Siempre que los líderes mundiales se proponen reunirse para hablar del clima y tomarse una foto resulta sospechoso. Y este sentir es fundado en diversas falsas expectativas que los países industriales proponen acerca de la defensa del ambiente, con particular énfasis en los efectos que está provocando en el planeta el cambio climático.
En este sentido, la COP 26 reunida en Glasgow, Escocia, no es la excepción. Muchas fotos, con mucho ruido y pocas nueces. Desde su anuncio, hace unos m eses, la cita mundial generó expectativas en torno a la posibilidad de ser una “oportunidad única para brindar impulso a la lucha contra la crisis climática”, tomando en cuenta que reuniría a líderes con capacidad de decisión mundial de establecer el compromiso de salvar al planeta. Pero, como todo sueño, se puede desvanecer ante la dura realidad. COP 26 adolece de una falta de voluntad política y un enfoque científico de cara a los problemas climáticos planetarios. Ese es su mayor debilidad, sin contar con que el COVID-19 complotó en contra del encuentro inhibiendo la presencia de diversos presidentes y líderes de los países catalogados como los principales depredadores del planeta y emisores de gases nocivos para la vida natural. Glasgow, que debió ser la antesala del Acuerdo de Paris de 2015, su principal objetivo, resulta ser cuestionado en su capacidad de convocar voluntades y cerrar definiciones en torno a ese encuentro ambientalista crucial.
En tanto, el planeta sigue su curso de traslación en el sistema solar y rotación sobre sí mismo y el cambio climático avanza más rápido de lo pensado. El verano boreal se ha caracterizado por una serie de eventos climáticos de extrema gravedad que no dan tiempo para mayores reflexiones teóricas. ¡Hay que actuar ya! Los ambientalistas siempre a la zaga de los acontecimientos, confunden los plazos y solo tienen reacciones retroactivas. Apagan incendios, mitigan efectos de inundaciones, se reactivan como activistas politizados para la foto y se enredan en polémicas con aquellos que jamás moverán un dedo por la defensa ambiental. Cuando no, entran en acuerdos destinados al fracaso como esperar, ingenuamente, que países industriales contaminadores destinen recursos para salvar la vida del planeta por sobre sus negocios. Ejemplo de ello, fue la iniciativa Yasuní, que no reunió fondos suficientes para que Ecuador renuncie -a cambio de ellos- a la explotación de sus recursos naturales en la Amazonía.
El llamado calentamiento global ofusca el discernimiento de muchos ecologistas de nuevo cuño que, en su desesperado activismo, terminan haciendo política de la común y corriente en lugar de coadyuvar a generar políticas de conservación ambiental en sus países.
Cada día se aleja más la meta de lograr una reducción desde los 3.5 grados C., a los 1.5 grados Celsius, que es el rango esperado para el año 2030, y no sucumbir como especie. Pero, en Glasgow la fría decisión de los países más importantes del G20 complota contra el fin del calentamiento global: aún no han hecho públicas sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (CDN) actualizadas, lo cual significa un anticipo de fracaso de las metas previstas.
A la carencia de iniciativas se suma la ausencia de varios líderes de países determinantes para la toma de decisiones globales como China -el mayor emisor de gases de efecto invernadero del planeta-, a ello se suma los problemas acecidos por el repunte del COVID-19 en el Reino Unido, territorio en el que se mantienen las restricciones sanitarias imposibles de levantar ante la crisis pandémica, considerando la presencia de mas de 25 mil personas en un ambiente de protestas sociales, factores que amenazaron a la cumbre COP 26.
A la cita de Glasgow no confirmaron su asistencia y, de hecho, no asistieron algunos líderes como el presidente de Rusia, Vladimir Putin, el mandatario de Brasil, Jair Bolsonaro, el mexicano Andrés Manuel López Obrador, el sudafricano Cyril Ramaphosa y el primer ministro japonés, Fumio Kishida. Una clara señal de que “el clima simplemente no está en lo más alto de su lista de prioridades y reduce el impulso de cara a la cumbre».
Una vez presentes en la cumbre, algunos líderes manifestaron poco énfasis en el interés de reducir los gases de efecto invernadero en el corto plazo. Por ejemplo, Arabia Saudita anunció que se propone alcanzar cero emisiones para 2060, es decir, una fecha con diez años de retraso a lo necesario. Este es el caso de otros países principales emisores de gases que provocan el calentamiento global, sin ser pura coincidencia, según analistas. Mientras tanto, las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera continúan en niveles récord, comprometiendo al planeta a un peligroso calentamiento en el futuro. Por eso es tan importante la COP 26, a menos que ocurra algo en este «año crítico para la acción climática», entonces «limitar el calentamiento a 1,5 ° Celsius será imposible”, con consecuencias catastróficas para las personas y el planeta del que dependemos.
