilización indígena-sindical y el gobierno responda con la fuerza pública.
Frente al panorama de ingobernabilidad, el gobierno descarta la “muerte cruzada”, que sería muerte por suicidio. Y también la consulta popular, que se convertiría en fiasco popular de rechazo a sus políticas. ¿Qué resta al régimen bajo la manga? Asesorarse con una gestora política que alguien ya calificó de “lince” -María Paula Romo- ante la carencia de buenos estrategas y negociadores, cuadros en capacidad de concebir estrategias e implementarlas. Eso que sabe hacer muy bien Romo, sin escrúpulos de ninguna índole. Durante su gestión en el morenato si tubo que negociar apoyo parlamentario por hospitales y sus negociados con las medicinas, había que hacerlo. Si hubo que cooptar instituciones no tubo problema en cumplirlo. Al final del día, “el fin justifica los medios”. Con una diferencia: el gobierno de Lasso es aprendiz de maquiavélico: se miente y miente al país sobre sus fines y no tiene capacidad de convencernos por otros medios que no sea la simulación de ser otro régimen distinto a lo que es.
El carma de este gobierno se llama ingobernabilidad. Este síndrome lo hace ser una cosa, aparentar ser otra y tratar que el país crea lo que resulta ser. Aquello se llama crisis de identidad -ser o no ser- y terminar siendo lo contrario. De neoliberal a neo populista, de gobierno de los empresarios a gobierno de los niños desnutridos. De banquero a redentor. ¿Qué mismo es?
En política la identidad no es un disfraz: se es o no se es. Y este gobierno neoliberal no se puede desdoblar como el camaleón que cambia de colores según la ocasión, como dice una canción popular. Aparentar ser lo que no se es para hacer que las cosas sucedan, para concluir siendo su contrario, es un pecado sin perdón en política. El pueblo lo sabe y lo castiga: allí están los indicadores de la caída de credibilidad y aceptación del régimen, -30% en encuestas serias.
La política, para ser noble, debe ser acto de una sola pieza, sin simulaciones ni defecciones. El pueblo “no come cuento” por mucho tiempo, más temprano que tarde identifica y desenmascara a los embusteros, a los simuladores y a los falsos profetas.
El síndrome de ingobernabilidad. La derecha siempre ha sentido vergüenza de sí misma, y con ese rubor político trata de camuflarse y ser otra cosa distinta de aquello que es. León Febres Cordero ofreció “pan, techo y empleo”, y terminó dando cárcel, represión y miseria al pueblo que lo eligió engañado por su propaganda. Jaime Nebot ofreció el “modelo exitoso” y el puerto principal se convirtió en nido de delincuentes que hoy asolan la ciudad en manos de la alcaldesa socialcristiana. Guayaquil es modelo de violencia delictiva y sicariato criminal como la tercera ciudad más violenta del continente, con éxito e impunidad total de la delincuencia.
Ayer, la noticia del día fue que el diálogo del gobierno con la Conaie no logró acuerdos y que las partes seguirán dialogando para que, en un plazo no menor a quince días, el gobierno responda a los indígenas en sus demandas intransables: congelamiento del precio de los combustibles a valores anteriores al último incremento oficial decretado, poner fin a la ampliación de la frontera petrolera y dar un paso atrás en las concesiones mineras. Estas “líneas rojas” del movimiento indígena -a la que se suman sindicalistas y transportistas- hacen que el “dialogo” con el régimen esté destinado al fracaso (salvo que el Ejecutivo eche mano al maletín), por el doble discurso oficial que lo vuelve insincero: dialogar para ganar tiempo, negociar sobre temas que son, nada más, un elemento distractor de aquello que en su agenda el gobierno pretende “pasar de agache”: la trilogía fondomonetarista de imponer reformas laborales, tributarias y económicas para favorecer intereses de la gestión privada de empresarios, bajo la falsa figura de “crear empleo” y “estimular las inversiones”, cuando en la realidad lo único que se busca es privatizar o apropiarse de negocios rentables -como, por ejemplo, el sector eléctrico y la distribución de medicinas-, y así dar cumplimiento a los designios del FMI y la trilogía de miseria neoliberal.
Para síndrome del desgobierno no existe otra vacuna que la autenticidad, la consecuencia con principios que se dice representar. Ser o no ser, es una crisis de identidad ideológica que nadie soporta por mucho tiempo en el frío e impersonal mundo de los negocios y de la política.