Ya no se habla de la carrera espacial, como si el ser humano hubiere cruzado la meta en la pretensiosa “conquista” del espacio. La mencionada carrera fue siempre una competencia contra la muerte estimulada por el forcejeo político en los años de la guerra fría que libraban Estados Unidos y la Unión Soviética.
En ese desafío de tecnologías incipientes y riesgo de la vida de seres vivos lanzados al espacio de manera experimental, hubo héroes y heroínas. Una de ellas fue la perra rusa Laika que, de ser recogida de las calles de Moscú, se convirtió en el primer ser vivo en salir al espacio, luego de abandonar la atmósfera terrestre. De aquella hazaña animal se cumplieron este 3 de noviembre 64 años de que Laika emprendiera su viaje, sin retorno, al infinitivo.
Era la mañana del 3 de noviembre de 1957, un amanecer otoñal en la base espacial moscovita cuando la bióloga Adilia Kotovskaya, encargada de entrenar a Laika le pidió perdón por un embarque sin regreso en el Sputnik soviético que la llevaría a la eternidad. Fue el segundo satélite artificial de la historia construido por el hombre que llevaba al espacio a Laika, que sobreviviría a bordo solo unas horas después del despegue. Nueve vueltas alrededor de la Tierra convirtieron a Laika en la primera cosmonauta del planeta, sacrificada en nombre de la ciencia, la tecnología y, hay que decirlo, de la geopolítica mundial. Se dijo que el éxito de las futuras misiones espaciales soviéticas nació con la muerte de Laika hasta los días de Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova, el primer hombre y la primera mujer de la humanidad en ir al espacio sideral en los años sesenta. Frío argumento de la ciencia en nombre propio.
Una historia conmovedora
Laika había sido sometida a rigurosos entrenamientos para adaptar su organismo a las condiciones de un vuelo espacial, desde habitar jaulas cada vez más pequeñas para habituarla al encierro hasta permanecer suspendida en el aire dentro de una centrifugadora que imitaba la aceleración de un cohete espacial para simular la falta de gravedad. Laika también fue sometida a comer alimentos a base de gelatina para preparar su ingesta de “alimentos espaciales” a bordo de la nave, mientras era sometida a ruidos similares a un vuelo sideral. Los científicos soviéticos de la época anticiparon el desenlace de las pruebas a las que fue sometida Laika: “Por supuesto que sabíamos que iba a morir en ese vuelo debido a la falta de medios para recuperarla”, inexistentes en esa época.
A las 5h30 de Moscú, la fría mañana del 3 de noviembre, Laika emprendió el vuelo que concluiría en la novena rotación del Sputnik alrededor de la Tierra, cuando la temperatura en el interior de la nave comenzó a aumentar y supero los 40 C; y Laika, sin protección suficiente contra la radiación solar, que debió sobrevivir de ocho o diez días, murió al cabo de unas horas por exceso de calor y deshidratación. Los informes de la misión al mundo siguieron hablando de la buena salud de la perra, convertida ya en mártir y heroína planetaria. El Sputnik se habría desintegrado en la atmosfera el 14 de abril de 1958 sobre las islas Antillas con Laika, la pasajera muerta hacía ya cinco meses.
La historia de Laika conmovió al mundo. Con ella comenzaba la “era espacial”, aun cuando Estados Unidos había lanzado cohetes -no tripulados- con monos a una altura de varios kilómetros, sin salir de la atmósfera terrestre. Los simios sobrevivieron hasta el retorno a la superficie terrestre por fallas en los paracaídas de las cápsulas. Seria en septiembre de 1951 que el cohete Aerobee despegó de la Base Holloman, en Nuevo México, con el mono Yorick a bordo junto a once ratones que los llevó a una altura de 70 kilómetros en la atmósfera terrestres, los animales fueron rescatados con vida.
La Unión Soviética había acumulado experiencia durante los años cincuenta en el envío de animales al espacio. Un grupo de nueve “perros espaciales” incluía a Albina y Tsyganka, los primeros animales que llegaron a rozar los límites de la atmósfera, a casi 500 kilómetros de la superficie terrestre. Su aventura contribuyó a obtener preciosa información sobre las condiciones imperantes a bordo de los cohetes y la adaptación de los seres vivos a esas mismas condiciones, y para ensayar nuevas tecnologías.
El 3 de noviembre de 1957, Laika alcanzó la inmortalidad en un vuelo hacia la eternidad. Su sacrificio abrió paso a la hazaña de Gagarin y Tereshkova, quienes amparados en los conocimientos que proporcionó el viaje de Laika se convirtieron en los primeros seres humanos en apostar por una carrera en la que sobrevivieron exitosos.
El espacio está ahí, desafiando a los terrestres a aventurarse y conquistar sus ilimitados confines. Acaso lo consigan, luego de superar los límites que los atan a la geopolítica en su propio hogar terrenal. En tanto, Laika tiene un lugar en este mundo, inmortalizada en un monumento a las afueras de Moscú donde se rinde homenaje a los cosmonautas. Allí, en silencio, persiste su orgullo viviente de ser lo que es: la primera mártir, heroína, del desafío espacial.