Por Diego Arteaga Moncayo
En una corta entrevista con Televisión Española, el presidente ecuatoriano Guillermo Lasso, refiriéndose a la acalorada “polémica” sobre la realidad de los hechos históricos de la conquista española, afirmaba sonriendo condescendientemente: “Yo creo que esto de replantearse reescribir la historia es una pérdida de tiempo”.
En estos mismos días en los que Lasso ha estado en España soltando toda clase de frases antológicas y uniéndose a la Iberósfera, también se puede ver por la calles de Madrid la publicidad sobre la muestra de arte colonial americano llamada Tornaviaje en Museo del Prado. La portada de esta exposición es el óleo Los tres mulatos de Esmeraldas realizado por Andrés Sánchez en 1599 en la Real Audiencia de Quito.
El excepcional óleo es un exquisito retrato que representa a Don Francisco de Arrobe con sus dos hijos, vestidos con sedas orientales, joyas étnicas en el rostro y lanzas que recuerdan su origen africano. El óleo lo encarga el oidor de la Real Audiencia Juan de Sepúlveda y será enviado al rey Felipe III como un símbolo de la negociación con los territorios de Esmeraldas donde Arrobe fue declarado gobernador a cambio de su obediencia a la corona.
Arrobe es un esclavo escapado de uno de los muchos barcos que cruzaban y se hundían en la zona de Esmeraldas. Dichos esclavos se asentaban en las poblaciones indígenas y, junto a estas, hacían una enérgica resistencia a la conquista, tanto es así que el oidor Sepúlveda cambió la estrategia fallida de la invasión directa por este acercamiento “diplomático”.
Los tres mulatos de Esmeraldas es una muestra imperturbable de lo que era y continúa siendo América, un cúmulo de voces, un centro de encuentros y de batallas, una lucha por la sobrevivencia a la barbarie a través de mimetización, una la mezcla civilizatoria exuberante y desordenada que desborda sangre y vida.
El Museo del Prado, como tantas otras instituciones culturales y no culturales de Europa, se encuentra en un duro y delicado proceso de esto que el presidente ecuatoriano llama “pérdida de tiempo”, reescribir su propia historia. Y es que el mundo actual del que tanto habla el presidente tiene como una importante característica su revisión y reescritura.
En la misma América, las nuevas generaciones siguen derribando estatuas de Cristóbal Colón como un grito de ira, de rabia y sed de justicia. La colonia está en revisión en todo el mundo y si bien, como decía Bolívar Echeverría, el barroco ibérico es el hito civilizatorio clave en el ADN americano, Latinoamérica es mucho, pero muchísimo más que aquella parte de su tortuoso origen ibérico, y se reconstruye, se desdobla y se desbarata a diario, porque algo que le sobra es capacidad incontenible de cambio.
América se independiza continuamente, deshace vínculos, crea caminos propios y puentes nuevos, porque esa “independencia” es un trabajo en construcción diaria, como si fuese casi ayer cuando este barroco americano se volvió carne en una transgresora mimetización de las clases bajas en feroz supervivencia.
Esos recuerdos ajados que sobreviven en cierta España como una suerte de nostalgias imperiales encuentran un eco en fragmentos de una América caduca, el eco de un recuerdo, difuso, oscuro y lejano, hundido en un pasado estático y glorioso como un mausoleo lleno de telarañas.
Lasso pertenece a este sentimiento tan de abolengo que es vivir en esas viejas glorias que están llenas de sangre, crueldad y violencia contra los más débiles. Pero su mundo se está acabando, lo dice el futuro, aunque a veces parezca que no, la historia no se detiene, no es estática, así lo diga él, sonriente en televisión pública, para gracia y risa de muchos españoles.