El fracaso de COP 26 augura el fracaso de Paris 2015. Se trata de probar si los compromisos asumidos en París son posibles, puesto que la aspiración es una cosa, las acciones reales -como reducir el uso de carbón, cambiar los coches, plantar árboles y poner a disposición financiamiento- son las acciones que importan por el momemto. Si Glasgow fracasa en sus propósitos, entonces París también habrá fracasado.
Un compromiso mediático
En Glasgow, el gobierno ecuatoriano hizo algunos anuncios que buscan un efecto climático, o al menos ambiental en beneficio del archipiélago de Galápagos. En manos de demagogos, el tema climático se ha vuelto político, dicen los expertos, cuando el cambio climático es una realidad medida científicamente. Guillermo Lasso, presidente ecuatoriano, hizo el anuncio sobre la creación de una nueva reserva marina en las islas Galápagos. Aparentemente una noticia positiva, sin embargo, habría que dimensionar en la realidad qué rol tienen las islas ecuatorianas en el combate al cambio climático. Poner en manos de la voluntad de países industriales el financiamiento del proyecto es un albur al que parece estar dispuesto el régimen ecuatoriano, a cambio de un impacto propagandístico provocado por el anuncio de la medida. El viaje presidencial, para algunos observadores, genera más un efecto mediático que climático. No obstante, un doble discurso oficial: por un lado, amplia la zona de protección de las islas Galápagos con una nueva zona de reserva marina; y, por otro, Lasso amplia la frontera hidrocarburífera en busca de aumentar la producción de petróleo, fuente de contaminación tóxica para el planeta, según los propios ecologistas.
Otra decisión importante que se hizo en Glasgow, es la declaración para contrarrestar la deforestación. Brasil e Indonesia se destacan por ser los dos países que mayormente queman millones de hectáreas al año para despejar espacio para cultivos de palma aceitera, pastizales y zonas agrícolas. La deforestación amazónica es un peligro real inmediato que actualmente afecta al 17% del territorio; de llegar al 25%, se volverá un fenómeno irreversible. Sin árboles el mundo se calentará a niveles catastróficos con manifestaciones geofísicas dramáticas: huracanes, tormentas y nevazones de enorme impacto ambiental. Los centros costeros poblados corren el riesgo de desaparecer bajo el agua marina mientras que el agua en los páramos se volverá escasa al punto de predecir futuras sequias.
A este escenario apocalíptico se suma la constante amenaza del COVID-19, que no da tregua, y que vino para quedarse. Un fenómeno indirectamente ligado a las condiciones ambientales planetarias que propiciaron la aparición de un virus letal de alcance mundial, y que se recicla en esas mismas condiciones geofísicas dando lugar a nuevas cepas.
El destino de la humanidad está en manos de la voluntad política y de los avances de la ciencia y la tecnología capaces de poner freno al desastre ecológico. Pero, sin ingenuidades. Estos propósitos ambienalistas son extraños al capitalismo, sistema que por definición es depredador, explotador de recursos humanos y naturales al punto de su destrucción. ¿A cuenta de qué los países capitalistas industriales renunciarían a sus ingentes ganancias que producen negocios globales en la producción de mercancías que generan gases de efecto invernadero, nocivos para el ambiente? Esa es la pregunta que no respondió la COP 26.
Los avances contra la producción de los gases CFC son también reales, pero insuficientes. Estamos lejos de lograr la meta de reducir la temperatura promedio planetaria en 1,5 centígrados. Según los expertos antes del Acuerdo de París, que busca la reducción de emisiones de estos gases, «el mundo iba camino a un incremento de entre 3,6 a 4,2 centígrados para 2100. Ahora, con las actuales regulaciones y compromiso vamos a un rango de entre 2,7 y 3,1 centígrados. Con los compromisos pre COP 26, el mundo aún avanza hacia un incremento de entre 2,1 y 2,4 centígrados. Aun es demasiado”.
Otra pregunta que dejó sin respuesta la COP 26: ¿Qué planeta queremos para nuestros hijos y nietos? Si la cita de Glasgow se encaminó en la senda del fracaso todo lo demás no será distinto en Paris.
El lúgubre futuro que se nos avecina, acaso, nos dé lugar y tiempo de respondernos.